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del

Ricardo E. Tatto
Foto tomada de Internet
La Jornada Maya

5 de febrero, 2016

Es innegable que [i]The revenant[/i] tiene valores cinematográficos elevados, a saber: una fotografía más que cuidada a cargo de otro compatriota, Emmanuel Lubezki y su maravillosa profundidad de campo; una banda sonora minimalista por Ryuichi Sakamoto y Alva Noto; una gran actuación de gruñidos y gemidos por Leonardo DiCaprio –aunque no la mejor–; maquillaje y diseño de producción inmejorables (no es casualidad que la mayoría del equipo también trabajó en [i]El nuevo mundo[/i], de Terrence Malick). Es decir, que en lo técnico esta película es un prodigio del lenguaje cinematográfico, con un director en plena madurez que tiene la capacidad de deslumbrar con un complicado trabajo de cámara, con planos secuencia y agitadas tomas largas, primerísimos primeros planos, cámaras en mano y movimientos en 360 grados, lo que le da cierto vértigo y velocidad a las escenas de acción cuidadosamente orquestadas. En contraste, existen momentos contemplativos con toda la intención de abismarnos ante la belleza de la naturaleza, la grandeza e inmensidad de los paisajes filmados en locaciones de Canadá y Argentina.

Sin embargo, detrás de todo este artificio visual en aras del realismo, el filme cojea en el guión, con un argumento cuya trama no convence del todo, ya que parece no encontrar un eje rector entre una historia realista con tintes oníricos intercalados, alegoría espiritual, épica aventurera o filme de acción. Incluso las motivaciones de sus personajes no quedan claras, ¿se trata del triunfo de la voluntad humana o una mera sed de venganza? El villano es “malo” desde el principio, casi manipulando a la audiencia para odiar a Fitzgerald por su cinismo descarnado, pero con una actuación plana –como la mayoría de las actuaciones de Tom Hardy, quien siempre parece estar representando el mismo papel: el de él mismo-, restándole fuerza al antagónico. Uno podría decir que el oso y los elementos naturales constituyen un mejor villano, un mayor desafío.

Lo anterior parece ser una mera excusa para mostrarnos una historia floja con escenarios dignos de postal. El desarrollo de personajes no está bien logrado y, por ende, el espectador no alcanza a establecer empatía con ellos. A lo largo de 156 minutos, apenas y se explora la relación de padre e hijo, los antecedentes de la relación de Glass (DiCaprio) con una indígena Pawnee que se limita a aparecer únicamente en momentos de delirio, como si esta elipsis fuera dada por sentada por el director, lo cual menoscaba el trasfondo emocional del sufrido trampero. Asimismo, varias subtramas no se terminan de explicar, como si los indios americanos fueran pura decoración y de los cuales no llegamos a saber nada relevante. Por cierto, vale la pena mencionar que estos personajes no aparecen ni en el libro ni en la leyenda original. Pero eso es lo de menos, sabemos que la trama se basa en partes mínimas del producto del que parte, como se acostumbra en Hollywood.

Esto último, al margen de la película en sí, nos lleva a otra reflexión: la trama elegida tiene un tufillo aspiracional netamente gringocéntrico, pues se centra en una historia legendaria plenamente norteamericana –algo que le agrada a la Academia-, pero fracasa en sus pretensiones espirituales y reflexivas concentrándose en la pura anécdota -a diferencia de Malick o Herzog, directores cuyas influencias son obvias-. Siendo malpensados uno podría intuir que tanto Inárritu como su colega Cuarón le han tomado la medida a Hollywood, presentando entramados de superación personal en situaciones límite con todo el oropel que sólo el efectismo visual puede brindar –[i]Gravity[/i] es muestra de ello-. El final anticlimático es poco congruente con lo visto y parece sacado de la manga, lo cual las mismas declaraciones del director sobre el desenlace no desmienten: “para mí llegó tarde, durante el proceso de rodaje. Como tuvimos la fortuna de realizarla cronológicamente, al ser tan larga la filmación, me dio tiempo de reflexionarlo y armarlo, darme cuenta de qué necesitaba” ([i]La Jornada[/i], 26 de enero de 2016).

Con todo, es una realización que vale mucho la pena, aunque dista de ser perfecta y lejos de ser “la obra de arte” que anticipan los medios. Es un loable intento del director por superarse; no obstante, se queda corto ante [i]Birdman[/i] a pesar de que es una trama más sencilla con una narrativa lineal fácil de digerir por las grandes audiencias, razón por la cual sin duda ha dado tanto de qué hablar ya que apela a lo más salvaje y primitivo de nuestra percepción sensorial, dejando de lado cualquier esfuerzo intelectual en aras de la emoción. Es como atrapar un pez y comerlo crudo en vez de asarlo en la fogata que tienes a un lado.

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