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Gloria Serrano
Foto: Bob Schalkwijk
La Jornada Maya

4 de enero, 2016

El problema es que uno escucha cosas y, luego, derivado de esas cosas que escucha, piensa otras. Escuché decir al periodista Pedro Alsaga que le preocupa no tener tiempo para reflexionar. Y a Mikel Iturbe que el futuro del periodismo, sin importar el soporte, será lo que los profesionales decidamos que sea. De otros colegas escuché argumentar que el periodismo debe ser un contrapoder, que es necesario explicar el por qué y el cómo de la realidad y ser capaces de profundizar en la información. También que hoy en día todo el mundo cuenta lo mismo, que en cualquier medio se pueden leer las mismas noticias y nadie se arriesga por contenidos diferentes.

Debo ser honesta,[i] La Jornada Maya[/i] lo hizo, se arriesgó. No lo digo porque es el medio para el que escribo, ni por pedantería o agradecimiento. Tampoco para recibir una gratificación económica y mucho menos un aplauso. Lo digo porque en estas páginas y en la columna Saber Mirar, a lo largo del 2015 se habló –sin censura y con otro lenguaje– de ciclismo urbano, prostitución, movimientos sociales, diversidad sexual y otros tantos temas que no tenían cabida en la agenda informativa local, pero que son de todos conocidos. También porque se puso a la cultura al mismo nivel de los asuntos económicos o políticos, quitándole esa condición de ornamental que la tenía relegada a las noticias de fin de semana o a la sección de espectáculos, como en su momento señaló el escritor Gabriel Zaid.

No es algo menor. Aun así, reconozco las limitaciones propias y del oficio; sé que, a veces, hicimos la proeza y nos sentimos Goliat, enormes; otras, el empeño no bastó, fuimos los más enanos para dar cuenta de cuanto ocurre en nuestra comunidad. Y, las más, lo intentamos y seguiremos haciéndolo con total respeto a nuestros lectores. Hace unos días lo comentaba con cierta persona y le expresaba que no creo que los periodistas debamos ser el párroco del pueblo y los periódicos el púlpito para que la gente atienda nuestros sermones. Por el contrario, a mayor diversidad de plumas y opiniones, la vida pública se enriquece y las sociedades avanzan. En este sentido, coincido con Álvaro Rigal, Editor Jefe de El Confidencial, sobre la necesidad de decirnos más verdades a la cara para aprender todos.

Pero uno también lee cosas y, luego, derivado de esas cosas que lee, piensa otras. Leí la historia de María Barrabés (España, 1975), una mujer que lucha contra el cáncer y sube montañas, y en el transcurso de la lectura me topé con esta declaración que lo alteró todo y me dejó sumida en un silencio sereno, pero reflexivo: “La tengo muy en cuenta [la muerte]: antes nunca me hacía fotos y ahora quiero dejar constancia de cómo viví, de cuánto amé. Que quede algo. No quiero hacerme famosa, pero tampoco quiero pasar por esta vida sin dejar nada”. Son las palabras de quien –embarazada– encaró con absoluta dignidad la desesperante incertidumbre que acompaña cada sesión de quimioterapia; la que se negó a morir y, más aún, la que trajo al planeta un nuevo habitante.

Hoy tenemos ante nosotros un año completo, 12 meses para hacer de la vida lo que nos plazca, para trabajarnos como el herrero al metal y darnos forma, para trepar y alcanzar nuestra propia cumbre. 52 semanas para exigir o no, un periodismo a la altura de una ciudadanía pensante; 365 días para abonar o no, a que la cultura sea el alardeado “cuarto pilar del desarrollo”; 8 mil 760 horas para revertir o no, la sutil violencia en el estado más seguro de la República Mexicana. En suma, un anuario que se escribirá en coautoría y que nos ofrece la posibilidad de pasar por esta vida dejando algo útil y valioso para los que vendrán después, algo que va mucho más allá del periodismo, las políticas culturales o el compromiso social. Ya lo dijo María, no se trata de hacerse famoso, sino de dejar constancia de cómo vivimos y de cuánto amamos. En lo personal, hasta ahora comprendo que mi presuroso vagabundear, esta insistente indagación, el asomarme allí afuera y mirarlo todo con ojos de asombro, no es más que amor.

Y con ese mismo amor agradezco cada uno de sus comentarios que no hacen sino nutrir esta columna, la cual, ahora escribiré desde Madrid, en España, a fin de continuar narrando lo que aquí y allá sucede, sin perder de vista que formamos parte de un todo más vasto y más complejo. Juntos, conoceremos de otras cuestiones, de otras personas y de otros lugares. Y también, juntos, les diremos a otros lo que están generando nuestros artistas y creadores en Yucatán. Nos saldremos de las pautas mediáticas para abordar los problemas que afectan a cualquiera sin importar su ubicación geográfica y hablaremos de aquello que las agencias noticiosas no difunden porque no les importa, porque piensan que no nos importa o porque no conviene a los grandes intereses.

Soy demasiado epistolar, me gusta la correspondencia como una conversación entre ausentes o como Jules Renard definió “Diario”: “las cartas a mí mismo que os permito leer”. Termino deseando lo mejor para su familia, la fundamental y la ampliada que en el camino vamos recogiendo. Feliz año y dejemos constancia. Ya saben de qué.


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