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Josetxo Zaldua
La Jornada Maya

24 de marzo, 2016

Dicen que murió este Jueves Santo, que perdió la guerra contra el cáncer de pulmón que le fue descubierto en octubre pasado, que ya no levantará polvaredas con sus provocaciones, que su llama se apagó para siempre. Lo mismo dijeron de García Márquez cuando se fue a pasear, también en Jueves Santo. No hagan caso, los colegas hacen esas malas pasadas para vender más. Son puras patrañas.

Es imposible que gente así muera. Un tipo como Johan Cruyff es inmorible, incombustible, por más que fumara y echara humo cual si fuera chimenea. Es verdad que no perdonaba fumarse sus Camel sin filtro antes, durante y después del juego. Es verdad que no entendía de límites, que hizo del futbol un juego para gozar, no para sufrir.

Todo es verdad contrastada e inamovible. El llamado "holandés volador" nació en casa humilde. Su padre murió teniendo él doce años. Su madre se fajó lavando y planchando ropa ajena mientras Johan echaba cascaritas con su pandilla en los suburbios de Amsterdam. Contaba el genio que ahí aprendió los fundamentos primigenios del futbol. Flaco irredento, desarrolló la habilidad necesaria para eludir las desesperadas patadas de sus rivales. Desde entonces comprendió que el futbol era arte y gozo, no sacrificio y sufrimiento.

El chamaco tuvo la suerte de cruzar su vida, sus pasos y su concepción futbolera con otro holandés loco, amante de la transgresión. Ese señor entrenaba a un equipo modesto llamado Ajax de Amsterdam. El imberbe Cruyff había acudido a un llamado del club que buscaba materia prima buena y barata.

Ese hombre que tiempo después inventó "la naranja mecánica" y el llamado "futbol total" se llamaba Rinus Michels. El destino de ambos quedó encadenado sin remedio. Michels era el cerebro e hizo que el joven y flacuchento Cruyff fuera su extensión en el terreno de juego. Ese concepto fue desarrollado y perfeccionado por el joven futbolista cuando llegó a entrenar al Barcelona para convertirlo en el Dream Team del futbol mundial.

Ya para entonces Cruyff era el icono de los culés porque su paso por el equipo como jugador transformó el sino de un equipo incapaz de sacudirse la pesada sombra del todopoderoso Real Madrid, "el equipo de Franco", como era conocido en aquellos duros tiempos dictatoriales. Cruyff adoptó la piel catalana y siempre defendió el derecho a ser catalán.

Llegó a ganar mucho dinero y también se dio tiempo para perderlo, hasta que su esposa estampó su mano sobre la mesa y le anunció que ella se encargaría de las finanzas. Cruyff aceptó, faltaría más, y comenzó una nueva vida con su mujer como eje referencial y reverencial.

Revolucionó el futbol profundizando los conceptos aprendidos de Michels. No se limitó a gozar la cancha; fue capaz de meterse en los despachos para reclamar aumentos salariales a sus compañeros. Lo hizo como jugador y también como entrenador.

"El futbol es como la vida. Tienes que ser capaz de ver, de pensar, de ayudar a los otros. Finalmente el futbol es así de simple", declaró hace unos años después de sufrir una crisis cardíaca.

Esta mañana paseaba en la playa de Progreso (Yucatán) con mi colega y amigo Fabrizio León, jornalero de hueso colorado que se ha embarcado en una aventura llamada La Jornada Maya, con sede en Mérida. Bajo un sol de justicia unos chamacos descalzos echaban una cascarita ajenos a contingencias ambientales y muertes imposibles.

En medio de la improvisada cancha un tipo de cabello blanco tocado con una bien planchada guayabera color naranja, daba instrucciones a la chamacada. Le dije a Fabrizio que era Cruyff, que le hiciera una foto. Incrédulo, me miró para mascullar: "Patrañas".


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