de

del

Miguel Carbajal Rodríguez*
La Jornada Maya

Mérida
14 de abril, 2016

El desperdicio de alimentos no es cosa nueva. Sabemos con certeza de la estrepitosa e insultante cantidad de comida que se desperdicia todos los días en este planeta, que equivale a la tercera parte de la producción mundial; unos mil 300 millones de toneladas. El problema de las grandes cantidades es que rebasan nuestra capacidad de concebirlas y quedan dentro del concepto de “mucho” o “demasiado”. ¿Cuánto es realmente mil 300 millones de toneladas de alimento?

En términos monetarios es el equivalente a unos 750 mil millones de dólares, con lo que se podría financiar cuatro veces la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México; es un poco más que el equivalente del PIB de Holanda y prácticamente el doble del PIB de los Emiratos Árabes.

Producir esta cantidad descomunal de alimento requiere disponer de grandes extensiones de tierra, unos mil 400 millones de hectáreas; lo que significa aún más que el área de Canadá e India juntos. Toda esta superficie destinada a la producción de alimentos es desperdiciada, su suelo agotado sin sentido, irrigado, fertilizado, labrado y cosechado para… nada.

Tome un momento para contar: 1001, 1002, 1003. Una persona acaba de morir de hambre en el mundo, una cada tres segundos según el sitio web Worldometers, que ofrece estadísticas en tiempo real. En el mismo sitio se lee también que el gasto destinado diariamente para atender enfermedades relacionadas con la obesidad y programas de pérdida de peso, sólo en Estados Unidos, oscila en unos 560 millones de dólares. Sí, leyó usted bien, ¡al día!

Sin duda vivimos en un mundo contradictorio, donde 770 millones de personas desnutridas coexisten con más de mil 600 millones de personas con sobrepeso. Nos enfrentamos quizá con uno de los grandes fracasos de nuestra civilización, pues es evidente que el tema no es la producción en la cantidad de alimentos; es la producción justa y la distribución adecuada de los mismos, conceptos que no tienen lugar en un escenario en el que priman la utilidad y el beneficio económico. Es preferible tirar a la basura que distribuir de manera justa.

La producción de alimentos toca otros temas como la discriminación y la seguridad alimentaria. Según la FAO, en los países en desarrollo las mujeres son quienes producen el 70 por ciento de los alimentos, pero sólo poseen el 1 por ciento de la tierra, que está en propiedad de los hombres. Por otra parte, los modelos de agricultura extensiva han eliminado de nuestra dieta una enorme variedad de alimentos. Se calcula que existen más de siete mil especies vegetales comestibles pero nuestra dieta se reduce cuando mucho a unas 120, siendo el trigo, el arroz, el maíz y la papa los protagonistas de nuestra dieta; alcanzando hasta 60 por ciento de las calorías diarias necesarias para vivir. Los modelos de producción en monocultivos traen consigo un uso constante de agroquímicos que tienen un efecto nocivo en la salud y aportan gases como el óxido nitroso, que es hasta 25 veces más dañino que el CO2 como gas de efecto invernadero.

El panorama a futuro debido al cambio climático implica, en general, una reducción en las cosechas y en la disponibilidad de agua, así como un encarecimiento en el costo de los alimentos. Si no queremos caer en mayor desgracia es imperativo entonces considerar otros modelos de producción más amigables con el ambiente, que nos provean de una mayor diversidad de alimento y no ejerzan presión sobre los ecosistemas. En Latinoamérica contamos con modelos de producción agrícola que han demostrado ser eficientes en este sentido y que pueden garantizar, si son usados adecuadamente, la seguridad alimentaria en sus cuatro dimensiones: disponibilidad, acceso, estabilidad temporal y utilización biológica de los alimentos.

Devolver la mirada a estos modelos tradicionales, darle nuevamente valor al campo dignificando la vida de nuestros campesinos consumiendo lo que producen para favorecer la economía local y, sobre todo, ser conscientes y responsables en el consumo de alimentos, resulta imprescindible para garantizar alimento en cantidad y calidad para todos los miembros de la comunidad humana. Mil 300 millones de toneladas de alimento desperdiciado es mucho, es demasiado.

(*) Director de la Escuela de Recursos Naturales de la Universidad Marista de Mérida. Maestro en Bioética y Derecho y en Educación.

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