de

del

José Luis Domínguez
La Jornada Maya

Para quienes vivimos en este girón de la patria, el sureste mexicano, seamos o no nacidos en la península, ha sido en verdad una grata sorpresa y una agradable noticia el saber que desde hace algunos días [i]La Jornada Maya[/i] es ya un periódico peninsular. Se preguntará el lector qué tanta importancia pueda tener el hecho de que un medio de comunicación, ya de por sí tan completo, adquiera y ostente esta dimensión regional.

Cuánto daño han hecho a lo largo de la historia nacional las arbitrarias particiones territoriales (Sonora/Sinaloa; Jalisco/Nayarit/Colima, etc.), sobre todo en aquellas regiones que histórica y culturalmente eran y siguen siendo una sola cosa. Y en este sentido ¿quién puede dudar acaso de la unidad regional conformada por los tres estados de la península de Yucatán? Y cuántos perjuicios y conflictos nos han generado a los peninsulares tal división “política”. Si nos asomamos un poco a la historia, sabremos que a pesar de que la península en su totalidad había sido sede de la civilización maya, y no obstante haber sido desde la Colonia una sola unidad militar y administrativa, esta región sufrió un doloroso desgarramiento a pocos años de la Independencia y pasada la Guerra de Castas.

La arbitraria separación entre Campeche y Yucatán, antecedida de intereses encontrados de las clases dirigentes y de enconados pleitos entre vecinos, data apenas de mediados del siglo XIX (1858) y más aún, la desmembración de Quintana Roo, con sus costas e islas, data de principios del siglo XX (1902), habiendo sido elevada a la categoría de entidad federativa más recientemente (1974). Y sin embargo… la península como tal se mueve! Los yucatecos, campechanos y quintanarroenses transitamos libremente por los tres estados con la certeza de que estamos en nuestra casa común, y con la sensación de que no hemos salido de nuestro hábitat, aunque cambiemos de estado.

Ni el brote vivificador del petróleo extraído de los mares de las costas campechanas, ni el surgimiento emergente y milagroso de Cancún y Playa del Carmen, han logrado eliminar los lazos internos que ya existían y que se entretejieron en base a las relaciones familiares, comerciales y/o empresariales de los peninsulares yucatecos. Nada ha podido borrar, en más de siglo y medio de divisiones sin fundamento y rencores suavizados con bromas y leyendas entre campechanos y yucatecos, dicha unidad. Nadie ha podido romper la sólida integración cultural de la península. Ningún fenómeno huracanado, ni siquiera la compleja diversidad de los procesos político-electorales de cada estado, han podido suprimir la constante e intensa interacción que rige la vida de los peninsulares. No hay familia yucateca que no haya tenido, en algún momento, cierto negocio o inversión en Cancún; como no hay familia del campo yucateco que no haya tenido a algún elemento suyo trabajando en el vecino estado de Quintana Roo. Ni qué decir de las corrientes de migración universitaria y los flujos financieros que han sellado la vida de las familias campechanas hacia Mérida y viceversa, las experiencias de los yucatecos en Campeche, sobre todo en torno a las fuentes de riqueza de nuestros vecinos territorios campechanos: desde el palo de tinte y el holcatzín en tiempos anteriores, hasta la exportación del camarón o la agroforestería durante la historia contemporánea.

El ser península es un hecho geográfico irrebatible en esta porción flanqueada por el Golfo de México y el mar Caribe, y ser peninsulares yucatecos sigue siendo una realidad inevitable que alcanza a tener ciertas ventajas políticas, sobre todo cuando se saben descubrir a tiempo frente a las amenazas del exterior o cuando se saben aprovechar en momentos de crisis, como aquellas que ha habido ante las imposiciones del gobierno federal.

Por todas estas razones no me canso de darle la razón a un gran peninsular: Don Carlos Justo Sierra Bravatta, quien no obstante haber nacido en Campeche y vivir feliz en el vecino estado, no deja de recordarnos a propios y extraños la importancia de reconocernos con esta identidad regional de peninsulares. Quizá porque él lo lleva en sus genes, no puede desconocer su sello identitario. Don Justo, el viejo, nació en la lejana población sureña de Tixcacaltuyub, Yucatán y su hijo Justo, el prócer de la educación, es para nosotros los peninsulares, orgullosamente campechano. Y con él, vienen a la mente los perfiles ilustres de Joaquín Dondé Ibarra, de Luis Álvarez Barret, de Alberto Trueba Urbina, de María Lavalle, de Jorge Carpizo Mac Gregor y de tantos y tantos otros ilustres campechanos que han contribuido en distintos campos del saber y del hacer a elevar el peso específico de nuestra península.

Por eso celebramos con regocijo el hecho de que nuestro navío [i]La Jornada Maya[/i] haya surcado ya exitosamente las aguas plácidas de los mares campechanos, así como las aguas bravías del Caribe para llegar hasta el último rincón de “nuestro territorio peninsular” y cumplir así con sus objetivos de llegar a ser un vehículo de comunicación eficaz y certero para los peninsulares. Enhorabuena a La Jornada Maya de Yucatán, Campeche y Quintana Roo!!!

[email protected]
Mérida, Yucatán
Lunes 16 de mayo, 2016


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