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Texto e Ilustración: Nicolás Lizama
La Jornada Maya

Lunes 27 de junio, 2016

La Lupita cerró sus puertas para siempre, en Chetumal. Su dueña, una mujer robusta, que siempre me pareció una sobreviviente de mejores tiempos, decidió incursionar en otras cosas.

La Lupita era el changarro mejor surtido de todo Calderitas y sus alrededores. Sin ser la gran cosa en cuestión de dimensiones, ahí podías encontrar desde una aguja hasta un periódico.

En ese lugar adquirí alguna vez las barras, que tantos recuerdos me traían de mi infancia (de mi niñez afrancesada, tintopera y cocacolera). Con su hebra de palma de coco en medio, el pan francés que vendía doña Lupe no lo superaba nadie. No sé de dónde las sacaba. Lo cierto es que era una tradición llegar hasta su tienda entrando la noche para adquirir el pan que por su inconfundible olor y sabor -¡mmmhhh!-, no cabía duda de que había sido horneado a base de pura leña.

Doña Lupe es una mujer estimada por medio mundo. Con un corazón igual de grande a su complexión física. Esa dama fue punto de referencia durante muchos años en el pueblo. Dicen que no tenía empacho en regalarte lo que fuera si en un momento dado te veía hambriento y presentía que te estaba llevando la fregada. Son muchas las anécdotas –bellas todas–, que se cuentan al respecto.

En su tienda había de todo. Y aún cuando por el reducido espacio, había productos que estaban colocados debajo de otros, imposibles de detectar a simple vista, ella sabía perfectamente en donde hurgar para hallar lo que el cliente le pedía.

Doña Lupe es de platicar mientras trabaja. Por la ubicación geográfica de su changarro y por su forma de ser tan afable, hasta ella llegaban todas las noticias que se generaban en el pueblo. Cuando alguien comentaba algo a otro y había duda sobre la veracidad de lo narrado, era común escuchar un razonable: “se lo preguntaré al rato a doña Lupe”.

Y sí, doña Lupe le despejaba la duda a medio mundo. Ella es una maquinita de trabajo. Atendía su tienda durante el día y los domingos vendía cochinita en una lonchería que rentaba a otra gente durante la semana. Tampoco es la gran cosa en cuanto a tamaño, pero que tiene la bien ganada fama de que ahí se hacen unos buenos caldos y unos exquisitos panuchos y salbutes.

En contra esquina hay otra tienda de mayores dimensiones. Pero hete aquí que la clientela era en absoluto de doña Lupe. Cuando no encontrabas lo que buscabas en el changarrito, ni modo, había que cruzar la calle e ir a la otra tienda para ver si se registraba el milagro, Porque, de plano, si no hallabas un producto con doña Lupe, no lo encontrabas en ningún lado.
Ignoro qué fue lo que sucedió, pero un día la tiendita cerró sus puertas para siempre. Cuando llegué y vi que el localito estaba vacío, se me apachurró de golpe el sentimiento. Un par de tipos quitaban los últimos anaqueles tan rápido como podían.

Y fue cuando recibí el terrible impacto de que aquel changarro había pasado a mejor vida. Y adiós a mis periódicos de las siete de la mañana. Adiós a mis barras nocturnas. Adiós a tantas cosas que sólo ahí podía encontrar cuando la emergencia tocaba a mi puerta.

¿Y doña Lupe? ¿Qué fue de doña Lupe? Fueron las primeras preguntas que me revolotearon por la mente. Ya ve usted que ahora –tanta desgracia que llega de improviso–, en segundos apenas, nos convertimos en recuerdo.

¡Uff!, respiré tranquilo cuando voltee la vista y vi notoria figura. Ella estaba a un lado, en su pequeña lonchería. Delantal de por medio, atendía a una pareja que, tras engullirse un par de tamales, ahora pedía un buen caldo con sus tostadas respectivas.

Y es que doña Lupe, sola y su alma, se fastidió de las idas y venidas en su tienda. De pronto le entró la reflexión y decidió relajar su vida. Influyó el hecho de que un cristiano que se dedica a la panadería llegara y le pidiera en renta su local.

Y es una pena que la tienda de abarrotes mejor surtida del pueblo haya cerrado sus puertas para siempre. Era un huevito apenas: pero. ahí, entre el aparente caos, era posible encontrar hasta un tornillo.

Ahora la gentil dama vende tortas, caldos y panuchos. De que es versátil, es. Y una gente así como sea sobrevive.

De ahí que los clientes obstinados, fieles a la causa, como el caso de este servidor, no tengamos más que hacer, que agradecer la existencia de gente como ella. Ojalá hubiera más personas así.

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Quintana Roo


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