de

del

Gastón Ramírez Cuevas
Foto: Ap
La Jornada Maya

Lunes 18 de julio, 2016

La causa de este artículo radica en en la columna Reporte 8 am, de Pablo A. Cicero Alonzo, titulada No llevaré luto por él, que apareció publicado en La Jornada Maya el pasado 12 de julio. Al autor le recomendaría que antes de criticar algo que visiblemente desconoce, en este caso la fiesta de los toros, se tomara la molestia de enterarse de lo que sobre el espectáculo han opinado grandes de la literatura como Mario Vargas Llosa o Federico García Lorca. Tampoco le vendría mal leer detenidamente el libro [i]Cincuenta razones para defender las corridas de toros[/i], del filósofo galo Francis Wolff. Ni siquiera tiene que gastarse un centavo en ampliar su cultura, basta con ir a esta dirección: https://laeconomiadeltoro.files.wordpress.com/2014/05/cincuenta-razones-para-defender-las-corridas-de-toros.pdf Lo primero con lo que se topará es con un buen consejo para la gente bien intencionada y lista pero que no es taurina. Dice así: “¿No le gustan las corridas de toros? ¡Sepa comprenderlas!”

[b]Sobre la muerte de Víctor Barrio[/b]

El 9 de julio pasado, el matador de toros Víctor Barrio recibió una cornada mortal en la plaza de Teruel, España, mientras toreaba al natural a un burel de la ganadería de Los Maños. La consternación y la tristeza invadieron a todo el planeta de Tauro. Si bien la corrida de toros conlleva siempre un riesgo mortal para el hombre, hacía ya muchos años que un diestro no moría por asta de toro en un ruedo español.

En las redes sociales no tardaron en aparecer buen número de textos alegrándose de la muerte de Víctor Barrio, y hasta deseando y prometiendo todo tipo de vejaciones póstumas al torero y horrores futuros a sus familiares, especialmente a su viuda. Ese comportamiento tan bárbaro y aparentemente inexplicable no puede menos que motivar algunas reflexiones al respecto.

Desde que existen los toros ha habido gente que se ha opuesto a dicho espectáculo ritual. Antaño, muchos detractores de la Fiesta basaban sus argumentos en una filosofía que no entendía cómo a ciertos seres humanos podía gustarles ver a un semejante exponer la vida tan inútilmente.

Esos anti-taurinos son ya cosa del pasado. Hoy día, los antis son en su mayoría individuos que se escandalizan por la muerte de un bovino en una plaza de toros. El núcleo duro de este nuevo animalismo consiste en considerar a los animales como seres que tienen los mismos derechos que el hombre, algo a todas luces ridículo.

Lo que más sorprende al aficionado es que estos activistas, en su mayoría gente que se expresa pasivamente por medio de su computadora o su teléfono móvil, pretende defender a sus hermanos de cuatro patas atacando únicamente las corridas de toros. Tal parece que para estas sedicentes buenas personas nadie come carne; ni existen los mataderos; ni hay zoológicos, y que no se llevan a cabo experimentos con animales en diversas industrias cosméticas y farmacéuticas, por no hablar de los circos o las tiendas de mascotas.

Esta ceguera voluntaria parte de una ignorancia muy cómoda. Resulta obvio que ningún anti ha asistido jamás a un festejo taurino ni ha visto a un toro bravo en el campo. Como tampoco han visto las aberrantes condiciones en que se crían y luego se matan a todos los bichos que nos merendamos alegremente.

Para cualquiera que tenga dos dedos de frente es evidente que el único animal de su tipo que vive en condiciones envidiables es el toro de lidia, teniendo además, como recompensa a su bravura, la oportunidad de morir con dignidad y respeto vendiendo cara su vida frente a un señor que expone la suya con desparpajo para demostrar su valentía y crear arte.

El fácil buenismo hipócrita de los enemigos de las corridas sólo ve en la tauromaquia la crueldad desatada de unos sádicos que torturan a un toro por el placer de verle sufrir. De poco vale hablarles de un rito ancestral y mágico en el que la inteligencia y el oficio de un hombre triunfa sobre la violencia y el caos, sobre el instinto feroz de un rumiante criado específicamente para morir al sol en singular combate. Recordemos que en el toreo, como decía el gran aficionado sevillano don Joaquín Ramón Rodríguez, la única crueldad ocurre cuando no se mata bien al toro.

Todo lo anterior puede tener su explicación en la negación de la muerte, sobre todo de una muerte pública, algo que repugna a gran parte de la sociedad moderna. Sí, en estos tiempos a la muerte hay que ocultarla bien, hay que –como decía John Cheever, el escritor estadounidense- cubrir con mariposas a los cadáveres.

Otra explicación de esta postura anti-taurina puede venir del hecho de que hay personas gazmoñas y mojigatas incapaces de distinguir a un perro, a un gato o a un caballo, de un toro bravo; tipos que no quieren o no pueden diferenciar a un animal doméstico y de compañía, de un mamífero que, único en su clase, no ataca para comer o defenderse sino porque así se lo marca su instinto.

Lo que ya no resulta tan sencillo de explicar es el odio visceral que en algunos de –lo digo con vergüenza- nuestros congéneres despierta la figura del matador de toros. La conclusión lógica es identificar a los antis que se regodean con las cornadas graves o mortales, con los guardias de los campos de concentración nazis; con los esbirros de Stalin; con los Tontons Macoute de Papa Doc Duvalier en Haití; con los camboyanos del Khmer Rouge que se solazaban en los campos de la muerte, y con las tricoteuses de la Revolución Francesa, mismas que gozaban enormidades en su barrera de primera fila junto a la guillotina.

La buena noticia es que estos odiadores de tres al cuarto son muy posmodernos y (afortunadamente) se conforman con vomitar incoherencias desde sus casas, sin jamás dar la cara en público. Es más fácil ser valiente a través de Internet… El mundo –normalmente- está sumido en la barbarie y en la estupidez. De pronto hay épocas más inteligentes, más cuerdas, más románticas, pero ésta, definitivamente, no es una de ellas.

Por lo tanto, los anti-taurinos pensantes –que supongo sí existen- pueden despreocuparse. La fiesta de toros desaparecerá tarde o temprano, pero no gracias a sus esfuerzos ni a los de los débiles mentales que se alegran por la muerte de un torero. Lo que dará al traste con la tauromaquia será una sociedad global y cretina en la que la muerte haya “desaparecido” por decreto y en la que inagotables legiones de badulaques se sientan inmortales y orgullosamente inferiores a los animales. Y eso está a la vuelta de la esquina.

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Mérida, Yucatán


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