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Julio Moure
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 12 de agosto, 2016

Tuvimos el privilegio y el placer de vivir 6 años en Dzulá, una comunidad maya del centro de Quintana Roo, en el Municipio de Felipe Carrillo Puerto. Ahí fue nuestro aterrizaje en 1995 en esta región de la Zona Maya. Digo nuestro, porque éramos cinco miembros de la familia, con mi esposa y tres hijas de 9 y 6 años (gemelas). De esto hace ya 21 años.

Esta comunidad tiene una larga historia de resistencia hasta tiempos bastante recientes. En Dzulá se dieron los últimos esfuerzos por mantener la independencia y estilo de vida de los mayas. La población fue tomada por el ejército en 1935, buscando atrapar al líder rebelde, el Teniente Evaristo Sulub, que consiguió escapar. Aún están vivos los nietos de aquellos que lucharon por mantener vivas sus tradiciones y su organización.

En esta comunidad los mayas del vecino estado de Yucatán o de Kantunilkin, Norte de Quintana Roo, eran considerados como fuereños, casi como extranjeros. Cuanto más una familia, étnica y lingüísticamente diferente.

El reto intercultural era grande, con decenas de anécdotas de la vida diaria que, vistas en perspectiva, nos resultan ahora bastante simpáticas. Nuestras tres hijas, niñas en aquellos tiempos, iban a la escuela y jugaban todo el día con los niños de la comunidad. Creaban lazos que siguen vivos. Esa posibilidad de jugar, correr y reír de los niños es una puerta a la salud y al crecimiento en armonía. Fue un momento de vivir con sencillez, disfrutar de la armonía con la naturaleza y con los vecinos, sin prisa.

Las asambleas comunitarias eran frecuentes y todos los puntos eran presentados en las mismas. Se llenaba la casa ejidal y las asambleas podían durar hasta que se llegara a un consenso en cada tema.

Fuimos aceptados como vecinos en una asamblea a los dos meses de vivir en el poblado, momento de gran alegría para la familia. Con los derechos y obligaciones de un vecino: respeto a todos, participar en los trabajos colectivos y poder tener un hogar en la comunidad.

A partir de contar con una casa y un terreno de un cuarto de hectárea, nuestra familia empezó a producir la alimentación básica con hortalizas en el patio, gallinas y huevos, cría de conejos, frutas del patio o de la comunidad (que eran muy baratas). Pocas veces en nuestra vida comimos tan sano y tan rico, comprando sólo lo elemental. Éramos casi autosuficientes en la alimentación. El placer de comer lo que uno ha sembrado es único, sale del sudor que fortalece el cuerpo y el espíritu.

Aún con la necesidad de algunas compras en las tiendas y, especialmente, en la Conasupo (maíz, en algunos años), la mayoría de la gente consumía alimentos producidos localmente. Los refrescos y Sabritas eran un lujo, no un hábito para la mayoría. Maíz, frijol, calabazas, chile y algunas (pocas) hortalizas de traspatio eran la dieta habitual, junto con huevos, pollo a veces, puerco en las grandes ocasiones, carne de caza de vez en cuando.

En el intercambio de experiencias, fueron naciendo otras expectativas y oportunidades para mejorar la producción de alimentos, especialmente de las hortalizas que no eran consumidas de forma habitual por una parte de la población. Con este fin se creó un grupo de voluntarios promotores. En un reporte de la época se escribió:

“En marzo de 1997, en una reunión en la casa ejidal de esta comunidad, se apuntaron como voluntarios cinco ejidatarios para un pequeño curso de agricultura orgánica en la Escuela de Agricultura Orgánica de Maní y en Chacsinkin, Yucatán. Después de una semana intensa de estudio teórico y prácticas de elaboración de compostas, corte de eras y elaboración de insecticidas orgánicos fuimos a visitar una experiencia con abono verde en milpa y cría de puercos en Calakmul, Campeche. Con ese grupo inicial y un poblador con formación educativa en esta comunidad formamos un grupo de trabajo, al que pusimos por nombre “Tumben Kool, Promotores de agricultura orgánica”.

Desde esa fecha organizamos, en esta comunidad de Dzulá, tres cursos de un mes de duración

· El primer curso sobre huertos de traspatio y kan-chés con la participación de: 60 señoras

· El segundo curso con treinta señores sobre huertos y milpas con abono verde, “frijol nescafé”

· El tercer curso con treinta señoras, nuevamente, sobre huertos y kan-chés, respondiendo a una demanda de las mismas.”

En 1999, se publicó una sistematización de los conocimientos por parte del equipo promotor con el título Kanáantik ak lu’um (Cuidar nuestra tierra), recogiendo las experiencias de capacitación e investigación en la comunidad. El libro está en maya, español y dibujos hechos por un artista de la comunidad, con el lenguaje más claro y sencillo posible. Este libro fue compartido especialmente con la comunidad de Dzulá y las comunidades mayas circundantes.

“El texto que presentamos está escrito con palabras de campesinos para que todos podamos entenderlas. Queremos cuidar nuestra tierra y, al mismo tiempo, aprender a cultivarla para mejorar nuestra vida. Todo lo que escribimos sale del estudio de un grupo de trabajo, de escuchar los conocimientos de los antiguos, de la experiencia de 120 familias de esta comunidad que empezaron a cultivar con agricultura orgánica” (pág. 2)

En una próxima columna, compartiremos algunos puntos clave de la investigación comunitaria de las raíces mayas sobre el cuidado de la tierra: las semillas, los procesos de preparación, mantenimiento y cosechas en la agricultura de traspatio. También compartiremos algunos datos sobre la situación actual de esta comunidad, un poco más de veinte años después.

[b]Quintana Roo[/b]
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