de

del

José Luis Domínguez Castro
Foto: Andrés Beltramo
La Jornada Maya

Lunes 31 de octubre, 2016

Hace apenas unos cuantos días que nos enteramos que el papa Francisco había canonizado a un santo mexicano, de esos que se colaron al cielo gracias a la Cristiada… por cierto, un evento histórico que quizá a muchos católicos mexicanos hoy en día ya les importa muy poco, como tampoco es ya un tema relevante como lo fue para historiadores de la talla de Jean Meyer o David Bailey en los sesenta.

Buscando documentar mejor mi cultura sobre los santos, descubrí que hubo en México un santito español muy famoso llamado Gregorio López, quien vivió por el rumbo de Zacatecas la mayor parte de su vida allá en la Nueva España durante los primeros años de la Colonia (1542-1596). A pesar de su fama, bien ganada de hombre virtuoso y de haber sido el primer anacoreta laico en México que se retiró al valle de Amayac, cerca de Jerez, nunca alcanzó los altares como sus seguidores devotos lo hubieran deseado. En cambio, nos enteramos que un personaje similar, un tal Basilio, fue legitimado fast track, sin siquiera saber a ciencia cierta de su existencia allá en la Rusia de Iván el Terrible y se hizo famoso por andar peregrinando semidesnudo denunciando las mentiras de su tiempo. Si con eso bastara, ¿a cuántos mexicanos tendríamos que canonizar hoy día?...Ya tendríamos a San Javier Sicilia, al santo doctor Mireles, y otros.

Por otra parte, sabemos que casi con 500 años de presencia cristiana en México, Felipe de Jesús fue el primer mexicano canonizado y tuvo que ser martirizado en Japón para ser bien recibido en los altares mexicanos, al igual que el beato Sebastián de Aparicio subió con todo y su rueda de carreta con la que recorrió los caminos del altiplano. Y párele de contar: por muchos años no hubo más…. Pues ante esa escasez de virtuosos mexicanos por muchas décadas, se podría entonces explicar el hecho de que en los últimos años, al calor de la efervescencia guadalupana de papas y cardenales, y a partir de Juan Diego, o de los niños indígenas tlaxcaltecas masacrados, se haya desatado una promoción imparable de nuevos santos y beatos del Anáhuac: curas, monjas y laicos han ido engrosando desde México el santoral universal de los católicos, que suman ya 56 entre santos y beatos, sin que se vea claro el por qué “unos sí y otros no…” Ni son todos los que están…

¿Por qué, por ejemplo, y en un descuido (“aynas llega”) elevan a Marcial Maciel a los altares, pese a todo lo que hizo y deshizo? En cambio, difícilmente avanza la causa de un Félix Rougier, sacerdote francés radicado en el D.F., apoyado por todos los obispos de su época y que hizo mucho por nuestro país fundando más de diez obras en favor de todos los estratos sociales de mexicanos. Pero esta duda es universal, como lo son los alcances de la propia Iglesia católica. ¿Qué méritos tuvo, por ejemplo, el tal Escrivá y Balaguer, inventor del Opus, que le ha servido sobre todo a las clases más favorecidas, que no haya tenido cualquier otra modesta inspiradora de obras en favor de los más necesitados? Y ahondando en esta falta de claridad de criterios, el pueblo fiel y creyente tampoco entiende por qué no se autoriza, ni se recomienda a legendarios personajes tan eficaces y de tanta taquilla como el “santo Malverde” o por qué, con todo lo que se ha averiguado de Ayotzinapa, Julio César Mondragón no sube ya en automático a la categoría de mártir nacional.

Dejemos ese asunto de los santos y mártires en manos de los expertos y mejor centrémonos en los difuntos de carne y hueso y en los que se acercan precipitadamente a tan temido trance. Pocos escritores se han preocupado de La Soledad de los moribundos, como lo hizo con delicada precisión el sociólogo Norbert Elias, en su obra del mismo nombre publicada en español por el FCE (1989) y que recomendamos ampliamente, sobre todo a quienes, como recomendaba Galileo Galilei, ya debemos empezar la cuenta regresiva.

Pues son estas fechas justamente las que se vuelven propicias para una seria y personal reflexión ante la muerte, como también es buena época para observar la manera tan diversa y variopinta con que cada sociedad, cada pueblo, cada región, aborda el mismo trillado y conocido tema y la misma ineludible e infranqueable realidad de la muerte. ¿Quién nos iba a decir hace 20 o 50 años que en la Ciudad de México se iba a replicar el desfile de mojigangas y disfraces espectaculares inspirados en una película taquillera de hechura norteamericana, como parte de la celebración oficial y no por eso menos festiva de la muerte? ¿O qué antropólogo nos iba explicar por qué el alcalde de la ciudad capital yucateca se tendría que pintar la cara junto con todo su séquito (vivales incluidos: más vivos…!) para congraciarse con la ciudadanía emeritense y merecer “la vida eterna de la reelección”? Pues ni don José Guadalupe Posada, ni nuestro cercano Picheta se imaginaron algo así.

De cualquier forma, de los lúgubres rituales católicos en torno a la muerte con sus Dies Irae.. .(¡qué miedo!), a las verbenas festivas con todo y callejoneada de estos días, me merecen mayor respeto algunas tradiciones auténticas y por tanto despiertan en mí un mayor interés de reportajes como el de Pomuch y su peculiar forma de recordar a sus difuntos, ventilado en estos días por el corresponsal de La Jornada Maya y su descripción de la sana y buena tradición de limpiar sus huesos de uno en uno, con el mismo cuidado y asepsia con el que producen el pan que todos conocemos y compramos en el vecino municipio campechano. Me quedo de igual forma con el seguimiento a la renovación de los osarios multicolores de Hoctún en Yucatán o simplemente en la recordación del “ánima sola”, presente aún en algunos altares domésticos de la península.

Así pues, mientras son santitos o son pixanes, y mientras llegamos a las soledades profundas de los moribundos, nos quedamos saboreando con nuestros ausentes, como cada año, lo mismo en Quintana Roo, con o sin turistas, que en Campeche y Yucatán, con o sin elecciones inmediatas, las delicias de las comidas y bebidas vernáculas, “hasta que el cuerpo aguante”. Amén.

Mérida, Yucatán
[email protected]


Lo más reciente

Madre irá dos años a prisión por no pagar la pensión de sus hijos

La mujer no cumplió con la entrega del monto estipulado tras la separación de su pareja

La Jornada Maya

Madre irá dos años a prisión por no pagar la pensión de sus hijos

El ice bath gana adeptos en las playas de Quintana Roo

Consideran que la práctica ayuda a mejorar al 100 por ciento la calidad de vida

Ana Ramírez

El ice bath gana adeptos en las playas de Quintana Roo

Asisten 240 mil personas a la Filey 2024

Se ofrecieron más de 10 mil títulos de autores locales, nacionales e internacionales

Astrid Sánchez

Asisten 240 mil personas a la Filey 2024

Cada vez más hoteles de Cancún apuestan por la sustentabilidad: I Love México Travel

Más o menos 65 por ciento de los viajeros ya basan su decisión con pensamiento ecológico

Ana Ramírez

Cada vez más hoteles de Cancún apuestan por la sustentabilidad: I Love México Travel