de

del

Margarito Molina
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 2 de noviembre, 2016

Salvo escasas excepciones, no existe en la bibliografía conocida alguien que se atreva a ir un poco más allá de la etnografía regional para explicarnos la idea de la muerte que se tiene en todo México y, en específico, en Yucatán. ¿Realmente los mexicanos veneramos o tenemos un amor por la muerte, como se atrevió a decir Octavio Paz? Lo dudo.

Hay trabajos antropológicos memorables, como [i]Antropología de la muerte[/i], de Thomas Louis-Vincent, o [i]L’échange symbolique et la mort[/i], de Jean Baudrillard. En ellos se puede entender la concepción de la muerte en diversas sociedades. Conocí el trabajo de una enfermera, en el que se plantea que trabajamos culturalmente para vivir, pero no lo hacemos para morir.

Esta postura, ligada a obras clásicas, hace pensar que el hombre ama la vida y que la muerte sólo puede ser entendible a través de la creencia y el ritual.

Al intentar explicar la muerte, comenzamos a aceptar algo que de entrada se rechaza: el temor; pero, por su complejidad, la práctica de rituales pareciera ser un acto amoroso.

Nadie pone en duda el amor por los familiares desaparecidos. Una joven antropóloga, compañera de tareas, define y justifica razonablemente los rituales a los muertos en estos días “porque les tenemos afecto, los recordamos, los invocamos, los sentimos presentes…”.

Es tan contundente esta razón ligada al sentimiento, que parece justificación suficiente para entablar un diálogo con la muerte, como Edmund Leach lo define: un sistema comunicativo. Pero sigo dudando.

Algunos creyendo que es un estado transitorio y otros como algo definitivo, aceptamos la muerte. Imaginamos lugares donde se encuentra la muerte: el Mictlán, el Xibalbá, la Isla de Leuca o el Limbo, y hasta describimos con algunos detalles esos lugares míticos. Pero esas elaboraciones generalmente están acompañadas de temor o de castigo.

Al ordenar los espacios de los vivos y de los muertos, el hombre define su temporalidad en el mundo, su fragilidad y su unidimensionalidad; la trascendencia no es del hombre. En esa universalidad existen tres posibilidades para relacionarnos con la muerte: la aceptamos, la negamos o negociamos con ella.

Los días de muertos en México o en Yucatán son el tiempo para negociar con la muerte. Estos días entablamos un diálogo muy elaborado para que la muerte, representada en los familiares difuntos, visite a los familiares vivos.

Revisemos algunos elementos comunicativos de los mayas macehuales de Quintana Roo, para estos días. Es sólo una de las sesenta y tres formas que existen en el mundo indígena del país, para establecer comunicación con la muerte. Preparan y limpian la casa para recibir visitas. El primero de noviembre, en la iglesia maya, se destinan a los niños finados: en el altar disponen velas de colores, elotes cocidos, calabaza y yuca en dulce, cítricos sin cáscara y trece jícaras con atole nuevo (en el nivel trece del cielo está [i]hahal Dios[/i]), y se ordenan dos largas sendas de flores multicolores a lo largo del piso de la iglesia. Se invoca con plegarias a los dioses y se ofrecen los alimentos a los niños muertos. Se trata de un ritual colectivo, social.

Al día siguiente, los rituales se trasladan a la casa de los campesinos, a un ritual íntimo, familiar. Se dispone una sencilla mesa con cuatro filas de elementos: la primera, con la Santísima Cruz al centro, acompañada de ramitas de albahaca y atados de tortillas; una segunda fila de jícaras contendiendo el alimento, chirmole de ave, generalmente; una tercera fila de bebida (atole o chocolate con agua) y en la cuarta y última fila, las velas negras. Tanto el número de velas, recipientes de bebidas y alimentos, así como los atados de tortillas, deben de corresponder al número de muertos de la familia que, por su nombre, son invocados a comer con un canto llamado “responso” y la oralidad de la “doctrina” (conjunto de seis oraciones en maya y latín). Es el [i]hanal pixan[/i], la comida de las ánimas.

En el pórtico de la casa, se cuelga un aro de bejuco que sostiene un recipiente con algunas piezas específicas de chirmole: pescuezo, rabadilla o alas de pollo. Es la ofrenda para el [i]yum solo[/i] (ánima sola), el personaje que conduce al grupo de familiares muertos a la casa del campesino. El tipo de alimentos que se le ofrece es para que se “entretenga con los huesitos” y deje más tiempo y con tranquilidad a que coman los muertos con su familia de vivos.

Posteriormente, a los ocho días, los muertos son despedidos de las casas familiares y de la comunidad. De nuevo, se ofrecen plegarias y en la ofrenda se colocan los elaborados tamales horneados llamados [i]chachak wah[/i]. Los muertos se quedaron varios días visitando a los vivos y aceptaron la invitación a comer.

Esta es la sencilla forma de cómo los mayas del centro de Quintana Roo negocian con la muerte. No hay mayores elementos en la mesa de ofrenda, pero su complejidad y eficacia simbólica es evidente. En nada se parece, ni existen esos elementos estandarizados que son producto de un nacionalismo vasconcelista donde están presentes las calaveras de Guadalupe Posada o esos elementos propios de Janitzio o de Mixquic, y que representan ficticiamente al México adorador de la muerte.

Chetumal, Quintana Roo

[b][email protected][/b]


Lo más reciente

Sacmex denuncia sabotaje en pozo de la alcaldía Álvaro Obregón en CDMX

Reportó el hallazgo de un compuesto de aceites degradado en el agua extraída

La Jornada

Sacmex denuncia sabotaje en pozo de la alcaldía Álvaro Obregón en CDMX

La Mérida que se nos fue

Noticias de otros tiempos

Felipe Escalante Tió

La Mérida que se nos fue

Seis horas encerrado vuelven loco a cualquiera

Las dos caras del diván

Alonso Marín Ramírez

Seis horas encerrado vuelven loco a cualquiera

Dorothy Ngutter concluye su encargo al frente del Consulado de EU en la península de Yucatán

La diplomática se reunió con Mara Lezama durante una visita que realizó a QRoo

La Jornada Maya

Dorothy Ngutter concluye su encargo al frente del Consulado de EU en la península de Yucatán