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Miriam Duch
Ilustración: Ernesto Medina
La Jornada Maya

Viernes 2 de septiembre, 2016

Me parece muy atinada la descripción literaria de los frutos del mar que hace Leopoldo Alas Clarín en su Zurita: “Gertrudis tenía unos dedos primorosos para la cocina; era, sobre todo, inteligente en pescado frito… Con los mariscos hacía primores. Si se trataba de dejarlos con todos sus encantos naturales, sabiendo a los misterios del océano, la cocinera lograba conservar el aroma de la frescura y el encanto salobre con infinita gracia. Si le era lícito entregarse a los bordados culinarios del idealismo gastronómico, hacía de unas almejas, de unas ostras, de unos percebes o de unos calamares platos exquisitos”.

Para mi gusto, tal vez le faltó mencionar las truchas: palabra ésta con varias acepciones. La tercera se refiere a personas astutas, la segunda a un puesto ambulante. Aquí la que nos interesa es la que corresponde a un pez malacopterigio propio de ríos y lagos; también hay la trucha de mar (pez acantopterigio) que tiene apariencia de salmón pequeño.

Miguel Delibes, académico de la lengua ya fallecido, dedicó uno de sus textos más conocidos a las truchas. A lo largo de su carrera literaria recibió muchos premios. Entre los más significativos figuran el Nacional de las Letras Españolas (1991) y el Cervantes (1993). En 1973, en su discurso de ingreso a la Real Academia Española, se refirió con meridiana claridad a su trabajo literario: “Mis personajes son conscientes, como lo soy yo, su creador, de que la máquina, por un error de medida, ha venido a calentar el estómago del hombre, pero ha enfriado su corazón”.

En sus novelas se advierte el interés de destacar el apego a la tierra; la laboriosidad de la gente en contraste con el paisaje árido; la hospitalidad castellana a cargo de personajes desconfiados, solitarios, que se empecinan en defender sus costumbres y tradiciones.

En la singular antología Castilla, lo castellano y los castellanos, Delibes hace un viaje por los libros que escribió en homenaje a la tierra donde vino al mundo. Nacido en Valladolid, España, afirmaba que se divertía escribiendo. No eludía temas en el afán de ofrecer una imagen global de Castilla. En este contexto, lógicamente, presentaba frecuentes alusiones a la cocina.

De Mis amigas las truchas va, para concluir, el siguiente párrafo: “Pensando que la trucha, de darse, no se daría antes de las tres de la tarde, me dispuse a almorzar en el figón más a mano. La redonda mujer que atendía el bar, doblado de tienda de comestibles, envuelta en una bata de flores violetas, no parecía muy preocupada por impulsar el negocio: Unos choricillos y unas conservas; eso es todo lo que le puedo dar. Y bueno, como no había chuletas ni tortilla, comí unos dados de jamón y un pedazo de queso”.

[b]Mérida, Yucatán[/b]
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