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José Juan Cervera
Foto: José Juan Cervera
La Jornada Maya

Lunes 28 de noviembre, 2016

A pesar del renombre que adquirieron en vida o después de ella, la memoria de los grandes creadores nunca será suficientemente honrada. A muchos de ellos se les conoce a través de referencias indirectas, por menciones aisladas o como consecuencia de alguna aproximación parcial, que poco dice de su significado de fondo. Pero todo inicio puede remitir a un desarrollo integral que conecte con valores más claros y definidos.

Manuel José Othón (14 de junio de 1858-28 de noviembre de 1906) obtuvo el reconocimiento de sus contemporáneos, y hoy se le recuerda como uno de los poetas mexicanos cuya obra conserva el mismo vigor que tuvo en su época, no obstante los cambios en la apreciación estética que suelen acaecer a lo largo del tiempo. También fue dramaturgo y narrador, aunque su vena lírica fue la que lo condujo a la consagración literaria.

Si bien los relatos de Othón no rezuman la excelencia que alcanzaron sus [i]Poemas rústicos[/i], críticos como Luis Leal y Joaquín Antonio Peñalosa han señalado la correspondencia observable entre unos y otros, sobre todo en lo que se refiere a personajes y escenarios, pero también exhiben diferencias notables en el sentido que el autor confiere a sus textos a partir de la atmósfera que los envuelve dependiendo de cada forma discursiva, trátese de poesía o de prosa.

Peñalosa dice acerca de este punto: “En efecto, en algunos cuentos o narraciones -tan injustamente olvidados- de Othón, encontramos además de descripciones magistrales de la naturaleza, antecedentes y explicaciones de algunas de sus poesías, estos textos en prosa generalmente preludian y alguna vez postludian composiciones líricas”. Y a continuación enlista el paralelismo entre poemas como Voz interna y Lobreguez con el cuento [i]El exclaustrado; El himno de los bosques con Sobre la sierra; Noche rústica de Walpurgis con los relatos Coro de brujas y El nahual; Pastoral con El pastor Corydón[/i]. “Todo un interesante juego de vasos comunicantes”.

También Emmanuel Carballo alude al vínculo estrecho entre esos dos órdenes literarios, si bien pone el acento en la variable soltura con que el potosino se desenvuelve en cada uno de ellos y su habilidad para plasmar la belleza de los paisajes por medio de imágenes poéticas, cualidad que supo trasladar a su producción narrativa, en detrimento de otras virtudes que suelen ser apreciadas en ese ámbito: “Othón es descriptor más esmerado de la naturaleza que creador de personajes o conductor de historias”.

Lo cierto es que el autor de [i]El himno de los bosques[/i] produjo relatos que suscitan interés, a veces sugiriendo un clima sobrenatural con seres que en determinadas circunstancias pueden percibirse aterradores, pero que a la larga resultan tan pedestres como cualquier aldeano. Tal es el caso de [i]El nahual[/i] y [i]Coro de brujas[/i], que logran transmitir una tensión orientada al desenlace que de ningún modo defrauda al lector.

En general, la obra narrativa de Othón describe la vida rural que conoció y vivió intensamente, gracias a sus continuos viajes y a sus aficiones cinegéticas. En ella pueden hallarse escenas costumbristas y expresiones populares que imprimen realismo a sus textos. En algunos de ellos pone de relieve las desigualdades sociales y los abusos de los terratenientes decimonónicos contra los desposeídos.

En lo que toca a su dramaturgia, desde su juventud escribió varias obras, en las que tiende al tratamiento de historias trágicas, exceptuando [i]Viniendo de picos pardos[/i], en la que pone de relieve un humor que fue excepcional en su escritura. En este género se advierte la influencia que sobre él ejerció el español José Echegaray, a quien admiró al punto de hacerle llegar a su país un ejemplar de su poemario más importante, libro que según registra una anécdota, el dramaturgo extranjero nunca leyó, dejándolo intonso hasta que un escritor mexicano lo trajo al país.

La conciencia trágica de los últimos acontecimientos de su vida, su constitución enfermiza y la pobreza que siempre lo rondó lo llevaron a escribir poemas como su tardío [i]Remember[/i] (1905), que dice así: “Señor, ¿para qué hiciste la memoria,/la más tremenda de las obras tuyas?.../Mátala por piedad, aunque destruyas/¡el pasado y la historia!…”. Sin embargo es el recuerdo, unido a la admiración deslumbrada, lo que su mérito artístico impide regatearle.

Mérida, Yucatán

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