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José Juan Cervera
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 21 de diciembre, 2016


Las obras literarias cumplen un propósito estético, y esto redunda en su apreciación y en su disfrute. Del mismo modo, sus creadores ponen en práctica una serie de procedimientos especializados para realizarlas, a la vez que se inscriben en un contexto sociocultural concreto, que cambia con el influjo de las épocas y de los lugares en que se producen, cualidad que las convierte en objeto de estudio.

Es deseable que una misma obra llegue a gozarse y estudiarse en diferentes momentos, incluso en ocasiones sucesivas. Y es así porque el aprendizaje que pueda obtenerse de ella no se limita a su contenido explícito, sino que se extiende también al análisis de su estructura y de las técnicas que la fraguaron, así como a los recursos estilísticos que el autor puso en juego para su composición.

Además del estudio de los elementos formales de un texto, la crítica y la historia literaria aportan sus propios métodos de esclarecimiento de este admirable campo de la creación artística al proponer enfoques y medios de aproximación conceptual a los productos de la escritura.

Tanto la historia literaria como la crítica que de ella se ocupa requieren el conocimiento de autores, movimientos y obras provenientes de distintos espacios y temporalidades, sin tratarse sólo de los que han sido consagrados por aquello que ha pasado a llamarse el canon occidental, sino también de todo lo que en el mismo tenor ha surgido en los ámbitos nacionales y locales, aunque las clasificaciones que para unos y otros puedan sugerirse resulten ambiguas, pero necesarias para comenzar a entenderlas en su interrelación constante.

Son precisamente tales vínculos dinámicos los que nos conducen a la necesidad de atender y examinar las tradiciones literarias propias y ajenas, si la proximidad geográfica fuese la condición que nos permitiese definirlas, pese a todas las dificultades que las evasivas identidades sociales nos imponen para su discernimiento. Será posible descubrir entonces que el sentido de pertenencia puede ser tan difuso o preciso como la estrechez o la amplitud con las que incorporamos a nuestros marcos de referencia cultural los componentes simbólicos que describen nuestro ser colectivo.

Sin embargo, queda el compromiso de mirar más allá de lo inmediato para percatarnos igualmente de la complejidad y de la riqueza, de la variedad y de la persuasión que pueden conmovernos o instruirnos si observamos los terrenos contiguos, los territorios distantes y los puentes que los comunican entre sí, para concebir en toda su magnificencia esa realidad plural que las letras constituyen para hacer de su presencia entre nosotros un valor universal.

Mérida, Yucatán

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