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Kalman Verébelyí
Foto: José Antonio López
La Jornada Maya

Viernes 30 de diciembre, 2016

Una vieja regla del periodismo es que si no sabes cómo comenzar tu artículo por la gran cantidad de acontecimientos y aristas que tienen los sucesos actuales -la gasolina, en nuestro caso-, lo mejor que puedes hacer es enumerar lo que quieres decir, sin orden jerárquico alguno, y cuando te sientas perdido como en un bosque, donde no puedas ver la salida, vacía tu mente, y el análisis solito, como arte de magia, saldrá.

Sigamos este viejo consejo, y enumeremos:

Desprecio de la población por parte de los políticos; verdades argumentativas envueltas en mentiras; no sabe la mano derecha qué hace la izquierda; rebelión en la granja (no en el sentido amloista).

Comencemos con este último. La torpeza del gobierno mexicano que calendarizó el comienzo de su fin para la época navideña, pensando que al mexicano le interesa más el pavo, la chela, la visita de sus familiares, que su propio futuro, desató la mayor crisis que el gobierno de Peña Nieto haya protagonizado jamás. Lo de la visita de Trump pareció ser la última gota en el proceso del desprestigio, pero diciembre ha superado con creces esta opinión.

Aún nos falta un largo camino para saber dónde llegará, en qué parará. Y sin el riesgo de equivocarnos, podemos afirmar que la democracia mexicana es una farsa, porque la forma en la que se elaboró fue en secreto, como se comunicó el alza a los combustibles.

La liberalización del mercado ha destapado el carácter autoritario del sistema político, donde la palabra democracia se utiliza para obtener votos que posibilitan el estar cerca del fuego, para encubrir los excesos del poder, donde el ejecutivo, junto con los integrantes de la clase política nacional y local, se siente sucesor de los emperadores aztecas, dueñas de la suerte de todos. Se creen dioses intocables a quienes como a las flores no se les puede tocar ni un pétalo: miles de “Moctezumas” y “Cuauhtémocs” dirigiendo a un mar de 120 millones de súbditos.

Dicho con palabras más claras y coloquiales: nos están viendo la cara de pendejos. Se nos considera gente sumisa que sólo extiende la mano para recibir unas migajas de la riqueza, y con ello ya nos tienen contentos. Esta vez al ejecutivo se le pasó la mano: no avisaron ni a los legisladores, ni a los gobernadores y con ello los empujaron al lado de las masas enojadas.

Las primeras acciones ya están a la vuelta de la esquina: un senador panista exigió movilización masiva ante el auditorio de una cadena nacional de radio; el PRD ya hasta le puso fecha: el 15 de enero. Varios gobernadores, entre ellos el de Jalisco, Morelos y el campechano Alejandro Rafael Moreno Cárdenas, ya tiene fecha para discutir sobre el quehacer del futuro inmediato.

Estas acciones podrían ser los primeros pasos para la rebelión en la granja (no en el sentido amloista). Y que la mano izquierda no sabe qué hace la derecha; tenemos como ejemplo el del PRI cuyo dirigente nacional, como eficiente lamebotas ha emitido un comunicado donde justifica el alza de los precios de entre 16 y 20 por ciento con los mismos argumentos que los distintos secretarios y subsecretarios de Hacienda.

Ochoa Reza, como discípulo eminente de Meade sobresalta el sacrificio del estado mexicano por haber subsidiado el precio de los combustibles. Más de un billón de pesos en la última década; sentencia. Es una suma fuerte, secunda Meade que supera en cien veces el apoyo de leche que se otorgó en ese lapso.

Tienen razón, un estado que subsidia cualquier producto, a largo plazo se empobrece. Y explican las bondades del cálculo de los precios que ahora sí ya nos llevan a la modernidad: seremos como los otros países del OECD. Lo que no mencionan qué pasó con la diferencia de lo presupuestado y el precio del mercado del petróleo en los años de la bonanza cuando el barril se vendió hasta en 125 dólares. En el presupuesto de 2010, 2011 se fijaba el precio esperado en 80 dólares por barril, con esta cifra se calculaban los ingresos y por consiguiente los egresos, los llamados planes sectoriales de desarrollo.

Calculemos un poco: México a principios de la década produjo dos millones 200 mil barriles diarios. Y entre lo presupuestado y el precio real del mercado internacional, en promedio, hubo una diferencia de 30 dólares por barril. Hablamos de 66 millones de dólares diarios cuyo destino se desconoce. En precios actuales esta cantidad supera los mil 300 millones de pesos. Al año hablamos de 500 mil millones de pesos. Aunque reconocemos que no toda la década fue tan bondadosa en cuanto a los precios, a la diferencia entre lo presupuestado y la factura real. Así que no hablen de las consecuencias negativas de los subsidios, sino expliquen dónde están estos varios billones.

La difusión del comunicado de Ochoa Reza por parte de la dirigencia estatal del PRI de Campeche podrá tener consecuencias desfavorables para el futuro político de Tito porque su ignorancia lo arrojó al lado opuesto de las intenciones del gobernador Moreno Cárdenas, quien como sabemos no es muy dado a aceptar opiniones contrarias al suyo. Sin embargo, este diminuto episodio campechano ya nos indica que el río apenas empieza a revolverse, habrá dimes y diretes, aflojas y aprietas, cabezas rodando. Si no son las nuestras sino los del poder, bienvenidas.

Hay algo que no me explico: apenas hace unas semanas se aprobó la Ley de Presupuesto. Fue Meade quien entregó el “paquetón” que no contenía nada respecto a los subsidios de los combustibles. Era una de las rúbricas acostumbradas. ¿Dónde se invertirá, en qué programa se incluirá el dinero así liberado? Hablamos de 285 mil millones de pesos. Y no sabemos si el cálculo se hizo mal, nunca se destinó dinero alguno para subsidios o no se encontró su fuente. Otro boquete, otro apretón al cinturón no se hubiera podido explicar. Pero hacerlo de esta manera, con dividir el país en 90 zonas, donde la diferencia es de algunos centavos por litro, con calendarización que si se llega a concretar perjudicará de manera sensible a los estados de la Península de Yucatán. Es que al último siempre le llega lo que nadie quiso antes. Campeche, las áreas rurales de Quintana Roo, de Yucatán no obtendrán nada de las supuestas bonanzas, pero sí las consecuencias: precios elevados que mermarán la endeble economía rural.

[i]San Francisco de Campeche[/i]


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