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del

Tabacón B. Linus
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 23 de enero, 2017

La humanidad requiere, de vez en vez, momentos de refundación. Uno de esos momentos se dio hace 240 años, cuando en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, se estableció que había ciertas verdades autoevidentes, tales como el que todos los hombres son creados iguales, que están dotados de ciertos derechos inalienables como la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.

Aún más, el documento señalaba que la obvia razón para la existencia de los gobiernos, era garantizar esos derechos; y que cuando los gobiernos se vuelven destructores de esos principios, el pueblo tiene derecho a reformarlos o abolirlos -con prudencia- para generar una nueva forma de gobierno que propicie de mejor forma la seguridad y felicidad.

Nunca antes un pueblo había hecho una declaración de ese tipo. Hoy el documento nos puede parecer obvio, pero en ese momento era absolutamente revolucionario; producía una nueva conclusión sobre la evolución de la historia política de la humanidad. Y, quizá por eso, la Declaración de Independencia se ha convertido en el faro que ha guiado nuestro razonamiento más esencial sobre la democracia y los gobiernos en el mundo occidental. Dejó de ser un documento nacional y se volvió un referente casi universal.

La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, propuesta durante la Revolución Francesa, fue en gran parte inspirada por la nueva conclusión histórica y política que proponía la Declaración de Independencia, y desde ahí siempre hemos regresado a esa innovación que este año cumplirá 240 años.

Casi todos regresan a esas verdades autoevidentes, así sea José María Morelos en sus Sentimientos de la Nación de 1813, en México; Martin Luther King en los años 60, en los propios Estados Unidos; Nelson Mandela en su autodefensa, ante los tribunales sudafricanos, o en las últimas marchas ciudadanas ante la incertidumbre que Donald Trump siembra. Vamos, incluso aquí y hoy, regresamos a ese documento ante nuestras más sentidas y recientes decepciones en la arena pública mexicana.

¿Cuál es el problema que quiero plantear con todo esto? El problema es el siguiente: no hemos innovado a fondo para dar paso a una nueva etapa de verdades autoevidentes. Estamos atrapados en la historia, buscando en el pasado soluciones para nuestro momento, y eso es traicionar el espíritu de lo que hace 240 años cambió la lógica de la lucha y organización política y pública del mundo.

La Declaración de Independencia no rechazaba o hacía tabla rasa de la historia, por el contrario, lo que hizo fue masticar toda la historia previa, digerirla, condensarla, entenderla y extraer una nueva verdad. Nosotros como generación no hemos querido asumir esa responsabilidad y audacia para generar una nueva reinterpretación de la experiencia humana, nos da flojera conocer y, aún más, intentar entender la historia, y por eso el mundo parece retroceder a nuestro alrededor o alejarse de lo mejor de nuestro espíritu como humanidad.

Quienes escribieron la Declaración de Independencia querían ver hacia adelante, porque consideraban agotados -pero no irrelevantes- los ciclos previos. Entendían que a ellos les tocaba iniciar un nuevo capítulo y construir -con toda la sabiduría hasta entonces acumulada por la humanidad- un nuevo ideal de orden público y político.

Nosotros estamos obsesionados por encontrar claves simplonas en el pasado para entender y guiar nuestro futuro, o por creer que el pasado es irrelevante, que el mundo se reinventa cada día en el frenesí mediático. Obviamente, esos no son los caminos. Nos corresponde escribir una nueva Declaración de Independencia; una que haga un nuevo resumen de la historia y extraiga la lección que ahora necesitamos. Debemos volver a conocer y reinterpretar toda la experiencia política y social previa (y no rechazarla frívolamente), para generar un nuevo rumbo y nuevas opciones para nuestro tiempo.

Hay que construir nuestras nuevas verdades autoevidentes, en lugar de tratar de actualizar -hasta el hartazgo- las que ya cumplieron su ciclo. Tenemos que hacernos responsables de nuestra circunstancia, porque ya transcurrieron 240 años y no podemos ser adoradores de un pasado que, si bien, fue transformador e inspirador a nivel global, nunca quiso ser eterno o limitado a las innovaciones en una sola nación. Tampoco podemos creer que el mundo se esfuma y renace con cada [i]trending topic[/i].

Tal vez para evitar a los Trump, a los Peña, a los Le Pen, al nuevo racismo, a la misoginia, y decenas de cosas más, podríamos empezar por decir cosas tan rudimentarias como el que consideramos autoevidente que los seres humanos (no los hombres) son creados iguales, sin importar su pertenencia étnica, nacional o religiosa, que todos tenemos derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, a formar una familia sin importar la preferencia sexual, a buscar la felicidad a través de un empleo que no nos convierta en simple materia prima, que el acceso al poder no puede ser monopolio de los partidos políticos… y tantas cosas más; pero hay que hacerlo ya.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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