Paul Antoine Matos
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 27 de enero, 2017

Con su mirada penetrante y el cuerpo erguido horizontalmente, los guerreros emplumados se retan, incitándose mutuamente al ataque. La pelea inicia y los picotazos aparecen en el cuerpo del rival. Los gallos son gladiadores. En los talones llevan unas espinas artificiales, conocidas como espuelas, para desgarrar al otro. La multitud ovaciona al vencedor.

La pelea de gallos es una tradición de décadas en los municipios de Yucatán, México y otras partes del mundo. En la Feria de la Naranja, en Oxkutzcab, se llevó a cabo durante la semana que dura el evento.

En la Feria de la Naranja se pagan 30 pesos por entrar al casteo de gallos. No es palenque, especifican los organizadores, para evitar problemas con las autoridades. Por ese dinero, una noche de viernes ferial se transforma en 18 combates de 20 minutos, desde las 21 horas hasta las cuatro de la madrugada.

Las peleas siguen los rituales del boxeo: los contrincantes tienen distintos estilos de pelea, y son pesados antes del combate; también se les colocan las espuelas, de plástico, de gallos o de pavos. Se les hila primero, y luego con cera ardiente se les adhiere a las amarillentas patas. Ya en el ruedo, los dos galleros que se enfrentan los muestran al público.

"Doy 250 pesos por el pinto, ¿quién lo iguala?", grita un asistente, sacando un billete verde y uno rosado. Otro le responde de la misma forma, con dos Nezahualcóyotls y un Siervo de la nación, por el gallo blanco y negro.

[b]El ritual del combate[/b]

Los dueños se colocan frente a frente, muestran los gallos al público. Los cuerpos emplumados se tocan. La mera cercanía de otro hace que se agredan. Una vez en el suelo, los picotazos comienzan.

Al nivel del suelo, los gallos modifican su postura y se posan horizontalmente, para mirarse y estudiarse. El análisis concluye y uno de ellos va a la carga.

En su gorra, Manuel Vázquez tiene un emblema con el animal que pelea en esos momentos. El hombre es el presidente del club La Huerta y la Federación Nacional de Criadores de Aves de Combate y Sección Nacional de Aves de Combate, en sus ratos libres se dedica a la crianza de los plumíferos.

Es productor de cítricos, como naranja y limones; también de zapotes y aguacates, pero desde los 12 años inició en las luchas de gallos. Un tío le regaló un ave a esa edad, pero su abuelo también disfrutaba de estas peleas, tanto que incluso acudía a Muna en carreta para jugar.

Manuel ha recorrido todo Yucatán y el sureste mexicano para llevar a sus retadores a pelear en municipios como Tizimín, Panabá e Izamal, o las ciudades de Cancún, Isla Mujeres, Cozumel, y Villahermosa. Hoy son más de mil galleros en la entidad, expresa.

[b]Preparar al campeón[/b]

Para criar un gallo se requiere de una inversión de mil 200 pesos y un año y medio de cuidado, indica. El pollo se obtiene de un semental de sangre pura español, brasileño, cubano o de Puerto Rico, que vale entre 12 mil y 15 mil pesos, que preña a una gallina que al año da a luz a unos 150 animales, expresa.

Tras la jornada laboral y en el tiempo libre, se les alimenta, desparasita, baña y cuida durante 18 meses para prepararlos para las peleas, mientras que los no aptos son sacrificados para alimentación, indica. “Es un proceso muy bonito, porque es un tiempo que estás activo no ocioso.

“No se les enseña a pelear, lo traen en la sangre; sólo se les acondiciona con resistencia para que aguanten la pelea. Es como un boxeador”, afirma.

El choque ocurre. El gallo pinto carga contra el albinegro; la cabeza del primero se estrella contra el pecho del segundo. El más oscuro se eleva por los aires y lanza una patada al atacante, pero falla.

Regresan a la calma y ambos adquieren la pose del dinosaurio. En la película Parque Jurásico, el dilofosaurio amenaza a uno de los personajes mostrando una corona que se extiende alrededor de su cuello; con los gallos sucede lo mismo: plumas se erizan y extienden. Es el segundo asalto.

“Cada gallero con su método de lidiar, cada maestro con su librito”, expresa el criador. “Las peleas son muy emocionantes, son muy apasionadas. El que lo ve, se mete a la crianza de los animales. Los fines de semana los cazamos para medirlos y saber los resultados que tenemos.

“El entrenamiento es de carrera, al igual que un atleta. Cruzan los guantes con otros gallos, pero protegidos para que no se dañen; es un deporte que nos gusta mucho”.

[b]Un tema de libertad[/b]

Las peleas se realizan en la mayoría de las fiestas de todas las poblaciones, con excepción de la capital Mérida, donde el gobierno municipal las prohibió hace ya varios años. Al menos, legalmente, ahí no hay.

Las peleas de gallos vienen desde hace mucho tiempo, pero ha evolucionado con la gente que se dedica a ella, indica. Cada gobierno, dependiendo de la gente que suba y sus gustos, elije si mantener una prohibición o permitir la libertad, asegura Manuel.

Y añade, con un mensaje a los prohibicionistas: “no se puede marginar a una persona por lo que a ti te gusta, hay que ser libres, hay que ser abiertos”.
Justifica sus palabras con el ambiente que se vive en el casteo. Familiar, dice. Por el costo, la música y los gallos, menciona.

Quienes se dedican a criar las aves de combate no caen en vicios, por lo que este deporte es preferible a otras cosas que ocurren en los municipios, asegura. “Así se quita del vicio, de la droga. Es un deporte que lleva mucho tiempo, por el entrenamiento y cuidado, es más sano a que estén en la calles drogándose”.

Varios jóvenes, de entre 15 y 20 años, observan el desarrollo del combate, que es menos violento y cruel de lo que uno esperaba encontrar. El gallo pinto comienza a correr alrededor del ruedo, mientras el blanco y negro le persigue.

“Es jugador”, dice uno de los asistentes al referirse al que corre. Gira una y otra vez por toda la tierra, hasta que el otro ataca con un picotazo y obliga a su rival a detenerse para voltearse y defender.

Por unos segundos, el enfrentamiento regresa con los últimos rasgos de salvajismo evolutivos que sus ancestros dinosaurios les heredaron. Después, su ADN de gallina se reactiva y reinicia sus círculos alrededor del ruedo, mientras el público cuestiona a los organizadores si “¿es pelea o carrera?”.

El picotazo, el enfrentamiento y la huida se repiten varias veces. El perseguidor se cansa. Se detiene en seco y deja la pelea de lado. La víctima de hace un momento ahora es atacante.

La estrategia del pinto fue agotar a su rival, como lo haría Floyd Money Mayweather, y responde. Aplica la máxima de Muhammed Ali, “vuela como mariposa, pica como abeja”.

El arte de la guerra del Pretty boy con plumas le funciona y el rival albinegro esconde la cabeza entre la publicidad.

Uno de los jueces lo retira del escondite, al que regresa, como avestruz. El gallo está asustado y temeroso, pero el rival sigue su inquebrantable embestida. “Se ve que viene de Tekax, eso es tortura”, se escucha a una voz gritar.

El que huye encuentra un espacio para cruzar el ruedo y volar con las pocas plumas que le quedan, ya que es rapado debajo de sus alas. Se dirige hacia el público, pero el depredador lo imita. Dan por concluido el combate.

Las apuestas son pagadas, aunque algunos buscan evitar cumplir lo pactado, entonces los amigos se enfrentan por doscientos pesos. Ahora es la pelea de gallitos, aunque uno se aleja del enfrentamiento y el otro discute con un tercer colega, sobre el dinero que le deben. El alcohol habla.

“El gallo muerto se recoge y se quema o se alimenta a los perros. No se aprovechan porque tiene vitaminas”, reconoce el gallero.

El público en batalla

En otro enfrentamiento de la noche, el gallo cenizo enfrenta a uno chocolate. Es un choque más directo que el anterior. Ya no se evitan; van a la batalla sin miedo. Sus cabezas chocan, tal como ocurre entre los boxeadores, pero continúan sin detenerse.

En las peleas de gallos hay hombres y mujeres de todas las edades. Una de las asistentes, de unos 25 años, se suma a los gritos de la mayoría de los hombres.

-Vamos gallo, apúrate –grita ella- ¡Tírale! ¡Eso!

-No te hace nada, no te hace nada –se suma otra voz masculina. Los picos están llenos de pequeñas plumas blancas-grisáceas del contrincante.

-Golpe a la cabeza, a la cabeza –exclama un tercero- apúrate pollo, arriba, arriba.

Los gritos sólo alebrestan más a los animales. Uno de ellos, el chocolate, cae fulminado. Nocaut.

El juez comienza a contar. Uno, dos, tres… 10, 20 “¡Levántate!” gritan unos, mientras los que apostaron a favor del que se mantiene en pie esperan expectantes, con nervios en sus carteras, para que el otro se mantenga tirado sobre la tierra. La cuenta sigue, 40, 50, 55, 56, 57, 58, 59. Victoria.

“El perder es una frustración porque ves que, tras un año y medio, tu trabajo no dio resultados, pero es satisfactorio cuando da unas buenas peleas. Cada gallero pone su mejor empeño en sacar los mejores animales”, expresa Manuel Vázquez.

Los siguientes gallos son preparados para enfrentarse. El alcohol comienza a correr, ofrecen cervezas, vodka, whisky, tequila y más. Los picotazos continúan y las plumas vuelan mientras los animales embisten.


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