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Felipe Escalante Tió
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 31 de enero, 2017


A principios de este mes, Meryl Streep se refirió a una actuación aterradora realizada en la vida real, no en el escenario. Hablaba de Donald Trump y su patética imitación de un reportero con discapacidad motriz, alguien a quien el hoy presidente de Estados Unidos “superaba en rango, poder y capacidad de defenderse”, y remató: “Ese instinto de humillar, cuando está modelado por alguien en la plataforma pública, por alguien poderoso, se filtra dentro de la vida de todo mundo, porque como que da permiso para que otra gente haga lo mismo”.

Sí, prácticamente hemos aceptado que Donald Trump es la síntesis de todo lo maligno para el mundo entero, incluyendo para quienes votaron por él, pero mientras no veamos que en nuestro espacio se da un desprecio hacia los más débiles, nos igualamos a él.

Francisco, un chico con Trastorno de Espectro Autista cuya historia publicamos ayer, lo sabe. A sus 15 años ha tenido que enfrentar a una estructura que lo supera ampliamente en fuerzas y capacidad de defenderse: la escolar. El resultado ha sido previsible: su exclusión y aislamiento.

Lamentablemente, la historia de Francisco no es única. Cada año, padres de niños con alguna discapacidad pasan por el mismo calvario. Prácticamente ruegan que sus hijos sean aceptados en la institución cuya puerta tocan, suelen agradecer la admisión, incluso si es condicionada a hacer un gasto y esfuerzo mayor para pagar un monitor, al cual también deben localizar; pero también se encuentran con “maestros” que ignoran la presencia del alumno con necesidades especiales de aprendizaje y menos están dispuestos a hacer adaptaciones curriculares. Esto ocurre en buena parte de las escuelas de Yucatán.

Georgina, la madre de Francisco, pasó por tres escuelas particulares y un Centro de Atención Múltiple, con cuatro malas experiencias. La última, de inspiración religiosa, a la que llegó tal vez atraída por la promesa de un ambiente en el cual se enseñan los valores cristianos. La segregación de Francisco y el [i]bullying [/i]que sufrió demuestran que ahí se imparte precisamente lo contrario. Como padres, especialmente cuando buscamos la enseñanza de “valores” en la escuela, debiéramos fijarnos en los colegios; si no hay niños con discapacidad a los que se vea contentos, si no hay niños con distintos tonos de piel, ojos y cabellos, esa escuela no promueve uno de los principales valores cristianos, el amor al prójimo. Y los primeros maestros en éste somos precisamente los padres.

¿Hay responsabilidad de las autoridades? Me temo que sí. Georgina escogió desde el principio instituciones privadas, considerando que las secundarias públicas serían incapaces de brindar a su hijo la atención adecuada. Si su percepción es errónea, por desgracia es compartida por muchos. Deseamos saber si en los colegios “de gobierno”, un chico con discapacidad podrá salir adelante, garantizando su integridad física y mental, así como su integración plena a la comunidad escolar y eventualmente a la sociedad. Ese sí sería un gran escudo escolar, aunque implica un enorme esfuerzo para hacer adecuaciones curriculares a cada niño con necesidades especiales de aprendizaje, así como de sensibilización a estudiantes, padres y profesores.

La Comisión de los Derechos Humanos del Estado de Yucatán (Codhey), al responderle a Georgina que no podía intervenir por tratarse de instituciones privadas, se mostró como el organismo “sin dientes” que muchos desean. A Francisco se le ha negado el derecho a la educación, y por lo menos se pudo hacer un llamado público a erradicar la discriminación en las escuelas.

La gran pregunta para la sociedad yucateca es si Georgina y Francisco deberán continuar solos. Hasta ahora, cuentan con apoyo médico y sicológico, pero esto será insuficiente hasta que Francisco tenga un lugar digno, en el cual reciba respeto y sea tratado como un igual. Intelectualmente, lo es.

Sobre la discapacidad, en general, y sobre el autismo, en particular, seguimos ignorando mucho. Sin embargo, la mayor ignorancia es sobre las batallas que enfrentan las familias en las que un miembro tiene alguna discapacidad o trastorno. Si nuestra respuesta como sociedad es seguir ignorándolos, burlándonos, aislándolos, en lugar de escuchar, comprender, adecuar e integrar, no tenemos el más mínimo derecho de juzgar a un Donald Trump. Seríamos iguales a él, en menor escala.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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