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Pablo A. Cicero Alonzo
Foto: Grafitti de Bansky, en Cisjordania, de Vostokzapad Wordpress
La Jornada Maya

Martes 31 de enero, 2017


Y cuando desperté, Chito May seguía ahí. Lo descubrieron mis hijas, en una barda blanca de mi casa; una tipografía estilizada, hecha con plumón indeleble. Me imagino a Chito, a quien no conozco pero tengo una ligera sospecha de quién es, viendo su nombre, orgulloso. Marcó su territorio, su terreno, en un afán de confirmar su existencia, su efímero paso por este caótico mundo. No necesitó poner adjetivos, ni especificar a quién ama o a qué pandilla pertenece. Es él, y nada más; negro sobre blanco. Tal vez un grito mudo, desesperado de un individualismo en fuga.

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El jefe de gobierno más fascista del mundo no es Donald Trump. Es, paradójicamente, el líder de una nación pisoteada por los nacionalismos. Benjamin Netanyahu apoyó, en el esquizofrénico tablón en el que se ha convertido Twitter, la decisión de Trump de construir un muro en la frontera. «Yo construí un muro en la frontera sur de Israel. Paró toda la inmigración ilegal. Gran éxito. Gran idea», presumió el descendiente de quien tal vez murió encerrado en un pogromo.

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En contraste, los descendientes de los que encerraron a los judíos en guetos le imploraron a Trump, hace unos días, que no construyera el muro. La semana pasada, el alcalde Michael Müeller dijo que «nosotros los berlineses sabemos muy bien cuánto sufrimiento provocó la división de un continente, consolidada por alambre de púas y concreto», e indicó que los habitantes de Berlín «no debemos aceptar con los brazos cruzados que toda nuestra experiencia histórica sea descartada por aquellos a los que en gran medida debemos nuestra libertad, los estadunidenses».

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Regresemos a Israel. Ahí se rodó parte de la película [i]Guerra Mundial Z[/i] (2013, dirigida por Marc Forster). La única ciudad que aguantó el sitio de una legión de zombis con hambre de cerebros fue Jerusalén, precisamente por la muralla de la que presume Netanyahu. Sin embargo, los muertos vivientes logran, como un inmenso enjambre, violar la seguridad de la supuesta ciudad sagrada.

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Precisamente en ese muro, el grafittero Bansky demostró que el arte de Chito May puede alcanzar lo sublime. En 2005, pintó nueve grafittis. Uno de ellos es el que ilustra esta página: la silueta de una niña que se eleva con los globos de sus esperanzas a un mundo mejor. Netanyahu, declaró Bansky, «ha convertido a Palestina en la prisión abierta más grande del mundo». Al preguntarle por qué pinta graffitis en lugares tan polémicos, evade la pregunta: «No pretendo hacer del mundo un lugar mejor; sí, más vistoso y bonito».

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La febril imaginación de los mexicanos, me imagino febrilmente, será como los globos de la niña palestina. Es una obra inútil, un dique endeble a los sueños. «No es asunto de México si el gobierno de Estados Unidos quiere aumentar su deuda nacional construyendo un elefante blanco en su propio territorio», acotó sabiamente Ernesto Zedillo cuando rompió el silencio y se refirió a Trump y a sus despropósitos.

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El constructor de la Gran Muralla China fue Qui Shi Huangdi, casi tres siglos antes de Cristo. El precio que pagó por el muro fue la causa de su ruina y el aniquilamiento de la dinastía que con bombo y platillo iniciaba. En la construcción de la muralla empleó recursos en detrimento de otras obras que podían beneficiar a su pueblo, además de que empleó a tres millones de personas que representaban al 15 por ciento de la población, y que fueron arrancados de sus obligaciones en el campo, por lo que hubo carestía en el imperio.

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Este viernes 3 se estrena en México la película [i]La Gran Muralla[/i], protagonizada por Matt Demon. La cinta se caracteriza por ser la más costosa hecha en China, con un presupuesto de 135 millones de dólares, así como contar con la presencia de muchos actores de ese país y ser la primera cinta dirigida por Zhang Yimou, rodada en idioma inglés. En el épico guión, [i]La Gran Muralla[/i] sirve para detener monstruos devoradores de carne humana.

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Chito May, sospecho, es panista. En las últimas semanas, en comisarías de Mérida, han aparecido diversas pintas, en las que se puede medir el grado de ebullición de la contienda interna que se vive —y sufre— en el PAN. Leyendas a favor de Renán Barrera Concha y en contra de Mauricio Vila Dosal nos hacen vaticinar el futuro de ese inmenso lienzo que amenaza nuestra frontera: Mentadas de madres a Trump, descalificaciones a políticos mexicanos, anuncios de bailes populares…

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En Mérida, hay una muralla —real y metafórica— que marca la frontera entre el Norte próspero y el Sur jodido. Se trata de la que delimita al aeropuerto. Hace unos días se anunció que el Plan Estratégico de Yucatán solicitará al Ayuntamiento de Mérida que se derriben esos muros, para que la zona forme parte integral en la construcción del nuevo circuito sur. «Proponemos convertir los muros del aeropuerto en enrejados para que haya una visión hacia adentro. Es necesario tumbar las bardas, así está en todo el país. Vamos a preparar un documento para presentarlo al Ayuntamiento, para que haga las gestiones correspondientes», señala Humberto Sauri Duch.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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