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Giovana Jaspersen
Foto: Miguel Durán
La Jornada Maya

Viernes 3 de febrero, 2017


En maya yucateco, [i]Yaaj [/i]puede significar tanto amor como dolor; mientras que [i]Ts'aak[/i] puede referirse a veneno y medicina. Esta polisemia, además de ser de sabiduría casi poética, verbaliza una realidad pareada y complementaria, mucho más realista que los opuestos de la tradición occidental. Habitamos un mundo lleno de venenos que curan y curas que matan; los ejemplos saltan a borbotones, en temas de tanta vanguardia como el TLC o la relación turismo-patrimonio cultural.

Muestra es el caso de Egipto, que después de ser destino favorito cayó por ser escenario de conflictos armados y políticos. Pasó de tener alrededor de 15 millones de visitantes en 2010 a 9 millones en 2015 y casi la mitad de estos en 2016. El país transcontinental, que conserva la más temprana de las maravillas del mundo antiguo -la única aún en pie-, nos dejó saber que la conservación de los monumentos que antes estuvo amenazada por el exceso de turistas está hoy en riesgo por falta de los mismos. Imaginemos lo que significa, en capital, el patrimonio y su cadena de consumo, si ha golpeado no sólo la conservación sino a la economía entera de la nación. Y es que uno de los puntos de más complejidad en la administración del patrimonio radica justo en la dicotomía; es un recurso no renovable que puede ser autosustentable, pero de su explotación depende tanto su conservación como su destrucción. Su delicado comportamiento cíclico y complejo hace que la explotación turística sea su Ts´aak, su medicina y su veneno.

Casos como éste los encontramos incluso en el museo del Louvre, mismo que cerró el 2015 siendo el más visitado del mundo y que en 2016 tuvo un déficit de 15 por ciento en visitas, merma atribuida principalmente a los ataques terroristas en París. Esta diferencia, en las escandalosas cifras del afamado museo, significó un millón 300 mil visitantes y cerca de 20 millones de euros menos para el patrimonio.

Al contemplar y extender este amasijo de relaciones no es extraño que, frente a la crisis que el cambio en las relaciones con Estados Unidos ha traído consigo, hayamos tenido campañas continuas de re-activación identitaria y difusión del patrimonio. No sólo como un movimiento neo-nacionalista de cohesión social, sino también como una estrategia de defensa frente a un escenario adverso y de incertidumbre, en el que las preguntas se encaminan a saber dónde está nuestra riqueza, dónde radica nuestra soberanía y libertad económica, de qué capital podemos valernos y dónde está. La respuesta, sin lugar a dudas, en el caso de México está en la cultura, el mayor capital nacional.

Los bienes más estables y redituables de la nación, materiales y simbólicos, se concentran en la institución que se fundara justamente hoy, hace ya 78 años: el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH). Organismo responsable de más de 110 mil monumentos históricos (entre los s. XVI y XIX); 29 mil zonas arqueológicas registradas, 181 de ellas abiertas al público, y una red de 120 museos a nivel nacional. Custodio de incuantificables acervos y archivos, que se ha concentrado en el cumplimiento de la normativa en torno al patrimonio, pero también en la formación de profesionales y la investigación continua. Como un punto medio y de equilibrio entre ambas puntas del [i]Ts'aak[/i], es válvula que regula la conservación para alcanzar el consumo sin destrucción.

Para ilustrar, tomemos como referencia -nuevamente- las estadísticas. En 2016 los sitios con boletaje de ingreso administrados por el INAH tuvieron 23 millones 814 mil 625 visitantes a nivel nacional, el 25.46 por ciento de los cuales se concentró en la península. Tan sólo en Yucatán, el 12.45 por ciento del total. A esto hay que sumar la presencia regional en las exposiciones internacionales que en 2016 sumaran cientos de miles de miradas en el extranjero; y las campañas de promoción turística y cultural emprendidas por los distintos órdenes de gobierno. Este modelo permitió que el incremento de visitantes en los sitios del INAH en la región haya incrementado un 12.32 por ciento en relación a 2015, en contraste con el 2.53 por ciento que se incrementara a nivel nacional.

La crisis ha hecho que volvamos a ver hacia nosotros y demos pasos para salir de la dependencia económica y cultural. Para ello, vale la pena siempre la voz de Octavio Paz diciendo “La libertad no necesita alas, lo que necesita es echar raíces”. En México, como en la península, uno de los pilares más sólidos hacia la libertad económica -y cultural- se encuentra en nuestras raíces, nuestro mejor y más vasto recurso, nuestro capital, y en el INAH, el punto medio del [i]Ts'aak[/i].

¡Larga vida al instituto!

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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