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Tabacón B. Linus
Foto: Archivo / La Jornada
La Jornada Maya

Lunes 13 de febrero, 2017

El 13 de febrero de 1542 fue la primera ocasión que dos europeos -Pizarro y Orellana- contemplaron el Río Amazonas; lo hicieron muy cerca de Los Andes, donde empieza a nacer el colosal río. Eso ocurrió hace 475 años y en realidad seguimos descubriendo este planeta.

Porque si hablamos del Amazonas y del agua, de su caudal, hace apenas unas semanas un equipo de científicos canadienses reportó que es muy probable que nuestro planeta tenga su propia y natural “fábrica” de agua. Una fábrica instalada a profundidades de entre 40 y 400 kilómetros, en regiones con temperaturas cerca de los 1400 oC y presiones 20 mil veces mayores que las que tenemos en la superficie del planeta. Este descubrimiento es fundamental, pues previamente se creía que toda el agua que teníamos en la Tierra había venido del espacio exterior, producto de colisiones con cometas y meteoritos en el periodo de formación del sistema solar.

Una diferencia fundamental entre ambos descubrimientos, ambos sobre recursos hídricos, ambos abriendo la posibilidad de nuevas fronteras de entendimiento del mundo, es el nivel en el que capturan nuestra imaginación. Uno cambió la geopolítica del mundo y quedó inscrito en la historia universal, el de 1542; el otro apenas merece un artículo secundario en una publicación especializada.

Creemos que vivimos en una época tecnológica y de modernidad, pero en realidad -si revisamos a fondo- vivimos en una época donde los “descubridores” y los “buscadores”, para utilizar términos del historiador Daniel J. Boorstin, ocupan posiciones muy secundarias. Lo nuestro es la celebridad, lo nuestro es lo empresarial, los billonarios, el [i]jet set[/i]. Eso es lo que conquista nuestra imaginación, no la ciencia.

Cuando uno asiste a congresos científicos, y a veces uno lo hace por accidente o por ociosidad, hay una queja que permea el ambiente: los científicos duros, los descubridores y los buscadores, se quejan de una opinión pública que cree que los verdaderos inventores, o que los grandes genios, los [i]cool[/i], son los que se reúnen en una oficina [i]trendy[/i] a inventar una nueva [i]app[/i], un nuevo [i]software[/i] o la manera de entregar nuevos servicios que antes nadie demandaba. Su queja va para Uber, para algunos aspectos de Apple, SnapShot, Tinder y todo ese mundo del Smartphone.

Y los científicos tienen razón, los genios de las [i]app’s[/i] son usuarios casi finales del verdadero avance científico. Muchos de esos generadores de empresa que toman fotos y mandan mensajes, saben escribir códigos y se les ocurren ideas novedosas, pero nada de eso funcionaría sin la ciencia y los descubrimientos duros que hacen posible que tengamos los materiales, los equipos de comunicación y los circuitos que esos emprendedores utilizan para fundar sus empresas tecnológicas.

Las empresas tecnológicas son eso: empresas de tecnología, no empresas desarrolladoras de ciencia o de teoría. Los científicos lo resienten y mucho. Son genios del Starbucks y la sudadera, pero no entienden bien la ciencia que utilizan.

Para los científicos, lo que está ocurriendo es similar a que la historia recordase a quienes financiaron y se hicieron ricos con el viaje de Fernando de Magallanes y no a Magallanes. Es similar a que se recordase a quienes pagaron la expedición a la región del Amazonas y no a quienes la llevaron a cabo.

Pareciera ser que, en el mundo de las TICs, ser científico es ser simple obrero del conocimiento. Los científicos generan materia prima que luego los “emprendedores geniales” usan para generar valor económico. El problema es que la ciencia está siendo abandonada y las ingenierías también, porque todos quieren generar su nueva [i]app[/i].

Esto tiene un límite: necesitamos darles su lugar a los científicos, si no queremos acabar con un mundo de emprendedores-proveedores que ponen a la ciencia en la oscuridad de los subordinados y, entonces, ésta declinaría irremediablemente.

Algo similar ya ocurrió en la vida cívica. Dejamos de lado el mérito de los servidores públicos preparados y de carrera (nunca pasaron de jefes de departamento), para elegir al político carismático, a la gobernadora simpática, al presidente de telenovela y al líder mundial del [i]reality show[/i].

Si lo pensamos un poco, tenemos líderes de empresas que en realidad nos sirven para nuestros deseos y curiosidades frívolas: encontrar a la novia de prepa, mandar una foto editada, jugar sin parar en el celular, mientras vamos en el autobús. No son empresas creando conocimiento en sí.

La nuestra parece una economía de la ciencia y el desarrollo, pero si la vemos con cuidado es una economía más movediza, es una economía donde el científico cuida la maquinaria y el creador de [i]app’s[/i] maneja el Ferrari. Es una economía de necesidades suaves, donde la ciencia dura es cosa de obreros con doctorado, y los billones son propiedad de empresarios que dejaron la universidad y se volvieron celebridades. Es una economía de usuarios finales, y eso históricamente no ha tenido finales felices.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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