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Foto: Archivo
La Jornada Maya

Ciudad de México
Lunes 20 de febrero, 2017

A partir del análisis de la policromía en escultura en piedra se reveló la identidad de nueve tallas con más de 580 años de antigüedad descubiertas en las excavaciones del Templo Mayor de México-Tenochtitlan.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), se trata de un corpus escultórico que representa a los hermanos caídos de Coyolxauhqui, pero también a las deidades del pulque y de la lluvia.

El arqueólogo Diego Matadamas, investigador del Proyecto Templo Mayor (PTM) , ha ahondado en estos personajes tras recordar que durante las primeras temporadas del Proyecto, hace 39 años, la arqueóloga Elsa Hernández Pons dio con las nueve efigies erguidas como parte de la excavación de una ofrenda de clausura.

El conjunto fue hallado sobre los peldaños de la Etapa III del Templo Mayor, que corresponde al periodo en que Tenochtitlan era gobernada por Itzcóatl (1427-1440 d.C.).

Las esculturas visten un moño de papel en la nuca, dos orejeras cuadrangulares y un braguero en la cintura que cuelga por delante y por detrás. Cinco usan una diadema de turquesa y otro número igual la nariguera de los dioses lunares.

Se ha propuesto que estas efigies simbolizan a los centzonhuitznahuah y debieron estar dispuestas originalmente sobre la plataforma donde yacía, en tiempos de dicho gobernante, un monumento de la diosa Coyolxauhqui.

El conjunto escultórico debió estar vinculado a una representación más antigua de Coyolxauhqui, y no así a su representación más conocida: el monolito circular descubierto el 21 de febrero de 1978 y que data de la Etapa IVb (1469 d.C.) del Templo Mayor.

El investigador explicó que tras el estudio de la policromía de las nueve figuras antropomorfas que representan a los centzonhuitznahuah, se observaron rasgos de las deidades del pulque y del agua.

Acerca del proceso, comentó que se tomaron una serie de fotografías de alta resolución de cada escultura, mientras que con el programa DStretch se crearon altos contrastes de las imágenes para poder resaltar las concentraciones de color que no son tan evidentes.

También se recorrió la superficie de cada pieza de manera puntual con un microscopio digital de 200 aumentos, en busca de residuos de color aislados en los poros de la piedra.

La información fue registrada en diagramas digitales creados con AutoCAD para identificar patrones en la ubicación de los pigmentos y fueron contrastados con imágenes de códices prehispánicos y coloniales, así como con otras esculturas, para hallar coincidencias; después se realizaciron modelos reconstructivos que muestran su probable estado original.

Matadamas destacó que se encontraron diferencias en la aplicación del color. “En ocasiones estaba directo en la piedra, mientras que en otros casos había una capa preparatoria de estuco sobre la que se aplicaron los diseños, independientemente de la técnica, los pigmentos se encontraron casi siempre en los mismos lugares”.

El arqueólogo mencionó que el rojo estaba en el rostro, manos, pies, orejas, orejeras y muñequeras. El azul en diademas, orejeras y brazaletes, así como en el pectoral de un par de ellas.

El ocre en la boca, orejeras y pantorrillas, aunque en un caso se encontró sobre el torso; el blanco estaba en los moños, bragueros, muñequeras y narigueras, mientras que el negro apareció en el cuerpo y el rostro.

Las piezas tenían restos de una sustancia negra en su faz que podría ser hule o chapopote. “Creemos que este material fue aplicado durante el ritual de enterramiento, ya que se encuentra por encima de la policromía”, opinó el investigador.

“Los símbolos del pulque de las esculturas las vinculan con estos personajes, bebida que era ligada con la luna. La nariguera es una alegoría al astro en donde habitaba un conejo que a la vez estaba rellena de agua o de pulque.

Por lo tanto, si Coyolxauhqui es la representante de la luna en el mito, es justo pensar que los dioses del pulque fueron sus hermanos y lacayos, juntos figuran las fuerzas de la noche que combaten contra Huitzilopochtli”, añadió.

Igualmente, dos tallas muestran rasgos de los tlaloque, servidores de Tláloc, encargados de traer la lluvia que propician el crecimiento de las plantas: una posee anteojeras y dos gruesas líneas amarillas que se unen en el centro de su rostro.

Una más, la cual fue cubierta con estuco para convertirlo en un dios del pulque, oculta una figura de Tláloc, según se infiere por la nariz torsal y parte de una bigotera que se distinguen en una grieta de su nariz.

Matadamas refirió que dentro del panteón mexica, los conjuntos de dioses innumerables: los huitznahua, los tlaloque, los mimixcoa y los dioses del pulque, tienen la capacidad de mezclarse y de combinar sus atributos, por lo que en ocasiones llegan a fundirse.

Explicó que “al concluir la tercera etapa constructiva del Templo Mayor se tomó la decisión de sepultar estas esculturas en un complejo ritual que debió ser considerado un sepulcro".

Junto a las piezas, añadió, se encontraron dos máscaras de cerámica y una estaca de madera con la representación de cráneos humanos como símbolos del inframundo y la muerte, así como un sahumador que quizá se usó para sacralizar dicho ritual.


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