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Carlos Meade
Foto: Ap / Felipe Dana
La Jornada Maya

Miércoles 1 de marzo, 2017


Digamos de entrada que la iniciativa de una nueva ley de seguridad interna utiliza al narcotráfico para justificar la militarización del país y que, con el Ejército en las calles, será posible inhibir la movilización social e intentar contener el descontento. En cuanto a la desintegración o el exterminio de los cárteles, es un objetivo difuso que nunca se alcanzará por esos medios.

Resulta obvio que no se necesita un nuevo marco legal que “regule” la acción del Ejército en asuntos de seguridad pública. Se necesita, en cambio, una ley que despenalice las drogas y, de esta manera inteligente y pacífica, desintegrar las mafias que manejan el mercado negro de los estupefacientes. Si el mercado negro no es ya necesario, estas mafias desaparecen y entonces es innecesaria la intervención del ejército en auxilio de la policía. Parece simple. Es simple. La complejidad está en los intereses creados, la retórica política, la doble moral y todo ese embrollo de prejuicios que se invocan para satanizar cualquier intento de legalizar las drogas.

Un círculo perverso enlaza la prohibición que pesa sobre algunas drogas, la existencia de un mercado negro que la prohibición genera y la lucha contra las mafias que controlan ese mercado. Una lucha que, digámoslo con claridad, no ha disminuido ni un gramo la producción y el consumo de estupefacientes. Los Estados Unidos nos han impuesto la prohibición y el combate al mercado negro pensando, erróneamente, que así evitarán que esas drogas les lleguen. ¿Cuándo la ONU y los gobiernos estadunidense y mexicano aceptarán que la prohibición tiene efectos muy graves para la seguridad pública, sin aportar a la solución del problema? El enorme mercado para las drogas, el mayor en el mundo, no se puede contener con leyes prohibicionistas ni con guerras declaradas a las mafias. Las medidas para combatir el tráfico sólo incrementan el precio, lo que hace más atractivo el negocio.

Por todo lo anterior, discutir sobre la pertinencia o no de un marco jurídico que respalde la acción de los militares en labores de seguridad pública es desviarse del tema central: la prohibición fomenta la integración de mafias y su combate deriva en violencia sin control e inseguridad. La única forma de verdaderamente terminar con la violencia criminal es despenalizando las drogas.

Hay una la lógica causal muy simple que enlaza prohibición, mafia, combate, violencia, inseguridad, intervención del Ejército, ley de seguridad interna. Mientras no se reconozca que todo se deriva de una estúpida y arbitraria prohibición se seguirá tejiendo en el vacío y discutiendo necedades.

Si hubiera congruencia en la política hacia las drogas tendrían que prohibirse el alcohol y el tabaco o tendrían que despenalizarse la mariguana, las anfetaminas, la cocaína y la heroína. Pero no hay nada que justifique que unas estén prohibidas y otras no, cuando la letalidad de las toleradas es igual o peor que las no toleradas.

México, país productor de mariguana y heroína, y de tránsito de la cocaína colombiana, tiene en su frontera norte el más grande mercado para estas sustancias prohibidas. Como no ha podido disminuir la demanda de ese mercado, Estados Unidos nos obliga a combatir el narcotráfico, en nuestro territorio, y hasta califica nuestra eficacia, a pesar de que la estrategia y las operaciones las dirigen sus agentes, lo que implica pérdida de soberanía y atropello sistemático de los derechos humanos.

Las bandas del narcotráfico, mientras tanto, se favorecen del tráfico incontrolado de armas, en este caso, en sentido contrario, de allá para acá.

Parece increíble que no haya nadie sensato en el gobierno mexicano que pueda comprender que la violencia que padecemos se debe, en buena parte, a un problema creado por una legislación estúpida. ¿Qué necesidad tenemos de prohibir sustancias sicotrópicas cuya demanda en nuestro vecino del norte genera un mercado negro que empodera a grupos criminales que prosperan gracias a la prohibición, al margen de la ley o comprando a la ley? Estamos creando un grave problema para la seguridad interna en base a una prohibición que no tiene sustento alguno, más allá de la imposición de una potencia extranjera.

¡Al demonio! México debe retomar su soberanía y legislar de manera sensata sobre las drogas, como lo intentó el presidente Cárdenas en su momento, para abatir los índices de inseguridad que padecemos desde que Felipe Calderón, con una copa de licor en la mano y un uniforme que le quedaba grande, lanzó, en mala hora, la guerra contra las drogas.

[i]Tulum, Quintana Roo[/i]
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