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Texto y foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Lunes 6 de marzo, 2017

La única manera de tener seguridad es teniendo siempre [i]efectivo[/i]. El recurso a [i]flor[/i] de piel mi amigo, afirma mi agente secreto.

Por ejemplo, la única manera en que usted deje de escribir sobre mi, sería pagándole. Es parte de la libertad de expresión. Mire, el dinero, pero sobre todo el dinero en [i]efectivo[/i], es un termómetro fascinante, asegura.

En el Vaticano, en los años del Papa Juan Pablo Segundo, fue parte de la comitiva que prepararía su segundo viaje a México, cuando se restablecieron las relaciones, con Carlos de Salinas al frente. Parte de su encomienda era cuidar los detalles de seguridad para su visita a Izamal, Yucatán, programada en agosto de 1993, por lo cual un equipo de avanzada de los italianos tenía que conocer al equipo mexicano. La emoción fue grande cuando se seleccionó a los integrantes que podrían saludar al Papa y donde él, obviamente, no estaba. “Hay rangos en los que uno nunca va a estar”, justifica.

Era un pinche agente más; la tropa, pero una tropa a la que le tocaba manejar el [i]efectivo[/i]. Siempre con su maletita y en avanzada en los aeropuertos. Policías, choferes, escorts, meseros, bellboys, recepcionistas, capitanes, ejecutivos y mucamas. “Para que no haya interrupciones; ahí tienes que soltar siempre [i]efectivo[/i]”.

“Pero no podía quedarme sin tomarme la foto con el Papa y mire que, como bien sabe, eso nunca me ha importado”. Entonces se acercó con su [i]par[/i] de la Santa Alianza y pidió la intervención. Le dio 3 mil dólares, “para que fuera rápido”, ya que al otro día volaban de regreso. Sin mediar más allá de tres o cuatro palabras su [i]par[/i] salió de la oficina y en dos minutos apareció con otro colega y le dijo, ve con él, entrarás con la comitiva de los griegos.

Y así fue. Entró con la comitiva griega, saludó al Papa y horas después le entregaron una fotografía y un rosario bendecido.

En el confesionario es donde mi agente secreto mejor reflexiona. No se confiesa, pero ahí reposa cada que ingresa en una iglesia. “El verdadero confort”, califica él.

En alguna ocasión lo vio un cura y pensando que era feligrés ingresó al confesionario. Sorprendido y apenado por dejarle con el Jesús en la boca al sacerdote, éste lo convenció con una palabras. “No huyas de ti”.

Entonces el agente secreto, en perfecta sobriedad, le pormenorizo un catálogo de suciedades, mentiras, deudas y tóxicos. “Me vio de reojo por medio de esa fina tela de mosquitero que separa los rostros y me espetó: mira, todos somos hijos de Dios, pero tú apestas. Deberías primero bañarte y luego tocar fondo. Es bueno tocar fondo”.

El padre y el agente secreto ahora son fuertes amigos. “La información que manejan los curas es fundamental para nosotros, es confiable. Guardan el secreto de confesión y eso les permite ser un extraordinario termómetro”, apunta.

- ¿Entonces es usted católico?

“Busco termómetros”. También fue evangelista, para entrar a las comunidades de Chiapas en 1983, poco antes del levantamiento zapatista y en la Unión Soviética se acercó a la iglesia ortodoxa y militó como comunista, en los años 60. “Pero nada se compara con la historia y estética católica, ni al personaje de Jesucristo que es inconmensurable”.

- ¿Oiga y se sigue confesando?

“No, no. ¿Cómo crees? Ya no. En aquella ocasión fue porque estaba muy cargado y no podía quitarme, como dicen en Yucatán”.

[b]Nadie te lee[/b]

El catálogo de placeres y miserias de las que tuvo que ser cómplice son inéditas en la narrativa periodística. “Ofensivas”, las denomina, y sólo cobran dimensión si se les instala nombre, apellido y lugar, lo cual no es posible, todavía. “Es la morgue y debe ser un ataúd. Nada sale”.

“Lo bueno es que a usted nadie lo lee, mi amigo y no tengo el [i]efectivo[/i] (se burla). Así que vayámonos con pura amistad, como (casi) siempre, ¿le parece?”.

La inteligencia del gobierno para obtener el perfil de los hombres y mujeres que operan en las redes empresariales, políticas y del narcotráfico, tiene como objetivo principal saber cómo fluye el dinero [i]efectivo[/i] y quienes lo mueven. Esa ruta es la que da los indicadores de la base, para que la seguridad se mueva “o no”, como señala el agente.

Esto me lo explica para narrarme un enfrentamiento que tuvo en una casa por un pésimo malentendido, pues debido a una maleta con dinero incompleto, se rompió el hilo de confianza y eso derivó en un ataque de cólera e insultos que sacó de sus casillas al personal y tuvieron que intervenir con las armas, causando la muerte de uno de los alterados; él salió herido. Fue una estupidez y no se trataba de sicarios o lúmpenes como los que aparecen en la nota roja de los periódicos, eran hombres y mujeres formados en la razón. Lo que pasó es que se equivocaron de maleta y la diferencia entre una y otra era notable.

“En aquella ocasión, frente al cura, describí el zumbido que traía en la cabeza, desde hace años, y que me tenía la vida totalmente alterada. Es el chasquido que produce un proyectil cuando penetra otro cuerpo y el propio. Es un ruido húmedo que rasga los músculos y rompe huesos. Segrega un olor a fundillo y el fruto es un mugido seguido por insoportables onomatopeyas. Improntas en el recuerdo que se implantan perennes, como la mirada del hombre o la mujer que lo recibe; y, si muere, no hay confesionario, sustancia o ecuación, que te quiten esa escena y ese sonido de la cabeza. Matar o morir en un segundo. De ahí se deriva el infierno por todos tan temido: la culpa”.

Pero no dramatiza de más. Apenas pronuncia la palabra culpa, abre los ojos, se acomoda los anteojos y me pregunta: ¿Sabe dónde está la culpa y cuanto cuesta?, y se responde con una señal obscena, en donde los dedos índices se dirigen al polo sur de su cuerpo.

Años después, con la fotografía del Papa y él, colgada en la casa de su tía (“no tenía yo hogar, ni mujer, ni madre que quisieran tener ese recuerdo”), se encontró en Izamal con su [i]par[/i], y luego de haber terminado la encomienda de seguridad, este le pidió un favor inconfesable, por los mismos 3 mil dólares, que en [i]efectivo[/i] le devolvió.

“No mi amigo, eso es otro precio y hay que ir a Cancún”.

Y fueron...

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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