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del

Carlos Meade
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 15 de marzo, 2017


El manoseado concepto de “desarrollo sustentable” no sólo representa una visión occidentalizada del mundo sino que implica una contradicción semántica bajo la cual se escamotea una oscura intención.

Crecimiento y desarrollo son dos conceptos básicos de la teoría económica. El primero se refiere a la obtención de mayores cantidades de los mismos bienes, utilizando los mismos procesos productivos, mientras que el segundo depende de un cambio tecnológico y estructural.

Si el “desarrollo” no es sino una forma de crecimiento de la economía, ¿cuál es la necesidad de seguir utilizando dicho concepto para describir procesos sociales complejos que no pueden reducirse a fenómenos económicos?

Pese a ello, el concepto se impuso, implicando que los procesos sociales sólo son entendidos como fenómenos económicos. Partiendo de este sesgo, el “desarrollo” pasó a ser la meta de toda nación; idea surgida, literalmente, al vapor de la revolución industrial. Luego de las terribles asimetrías sociales y económicas que el desarrollo a secas promovió, se quiso parchar la idea agregando el calificativo de “sostenido” para dar esperanza a los países del llamado tercer mundo de que, algún día, si eran firmes en caminar “sostenidamente” por la ruta trazada por otros (pagando puntualmente sus abonos al FMI), finalmente lo alcanzarían.

El concepto de desarrollo sustentable conserva, desde luego, la idea que connota indefectiblemente la perniciosa visión capitalista de que todo debe estar en continuo crecimiento, sin lo cual los procesos de acumulación, plusvalía y utilidad se detendrían. En términos de una lógica diferente ¿por qué tenemos que seguir hablando de “desarrollo’” sobre todo evaluando los costos sociales, culturales y ambientales que éste ha causado?

Esta idea representa una contradicción en los términos. Algo que se desarrolla, que crece persistentemente, no puede sostenerse de manera permanente ya que la dimensión material de nuestro planeta tiene límites claros. Las relaciones ecosistémicas y las cadenas alimenticias tienen una dinámica propia que, aunque evoluciona incesantemente, nos marca límites, umbrales, parámetros y tendencias muy definidos.

Luego de las crisis ambientales agregadas a asimetrías nunca niveladas y de la visión de un movimiento ambientalista naciente que se enreda con la concepción de un imposible desarrollo con bases ecológicas (el ecodesarrollo), se inventa una nueva patraña: el “desarrollo sustentable”; con lo que se mantiene la misma idea de que el desarrollo no se puede cuestionar y, a pesar de sus saldos terribles, sólo es necesario aderezarle nuevas vejigas para que se mantenga a flote, aunque los indicios de su hundimiento son palpables no sólo en la crisis ambiental sin precedentes que vivimos, sino en la ampliación de las guerras, el hambre, la desigualdad y la injusticia. De hecho, el modelo que impulsa el “desarrollo sustentable” desde hace tres décadas sólo ha contribuido a perpetuar el subdesarrollo en el que vive la mayoría de la población mundial.

Hace algunos años, durante un taller internacional sobre “autodesarrollo indígena”, una mujer paés alegó que para los pueblos autóctonos de Colombia estos conceptos eran muy ajenos, por lo que en lugar de enunciar a esos esfuerzos de ordenar el territorio y planificar el futuro como “programas de desarrollo sustentable”, ellos preferían llamarles, más sencillamente, planes de vida comunitarios.

Desde la lógica indígena, imbuida en una relación respetuosa y espiritual con la naturaleza, quizá resulte más justo decir que la planeación se enfoca más a conservar el equilibrio y la armonía en la relación sociedad-naturaleza que a desarrollar, crecer, producir y dominar.

Por todo ello, nos parece más sensato volver los ojos a modelos no occidentales, más cercanos a la idea de equilibrio, pertenencia, autonomía, autosuficiencia y comunidad, en contraste con el modelo dominante actual interesado en el desarrollo, la dominación, la producción, la dependencia y el individualismo. Sólo de esta manera podremos construir una nueva civilización donde podamos reencontrar el balance de los procesos socioambientales y generar una nueva esperanza de futuro.

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