de

del

Fabrizio León Diez
Foto: Ponce
La Jornada Maya

Jueves 16 de marzo, 2017


[i]La gente sin recuerdos está muerta, en cambio aquí, lo que sobra es vida...[/i]

[i]En la actualidad estamos sujetos a todo lo que nos traen artistas extranjeros que no tienen nuestro sentir, por eso estoy aquí con mis años y mis canas, todavía cumpliendo con mi deber.[/i]

[i]Yo no me considero un fantasma del pasado ni mucho menos, soy actual y eso que he trabajado por siete generaciones.[/i]

[i]Ahí está el caso de los jóvenes que ya no tiene personalidad.[/i]

[i]Me sentí incómodo con la respuesta, le di un trago a mi copa y le pregunté por el cine popular.[/i]

[i]La tercera llamada interrumpió el diálogo con el intérprete de Hipócrita, sencillamente hipócrita. Arrabalera y amor de la calle[/i].

[i]No tuve maestro, nací así, a mi nadie me enseñó nada[/i].

[i]Iba trajeado buscando al grupo de trajeados, el que iba sin saco buscaba a los de sin saco. Ellos mismos buscaban acomodarse. Así era, cada uno buscaba lo suyo[/i].

[i]La característica del danzón es que no lleve mambo, que no lleve chachachá, que no lleve conga, nada de eso. El danzón se compone de boleros y melodías, hasta de música china.[/i]

[i]Se hizo para perdurar, como la ópera.[/i]

[i]Cada quien tiene una ciudad en la memoria y a mí me ha gustado coleccionar recuerdos.[/i]

[i]Me identifiqué con ella. Huraño por naturaleza, el periodismo me permitía relacionarme con gente extraña y atisbar en manera de pensar.[/i]

[i]Quise indagar sobre su mundo de sexo, la primera experiencia sexual en mujeres menores de 20 años, la salas de masaje, los valores morales de las vedettes.[/i]

[i]Cuando comenzó a quitarse la ropa de calle, su secretaria me indicó que esperara en el pasillo mientras se cambiaba.[/i]

[i]Déjalo, él está acostumbrado, dijo ella.[/i]

[i]No era cierto, pero se lo agradecí en silencio sin dejar de mirarla un momento mientras ella seguía hablando.[/i]

[i]Quedó desnuda, del neceser tomó un tubo de crema para untársela con delicadeza en los pies, las piernas, los brazos, las manos, el pecho, las nalgas, el cuello. Luego comenzó a vestirse con la ayuda de su asistente. Me quedé absorto y de pronto escuché su voz.[/i]

[i]"¿Cómo me veo?", me decía contemplándose en el espejo. Llevaba un bikini plateado, un tocado con plumas azul eléctrico y unos aretes que colgaban hasta sus hombros.[/i]

[i]"Hermosa", le respondí. No se me ocurrió nada más.[/i]

[i]Antes de salir al escenario me dijo que sí, que sí estaba dispuesta a posar para la revista, llamó al mesero y le ordenó que me dieran un lugar para que viera su show.[/i]

[i]Con ustedes….La Gioconda.[/i]

[i]No sé por qué, o tal vez sí, por borracho, de pronto se me ocurrió hablar con ella, oír sus canciones tan apreciadas entre quienes alumbraban las noches con alcohol, mujeres hermosas y sueños que nunca, o casi nunca, se volvían realidad.[/i]

[i]Es como esa droga que te promete algo que nunca va a llegar.[/i]

[i]De haber presentido lo que sucedería en unas horas, habría manejado más despacio para contemplar la belleza de la avenida, la luz de las marquesinas, el vaivén de la gente ese día que, sin saber por qué, mis amigos y yo deseábamos comernos la noche a puños.[/i]

[i]El despertar fue terrible, después de enterarse por la radio, de que el Regis había sufrido daños, se dirigió al Capri con la intención de rescatar su vestuario. Nunca esperó encontrar lo que vio.[/i]

[i]¿Qué es lo que más extraña de esos días?[/i]

[i]No dudó en la respuesta. [/i]

[i]Bailar y los aplausos. [/i]

[i]Con frecuencia, aunque me disgusta extraviarme en los laberintos de la nostalgia, el corazón me lleva a la mejor enseñanza de mi maestro, el periodista Ortega Colunga, que no se cansaba en repetir, cuando alguien le contaba algo importante: Escriba. Escriba.[/i]

[i]Cuando la vida todavía no me sacudía con sus desfalcos, ni siquiera hubiera intentado esta crónica, pero la naturaleza me arrebató la ciudad de mi juventud y la enfermedad se llevó a don Vicente.[/i]

[i]La memoria obstinada, rebelde, generosa me lo devuelve con estas páginas[/i].

[i]Tal vez su versión sería distinta a la mía, pero seguramente me habrían ayudado a recordar lo que he olvidado, no sólo de la última noche de la ciudad que ya no existe, sino de los sueños que nunca se cumplieron.[/i]

[i]Un aciago amanecer, que cambió la noche.[/i]

[b]Su otro yo[/b]

Estos son fragmentos del libro [i]El día que cambió la noche[/i], del periodista José Luis Martínez.

La crónica de su vida nocturna como reportero de la revista Su otro yo, extraordinaria edición de los años 80.

Éste es un libro donde se revisa el último coletazo de la vida frívola de los años 70 en la ciudad de México y un mosaico de nombres ficticios, como si estuviéramos en un guión de una película, que nunca se filmó.

Lo que quiero destacar, es que lo el más importante de todos esos personajes, es el reportero y sus fotógrafos.

Es un mosaico ebrio y hermoso, triste y deprimente de un show que dura unas horas, y que el periodista ahora nos lo presenta desde el camerino de su memoria.

Es un libro recomendable y con la garantía de una buena escritura, con oficio, que como se verá, le costó muchos años plasmar y darse cuenta que todo tiempo pasado fue mejor, pero que el presente que ya fue ayer, mañana será un periódico, que ya casi nadie lee.

Felicidades a la editorial Grijalbo y al autor, por darnos un libro bueno.

*Texto de la presentación del libro de José Luis Martínez, en el marco de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (Filey) 2017.


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