de

del

Giovana Jaspersen
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Viernes 17 de marzo, 2017


[i]Más vale leer mal siendo uno mismo,[/i]
[i]que pretender igualar a un buen lector profesional[/i]
J.C.

Hanta, en su [i]soledad demasiado ruidosa[/i], bebió más de 30 toneladas de libros antes de convertirlos en balas compactas de papel y tinta. Así, fue culto, a pesar de sí mismo. Parido por B. Habral en los setenta, muestra cómo cuando los académicos con títulos universitarios terminan limpiando cloacas “atados a su trabajo como un perro a la caseta”, bien pueden aprovechar sus conocimientos para clasificar la ciudad con base en sus inmundicias, o para hacer informes detallados de la guerra entre las ratas cellardas y las de alcantarilla, que se enfrentan exactamente como hacen los hombres.

Entre jarras de cerveza, relaciones escatológicas y ratones triturados junto con el papel, Hanta -con él Habral y viceversa-, desentraña del libro a la lectura, poniéndola en su justo valor más allá del objeto. Según describe, él, cuando lee, no lee; sino que toma una frase en el pico y la chupa como caramelo; la sorbe, como copa de licor. La saborea hasta que, como el alcohol, se disuelve en él; lo hace durante tanto tiempo, que acaba no sólo penetrando su cerebro, sino circulando por sus venas hasta las raíces de los vasos sanguíneos y… ¡listo! botón verde-botón rojo: libros convertidos en balas ilegibles de papel, masas inertes disueltas en ácido. Del libro nada queda fuera de las venas de Hanta y su lectura.

En el acelerado ir y venir de la programación y espacios de la Filey 2017, en Mérida, lectores como Hanta llenan pasillos y salas; hojean uno y otro libro. Hacen lecturas rapidísimas como minúsculas degustaciones, pasan la vista con la rapidez y ansiedad de quien busca a alguien en un salón repleto. El que se trate de una feria de la lectura y no del libro, no es poca cosa, pues desde la Filey también se desentraña el proceso del objeto.

El libro, protagonista de gran parte de las ferias de letras en el mundo, existe sin nosotros; no nos necesita. La lectura no, como malsana ambición de amor romántico, muere cuando nos pierde. El objeto perfecto -o no-, es un hecho; si se deja y vuelve a él, cada coma estará en el mismo sitio, portará sus acentos y cursivas. Las cualidades dinámicas no le son inherentes, nacen de lectura en lectura. Es ésta la que transforma y por la que Borges concibió al libro como el río cambiante de Heráclito, nunca el mismo, siempre diferente.

A través de la lectura es que es posible tener Macondo, la Mancha, Yoknapatawpha, Luvina y Santa María, bajo un mismo techo: el nuestro. Con ella y sin culpa podemos hundirnos en un acto egocéntrico, porque es nuestra, es posesión. Nos leemos al leer y releemos lo que nos ha pasado, en la cúspide de una voracidad pensamos incluso que es el autor quien nos lee a nosotros, que nos ha descubierto, nos sabe y narra, es él quien nos encuentra y muestra entre capítulos y pausas, desnudos y observados hasta el fin.

En equilibrio extremo y sin contradecirse, la lectura es ejercicio de humildad. El pasar de las páginas nos devela que todo se ha dicho, que somos diminutos; y como quien se planta por primera vez frente al océano o se abre al cielo peninsular sin marcas de horizonte, nos sabemos nada. Entonces, nos convertimos en lectores de lectores, que como nosotros encontraron calma al saber que alguien ya lo había escrito, que lo hizo mejor, y en su lectura leemos la absolución de responsabilidades vanas. El lector quiere que esos otros sean leídos, escribe libros de otros libros que abordan la lectura de otro libro. La lectura vive en esa cadena infinita, como una máquina autopoiética.

Los amantes de los libros, como objeto sacro de aromas y rituales, vemos con nostalgia y emoción que en estos días la lectura va más allá del libro. Es ella la Scheherezade que nos mantiene despiertos, va de concubina a esposa y luego nos da hijos; nos lleva saltando sin querer que amanezca. Dos líneas femeninas de Mishima en Twitter, nos empujan a la estremecedora belleza de la sombra en Tanizaki que con sus Cuentos de amor recuerda todas las formas que tuvo antes de la exposición y vigilia del siglo XXI, cuando el amor aún nos pertenecía. El nipón, nos lee hasta dejarnos en los brazos de La Historia de Genji sabiendo que la sensualidad escribió la primera novela japonesa en el siglo XI, y que nació sin nombre.

Así, a saltos por la diversidad, vivimos la lectura en Mérida esta última semana. Grandes plumas honraron el proceso sobre el objeto y nos incitaron. Villoro, por ejemplo, invitó a la lectura de Calvino, Pitol, Monterroso, Dostoyevski, Paz, Kafka y Joyce; concentrando su lectura en Efectos personales, un libro acerca de libros. Como lo es [i]Había mucha neblina o humo o no sé qué[/i], lectura de Rulfo bajo los pies y caminos de Cristina Rivera Garza, Premio Excelencia a las Letras José Emilio Pacheco, quien subraya que cada quien tiene su Rulfo privado. Lectora de él, nos lee sus caminos afirmando que la última palabra en su libro no es la escrita en lengua Mixe en el cierre, sino la del lector que como ella, ande.

Este fin de semana finaliza la inmersión profunda en el libro, en el que Yourcenar dijo -con verdad- que no cabía la realidad entera; sin embargo, cabe la nuestra en cada lectura y todas en la Filey.

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