Matrimonio a plazos

Tabacón B. Linus
Foto: Archivo
La Jornada Maya

Lunes 27 de marzo, 2017

En los estándares tradicionales, el matrimonio exitoso es aquél que sólo es separado por la muerte. Cualquier separación previa constituye un fracaso. Sin embargo, en el mundo de hoy, la duración del matrimonio no supera los 20 años en promedio; así tenemos que en la romántica Roma el matrimonio tiene una duración promedio de 18 años, en París, la ciudad del amor, de 13 años y en Londres apenas 11.

En la vieja concepción de la relación matrimonial, en gran parte vigente hasta nuestros días, si la muerte es lo que separa a los cónyuges, lo suyo fue un éxito, así haya sido un infierno lleno de infelicidad, frustraciones y reclamos. Es la mecánica duración lo que da la calificación última a esa unión civil y/o religiosa, no la felicidad, realización o memoria que deje a quienes participaron en el mismo. Esa es la lógica ominosa del matrimonio que se niega a morir.

Sin embargo, hay que establecer que las duraciones del matrimonio han variado sustantivamente. Hacia 1700, cuando la expectativa de vida en Europa era de 35 años, casarse a los 15 años generaba una frontera máxima de 20 años de vida matrimonial. De hecho, parece ser, con la fragmentada evidencia estadística disponible, que en esos tiempos, los matrimonios “para toda la vida” tenían duraciones promedio de sólo 11 años.

Esa brevísima expectativa matrimonial muchas veces era aún más corta, dado que, y sólo como ejemplo, muchas mujeres morían en las complicaciones de parto. De hecho, un hombre que llegara a los 50 años de edad, en la simple probabilidad estadística se habría casado ya un par de veces sólo por los riesgos que la maternidad traía para su compañera femenina.

Esa lógica de matrimonios brevísimos, no por el impensable divorcio en esas épocas, sino por la muy reducida expectativa de vida y las abundantes enfermedades, era aún más cruenta antes de 1700. Hay datos de esperanza de vida de apenas 22 años para el Reino Unido y Alemania hacia 1550. En esas circunstancias -lo repetimos- los matrimonios para “toda la vida” tenían duraciones de 7 a 8 años, como máximo.

En la medida que las condiciones de desarrollo han mejorado en todo el planeta, especialmente después de la Primera y Segunda guerras mundiales, empezamos a tener contratos nupciales de 25, 50 y 60 años de duración. Tristemente, más de uno de nosotros conoce las realidades de esas relaciones, muchas veces de mero trámite administrativo, crianza de hijos e imagen social.

Gran parte de esos longevos matrimonios, establecen muchos sociólogos, se mantienen por la infernal lógica de dependencia económica de la mujer, demanda de servicios domésticos por parte de los hombres (en la juventud y madurez) y servicios hasta de enfermería y cuidados en edad avanzada por parte del género masculino. En promedio, hacia 1950 los hombres se casaban con mujeres de entre 5 y 10 años menores que ellos, mujeres que muchas veces, dada una superior esperanza de vida de la mujer ama de casa, frente al hombre trabajador, hacían de enfermeras en la fase última de vida de su compañero masculino. Era un contrato económico y laboral, pues.

En las actuales circunstancias sociales, económicas, cívicas y de años de vida a los que puede aspirar un humano, el matrimonio “para toda la vida”, cuando la vida es enormemente más larga y el contexto social tan distinto, enfrenta presiones nunca antes vistas.

Quien hoy se casa los 27 años, que es el promedio para mujeres en el mundo desarrollado, puede esperar con mucha confianza un matrimonio de 50 años de duración, por lo menos. Sin embargo, esa no es la historia más común. En los Estados Unidos, en el 2016, poco más de un tercio de los nuevos matrimonios tuvieron un integrante que había estado casado con anterioridad. El matrimonio está cambiando de un contrato civil fijo, pero relativamente breve (por la esperanza promedio de vida); hacia un medio más flexible para la búsqueda de la felicidad y la realización en periodos no necesariamente “para toda la vida”, como en Nueva York donde el matrimonio promedio dura 12 años.

Ante estos retos, hay quienes están proponiendo el matrimonio con plazos pre-establecidos y renovables cada 5, 10 o 15 años. Matrimonios que se extingan en plazos pactados sin generar el estigma e infernal proceso administrativo del divorcio, y que sean renovables sólo si los integrantes lo consideran viable y deseable. Renovaciones que podrían tener nuevas cláusulas y requisitos de las partes. Proyectos de legislación de este tipo se han presentado en el Reino Unido, Alemania e incluso, en el 2011, en la siempre vanguardista Ciudad de México.

La lógica es interesante, pues el matrimonio exitoso sería el que cumpliera su ciclo contratado sin mayores amarguras o conflictos previos, y quienes encuentren la felicidad en esa relación podrían extenderla y renovarla ilimitadamente. Quienes no la encuentren, podrían buscar y establecer otra relación matrimonial con un nuevo plazo perentorio, sin tener que decir que lo suyo fue “un fracaso”.

Así, tendríamos matrimonios exitosos para la etapa de la vida en la que fueron claramente pactados y para los fines que buscaban en ese momento. El matrimonio sería un canal de búsqueda de la felicidad “en la vida”, y no forzosamente “para toda la vida”. Esta idea podría llevarnos a una nueva concepción de matrimonios que se mantienen por el deseo de seguir, y no por la dificultad de salirse.

[i]Mérida, Yucatán[/i]

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