de

del

Ben Chérrez
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

San Francisco de Campeche


[i]La historia es nuestra y la hacen los pueblos[/i]
Salvador Allende


[i]Para Mariana[/i]


El ir y venir de las sociedades humanas es sin duda la escenografía que me ha tocado existir; prescindo de llamarlo “vivir” puesto que ese no ha sido mi papel preponderante, aunque sí he puesto mi grano de arena en cada alegoría, en cada manifestación, en cada paso hacia el llamado de libertad.

La libertad es ese don humano que va más allá de una atadura física, filosófica o ideológica. Lo estimo como un estado donde el hombre se permite ser, hacer, crear y destruir; incluso hasta su propia existencia.

En mi condición individual, o su momento, la colectiva; la lucha por la libertad es una anatema que he padecido desde el principio de los tiempos y que es de lo que no lamento al ser murmullo o tentación de la circunstancia humana.

Cada hombre en su tiempo y a su talante ha proyectado en los demás una categoría irrefutable: “No serán humanos si primero no pueden ser libres”
Dios nos libre.

Nadie lo imaginó y mucho menos divagó en ese instante. Desde una sotana y a campanazos salieron las primeras arengas de libertad y de justicia. Las señoras recatadas que van presurosas a primera misa no podían creer tal espectáculo: El cura de la parroquia rodeado del pueblo y sobrecogido por un aura perniciosa que vociferaba: “¡Vamos a coger gachupines!” pero sobre todo: “¡Abajo el mal gobierno!”

No fue casualidad que recorrí seminarios, monasterios, abadías, parroquias y hasta discretos burdeles, con el fin de promover la vanguardia de la lucha entre los hombres de dios.

Formados en la doctrina eclesiástica como sabedores del bien y del mal, sin duda que compartían ese deseo independentista al observar el terrible vasallaje al que se sometía a los pobladores del México antiguo y de la Nueva España.

Curas, párrocos, monjes, seminaristas, y claro, también caballeros y damas de gran religiosidad participaron con espiritualidad y coraje en la insurgencia para dejar fe a los tiempos futuros.

El hombre lleva consigo el pecado original, pero el sacerdote que también es pueblo, de tiempo en tiempo suele llamar a gritos a la revolución.
Menos ostias, más leyes.

El indígena como cultura fue clave en el crecimiento del sincretismo religioso y más aún en la culminación del proyecto evangelizador cuando, como persona, es figura coestelar de la conquista de la cruz sobre Huitzilopochtli.

La lucha de independencia de la España americana sólo admitió un desprendimiento de su matriz conquistadora. El nuevo estado se convulsionó en afrentas internas hasta que tres décadas después su consumación independista, tuvo de nueva cuenta que luchar ya no por la libertad de ser, sino de cómo darle al César lo suyo y poner a Dios en el sitio correspondiente.

Pudo haber sido de cualquier cultura precolombina o de cualquier pueblo mesoamericano. Pero optar por un “vinizá” fue algo relevante. Autodenominarse “gente de las nubes” ya es garantía de trascendencia para los zapotecas.

Desde la montaña hasta la Suprema Corte de Justicia y de ahí a la gran magistratura corre un largo trecho de valores, honor, prudencia, creencia y conocimiento.

El indio es el cuerpo angular de la cultura del nuevo mundo, para ellos no se puede ser libre sin Dios y sin respeto al derecho.

[b]Los más bravos[/b]

Ningún hombre o mujer debe ser descartado para la lucha o la revolución. Me quedó muy claro en esta etapa de México en los albores del siglo XX.

De la Colonia al Imperio, de la República a la dictadura; la autodeterminación ha sido efímera sea por el predominio de un reino, de la Iglesia, de la ausencia de pactos o de la élite. Pero más aún por el dominio ancestral del fuerte hacia el “débil”.

Uno del sur y el otro del norte. No necesitaron de voces al oído o de apariciones repentinas para luchar por la justicia y, de eso incomprensible que se hace llamar “democracia”.

La agitación social no hubiese sido la misma sin ellos. El México rural dio muestras nuevamente de sacrificio y honor, sumándole la alegría y el coraje de los generales y sus fieles adelitas.

En esta ocasión el cura fue necesario [i]pa´ matrimoniarlos[/i] cada vez que una mirada los enamoraba; y con los de su raza el deber era la tierra.

Para enviar su mensaje, Jesús los eligió entre los más iletrados, a mí tampoco me importó eso, pero sí que fueran los más bravos.

[b]Del cielo al pedestal[/b]

La historia es la crónica de hechos que son relevantes para la memoria y la conciencia. Soy parte de ella de manera abstracta ya que mi misión es inspirar a la humanidad a lograr la categoría que se me ha negado: ser un hombre libre.

Los hechos aquí relatados no son los únicos pero sí los más trascendentales, desde mi punto de vista; ya que marcaron una época en el tiempo, y por lo tanto dejan un claro mensaje:

“La acción continua contra la opresión, la tiranía o la injusticia; puede ser dirigida por cualquier hombre o mujer y de cualquier naturaleza, sólo tiene que tener claro que en ella puede írsele la vida: ese es el sueño de los libres”.


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