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Carlos Meade
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Miércoles 29 de marzo, 2017


Como parte de mi trabajo con el tema de la identidad en las escuelas secundarias del municipio de Tulum, he promovido la investigación de historias familiares, de forma que los jóvenes conozcan a sus antepasados cercanos. He encontrado relatos conmovedores en donde la migración y el cambio de actividad son las constantes, reflejando las transformaciones drásticas que los campesinos pobres de la península han vivido en las últimas generaciones.

Diversos investigadores han encontrado que en apenas dos generaciones, muchos campesinos dejaron la vida rural, abandonaron sus milpas, se convirtieron en trabajadores asalariados y se avecinaron en algún lugar de mano de obra en la industria turística. Esto ha abierto una brecha generacional que impide la transmisión de la cultura.
Los jóvenes que terminaron la secundaria desestiman el trabajo del campo, por el esfuerzo que implica y el escaso ingreso que genera. Estos jóvenes aspiran a un empleo, a subirse al tren del “progreso” y dejan sus comunidades para buscar fortuna en la Riviera Maya. Lo que encuentran allí es un empleo precario, siempre incierto y un salario de hambre que no mejora las condiciones de vida que tenían en su pueblo natal.

La cultura maya, que daba sentido de pertenencia y ofrecía una cosmovisión a esta población migrante, pierde sustancia en el mundo urbano. Esta cultura está profundamente anclada en la tierra, ligada a un sistema de cultivo y de manejo de la selva. Cuando este vínculo desaparece se genera un gran vacío existencial. Las opciones a la mano para llenar este hueco son la cultura del consumismo o los nuevos cultos evangélicos. Ninguna de ellas abona a la preservación de la cultura tradicional ni del tejido social comunitario. Resulta difícil preservar la identidad maya en un medio urbano donde, además, es un estigma y sinónimo de ignorancia, retraso y pobreza. Los expulsados de sus comunidades pierden su lugar en una comunidad que los contenía y no encuentra espacio propio en una sociedad mestiza que los margina, los descalifica, los rechaza y los discrimina; lo que provoca desubicación social, frustración, depresión y conduce al alcoholismo y a la delincuencia.

Paralelamente a este proceso de integración forzada y fallida, los ancianos que han persistido en sus tradiciones continúan pensando en que la grandeza de los mayas regresará y en que las comunidades volverán a vivir en libertad en su propio territorio.

Este anhelo de libertad se manifiesta de muchas maneras, aún después de que el ejército federal tomó la capital rebelde en 1901. Una primera ocasión clara es cuando el general Salvador Alvarado, gobernador de Yucatán y representante del gobierno revolucionario de Carranza, arribó a la región en 1915, con el objetivo de apaciguar e integrar a los rebeldes a la sociedad postrevolucionaria. A los mayas les parece sospechoso que este general hable de regresarles sus tierras ya que dichas tierras les han pertenecido siempre.

Alrededor de 1930, Sylvanus Morley, al frente de un equipo de investigadores, realiza trabajos arqueológicos y etnográficos en Yucatán y Quintana Roo. Los jefes mayas piensan que Morley es súbdito inglés y que los ingleses siguen siendo sus aliados. En realidad, Morley era estadounidense pero aprovechó la confusión para tener más acercamiento con las comunidades maasewales. La solicitud firme y directa de los jefes mayas hacia el arqueólogo era simple: necesitaban armas para expulsar a los invasores de su territorio.

Unos años después, en 1958, el escritor Nelson Reed visita varias comunidades mientras escribe su famoso libro sobre la guerra de castas. Los jefes mayas vuelven a hacerle la misma petición: interceda ante la reina de Inglaterra para que nos mande armas y municiones.

Y todavía hacia 1980, Macduff Everton e Hilario Hiler, autores de [i]Los Mayas Contemporáneos[/i], son inquiridos con la misma petición.

La agresiva invasión del territorio maya por las empresas chicleras y madereras y, después, por la industria turística, el PRI y la Coca Cola, ha trastocado profundamente la sociedad maya masewal, actualmente amenazada por la desintegración. Sin embargo, un núcleo pequeño pero aguerrido insiste en lo que anuncia una profecía de su propia tradición: la sociedad maya volverá a ser grande e independiente y los invasores serán expulsados.


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