de

del

Gastón Ramírez Cuevas
Foto: AFP
La Jornada Maya

Martes 4 de abril, 2017


Toros: Cinco de San Marcos, de distinto tipo, pero con trapío y pitones. Todos, sin excepción, se dejaban meter mano. Primero, tercero, quinto y sexto fueron aplaudidos en el arrastre.

Uno de Valparaíso, el segundo. Ese toro fue protestado por débil pero fue noble.

Toreros: Fabián Barba, al que abrió plaza lo mató de un pinchazo y casi entera desprendida: salió al tercio por razones que nadie entendió. Al cuarto lo despachó de una entera muy baja y dos descabellos: silencio sepulcral.

José Murillo, al segundo le atizó un pinchazo y un ramillete de golpes de corta: silencio. Al quinto se lo quitó de enfrente con dos pinchazos y media baja: salió por su cuenta al tercio para que le pitaran.

Juan Luis Silis, al tercero lo pasaportó de media estocada trasera: silencio. Al que cerró plaza le pinchó en dos ocasiones y el toro se echó, que no dobló: vuelta al ruedo con división.

Entrada: unos dos mil 500 aficionados.

El fantasma de Pepe Moros sigue campeando a sus anchas en La México. Hoy hubo toros, pero no hubo toreros.

Más esperábamos de Fabián Barba, un coleta que en el coso máximo de América había estado siempre solvente, elegante y mandón. Las cosas cambian y hoy se desdibujó con creces. En su primero, un toro corniveleto de gran trapío y con ganas de embestir, el matador hidrocálido dudó continuamente. Unos del público le disculpaban por el fuerte viento y otros nos dimos cuenta de que le faltaron decisión y poder. El colmo fue un desplante absurdo a seis metros del bicho.

Peor se pondría la cosa en el cuarto. Ahí Fabián tuvo a un toro débil que pasaba con alegría. Barba no se confió jamás y dejó irse con las orejas al de San Marcos. Uno puede no tener sitio y andar poco placeado, pero hay que quedarse quieto y echarle oficio al asunto, si no, no vale la pena vestirse de luces.

Pepe Murillo anduvo a la deriva en todo momento. Al segundo, un toro muy débil de remos, pero que humillaba con una nobleza envidiable, el espigado espada de Guadalajara le logró pegar tres naturales de muy buena factura, mas eso fue todo. Pocas veces he visto a alguien citar tan fuera de cacho y con tan poca inteligencia torera.

La cosa no paró ahí. En el quinto, Murillo estuvo siempre a merced de un cornúpeta excelente. No dejaremos de encomiar sus gaoneras ceñidas pero a la trágala, ni su buen inicio de faena, donde se gustó en unos estatuarios y un gran pase de la firma con la zurda. A continuación, aquello fue un enorme desperdicio de toro. Tan es así que cuando bailó en las joselillinas finales, el respetable le abucheó.

Juan Luis Silis, un consentido de la afición capitalina, anduvo entre azul y buenas noches. Al tercero de la tarde, un castaño de impresionante lámina y mucha fuerza, Silis lo dejó irse sin torear. Uno confiaba en que el discípulo del gran Mariano Ramos le echara poder al asunto. Pero no, las lejanías y la falta de quietud obligaron a los cabales a gritar: ¡Toro, toro!

El sexto fue el toro de la ilusión. Había que ver el caudal de nobleza de ese astado. Pues bien, Silis anduvo eléctrico y pueblerino. No obstante, tuvo algunos momentos de quietud y buen toreo. Nos regaló uno de la firma y unos trincherazos de gente grande. Lástima que se tiró a pinchar y no redondeó nada. El público que asiste a estos festejos sin “figuras” pero con toros, algo entiende y es generoso, por eso le pidió a Juan Luis que diera la vuelta al ruedo.

Lo más torero de la tarde ocurrió cuando abandonábamos el coso. De pronto, en la puerta grande, donde está la fabulosa escultora “El encierro” de Just, vimos a Antonio Romero, a ese torero que se llevó un tabaco de órdago hace apenas quince días cuando toreaba con clase y valor a un toro-toro de Piedras Negras. Los cabales le decían: “Tú sí eres torero, no como otros. Ojalá te veamos pronto.” Nadie sabe de qué están hechos los toreros machos, pero Antonio Romero es uno de ellos. Y con un encierro como el de hoy, que no se comía a nadie y que quería irse sin orejas, estamos seguros de que el torero de Zacatecas hubiera salido con por lo menos cuatro orejas en la espuerta.

Sí, desde que Dios existe, cuando hay toros no hay toreros, y cuando hay toreros no hay toros.


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