Felipe Escalante Tió
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 21 de abril, 2017

La costa yucateca está marcada en el imaginario de sus habitantes. El muelle fiscal de Progreso señala incluso diferencias en atractivos a los visitantes. En un recorrido por carretera, hacia el oriente, rumbo a Telchac, el viajero encuentra hoteles, villas y departamentos equipados con piscinas, casas veraniegas de familias de empresarios y, por supuesto, la “zona de antros” en Chicxulub. Por un tramo, las poblaciones tienen nombres de santos.

Al poniente, el impacto es distinto. Están Chelem y Chuburná, comisarías de Progreso en donde aún se ven las huellas del huracán Gilberto, pese a que han pasado 28 años del azote del meteoro. No es raro encontrar casas con los cimientos visibles. Solían ser también lugares de residencias veraniegas de familias meridanas.

En el puerto de abrigo de Chuburná, Lemuel Matú Heredia, Rogelio Ku Cauich y Horacio Ku Mut, acceden a platicar con La Jornada Maya acerca de los atractivos de este pueblo de pescadores, cuyos pobladores se reinventan para ofrecer algo más que sol y playa.

Rogelio y Horacio, padre e hijo, se han hecho importantes para Chuburná a partir de su trabajo, indica su compañero en la entrevista. El primero, llegó hace varios años desde el pueblo de Santa María, en el sur del estado, donde era taxista. En el puerto se volvió pescador y ahora dirige con Horacio la cooperativa de Santa María Akú, que brinda a varios vecinos la oportunidad de ganarse la vida en la pesca.

[b]Atractivos[/b]

Chuburná es una población tranquila, indica Lemuel. Quienes tienen la oportunidad de salir en busca de entretenimiento acuden al cine, en Mérida o Progreso. Los demás, recurren al muelle de pescadores o los distintos eventos deportivos de fin de semana, destacando el apoyo a los equipos de beisbol, de diferentes categorías. Ofrece, pues, un ambiente de relajación para el visitante.

La paz, sin embargo, no es el único atractivo. Uno de los principales es, como casi todo puerto, la pesca. Lo primero que hace el visitante es buscar a los pescadores, identificarlos y arreglar una salida, indica Rogelio. También hay paseos en lancha hasta el islote cercano de La Carbonera, abunda, un servicio que se ofrece a las familias.

Los aficionados al senderismo y el ecoturismo, por su parte, pueden tomar los paseos de las compuertas y de la ciénega, indica Rogelio. El primero, es un recorrido que pasa por detrás del puerto de abrigo, hasta llegar a unas escolleras. Incluso, se organizan grupos de ciclistas para, también atraídos por la naturaleza, abunda Lemuel.

Además están los puentes, pasos de agua entre la ciénega, desde donde se pueden observar aves, aunque no acercarse mucho, abunda Rogelio. “Nada comparado con Celestún”, afirma, aunque eso mismo protege a la fauna.

“Contamos igualmente con ecoturismo, señala nuevamente Lemuel, apuntando a las instalaciones de una cooperativa que organiza recorridos en kayac a través de la ciénega”. “Están a la espera de ayudas del gobierno. Ésta no llega, pero ellos se mantienen, no se van a pique, así que hay gente a la que le interesa la actividad, pero siento que deben superar las expectativas de los visitantes”, afirma.

Dos lugares son los que todos visitan: El puerto de abrigo y el playón. En este último, llegan familias y acampan, hacen fogatas, abunda.

¿Cuál sería un presupuesto razonable para una familia?, preguntamos. Por supuesto, esto depende de las actividades que se quiera realizar, y del tiempo y presupuesto disponibles.

“Un viaje de pesca, según la distancia. Hay quienes quieren alejarse, y eso sí está entre mil 500 y mil 800 pesos”, afirma Horacio; “pero si quieren ir a La Carbonera, la ciénega, cualquier pescador te lleva, especialmente cuando no pueden salir”, agrega. Es una segunda actividad que muchos realizan con orgullo, y a un precio que resulta accesible. Incluso, un recorrido en lancha por la playa, “puede arreglarse con cualquier pescador, y el servicio de estos paseítos es de unos 20, 30 pesos como cuota por persona. No necesitas desembolsar mucho, y al pescador le resulta porque da varios servicios”, indica.

Hoy hay un buen número de autos en el playón. “Muchos salieron beneficiados por dar paseos. El turismo también mantiene la economía de la población”, señala Rogelio con firmeza.

Los visitantes de Chuburná son predominantemente locales. Un pequeño porcentaje de turismo nacional y un mínimo extranjero. Estos últimos no llegan para nada con los pescadores, indica Horacio.

[b]Turista y consumidor[/b]

Pasear y comer son las actividades que consumen el presupuesto del visitante, y si bien muchos buscan el tradicional pescado frito, no todos lo aprecian, coinciden los entrevistados.

“Lo que pedimos a todos los que vienen es que valoren el trabajo del pescador, que se quiten de la mente que es un deporte, que se va a divertir uno y que volvemos alegres de cada salida. La vida del pescador es complicada, muy trajinada, no cualquiera la vive. Hay quienes se quedan 15, 20 días en el mar exponiendo sus vidas”, sostiene Lemuel.

El tiempo, además, no siempre es favorable. “Probamos salir al primer minuto que se levantó la veda del mero, ¡y máare, qué bueno que lo hicimos! Sí hay mero, sí está dando resultado la veda, así que hay que aceptar que tenemos que darle su tiempo a la especie”, indica Rogelio. Sin embargo, al día siguiente no pudieron salir, por el viento.

Eso es lo que no se valora, insiste Lemuel. El visitante llega y dice “vámonos a pescar”, “está carísimo”, “mil 500, te estás pasando”, pero sólo en gasolina, una lancha lleva 850 pesos. En cuanto a la comida, agrega, “a veces nos sentamos en franquicias, pagamos 700, hasta mil, 3 mil pesos de cuenta con la familia, pero en el puerto regateamos el pescado, a 150 pesos el kilo; después agarramos una lancha y nos duele pagar mil 500, entre ocho personas. Todavía así, la producción se les queda”, indica.

“En pesca deportiva, sacas un pez y lo devuelves. Aquí estamos acostumbrados a que todo lo que saquen se lo llevan. Están llene, llene y llene sus neveras, pero la verdad no hemos puesto un tope, una medida para acostumbrar a la gente a que se lleve la captura desde una talla. Así debería ser, porque se protege la especie”, señala Rogelio. Sin embargo, no se ha intentado llegar a un acuerdo entre las cooperativas para establecer una medida de este tipo. Los clientes están acostumbrados a capturar cantidad, no calidad. Al final te dicen “estos cinco para freír y el resto me lo fileteas”, abunda Horacio.

No tenemos esa cultura de decir a los clientes “a partir de tal medida te vas a llevar”, enfatiza Lemuel. “Se oye feo decirlo, pero depredan. Igual el pescador no está consciente de poner un límite a la talla, aunque sí hay clientes muy conscientes, muy pocos pero sí los hay”, indica.

[b]El desafío del mercado[/b]

Como destino, Chuburná tiene el atractivo de ser un pueblo de pescadores, por lo que su infraestructura de hospedaje está dominada por casas veraniegas, en renta por temporada.

Si hay algo que Rogelio, Horacio y Lemuel tienen claro es que necesitan hacer consciencia en los visitantes, no sólo en cuanto a lo que cuesta obtener el pescado, sino de respeto a la población. Tanto en el puerto de abrigo como sobre la carretera, justo para entrar al playón, se observa la basura dispersa.

“Hay que involucrar a muchos en la limpieza, no sólo el comisariado”, reconoce Lemuel.

El turista, también, está limitado en gustos y sólo pide mero para comer. “Es muy raro que alguien pida, por ejemplo mojarra. Y aquí también se captura boquinete, pargo, rubia, canané, mojarra y la estrella del ceviche, el chaac chi”, indica Rogelio.

Sólo la enumeración de especies llevó al antojo. Tiempo, pues, de ir por pescado frito.


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