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del

Giovana Jaspersen
Foto: Fabrizio León Diez
La Jornada Maya

Viernes 21 de abril, 2017



[i]Y en estos momentos aún no sabemos si la vida cultural puede sobrevivir
a la desaparición de la servidumbre[/i]
(A.B)


[i]¿Para qué el poeta en tiempos de miseria?[/i] preguntó el romántico alemán Hölderlin en su elegía Pan y vino hace más de doscientos años [i]¿Para qué el poeta en tiempos de miseria?[/i] es lo que indirectamente nos hemos cuestionado muchos en relación a la cultura y las artes cuando vemos el escenario de crisis en nuestro país [i]y el mundo ¿Para qué el poeta en tiempos de miseria?[/i] es lo que debemos responder hoy, para comprender y ejercer la función social de la cultura como una herramienta de cambio en la democracia contemporánea.

Durante años la cultura se alejó tanto de la sociedad civil como de las autoridades, el llamado “concepto tradicional” del término marcó una brecha enorme de herencia burguesa, por lo que ser “culto” implicó el conocimiento y gusto por las bellas artes y una suerte de refinamiento social. Esa imagen de la [i]Alta cultura[/i] que hoy bien puede ser una caricatura Ionesca, nos deja cargando sus vestigios hasta hoy. Por ser durante años herramienta de distinción y no considerar la comunicación del área como fundamental; su quehacer se desdibujó hasta considerarse sólo un espacio -no pocas veces restrictivo- de esparcimiento y contemplación. Una de las consecuencias más claras de esto último ha sido el ver cómo cultura termina siendo sinónimo de techo presupuestal susceptible a recortes continuos. Esto, responde no sólo al desconocimiento histórico del área, sino también a la falta de consideración de la cultura como una herramienta de Estado; al no comprender su función, tampoco se consideran las implicaciones de no invertir en ella.

Habría que preguntar a sociedad y gobierno ¿Para qué sirve la cultura en un proyecto de Estado? ¿Cuál es su función? ¿Tiene injerencia en temas que se suelen considerar distantes como la salud pública o la seguridad? ¿Cuál es su potencial como capital político, social y económico? ¿De qué forma se relaciona la cultura con la democracia o el desarrollo? Con las respuestas podríamos ver lo poco que comprendemos aún de la cultura y su potencial.

Es lo fundamental y debería ser lo más sencillo, todos comemos cultura, vestimos cultura, expresamos ideas a través de la cultura, conocemos al otro por la cultura, respetamos gracias a la cultura, disfrutamos por la cultura; parece sorprendente que aún podamos pensar que a alguien no le interesa, pues es en realidad un ejercicio diario. Por ello al enunciarla como un derecho humano se comprende como uno de tipo participativo, porque todos actuamos en ella y la construimos, somos eso, por derecho.

Más allá, la cultura es también el traje que viste al Estado, lo arropa y nutre. Es carta de presentación clave en la política exterior; pieza fundamental no sólo en el turismo y la derrama económica que este trae consigo, sino también en la posibilidad de generar alianzas económicas y comerciales de naturaleza diversa. En suma, la cultura es capital inagotable y renovable; un recurso que cuanto más se consolide mayor reflejo en la economía y la sociedad tendrá, es un mecanismo para el desarrollo desde todas las perspectivas que de él se tengan.

Un Estado que invierte en cultura está invirtiendo en la comprensión que se tiene de sí, del mundo y de los que de él somos parte; en posibilidades de transformación social y responsabilidad civil. La política cultural como medio de comunicación gubernamental, dice a la sociedad lo que de ella se piensa, sabe y conoce, así como los caminos a seguir hacia la construcción del mañana; lograr una política cultural equitativa, aplicable y práctica, basada en la diversidad y el respeto, le dice a la ciudadanía no únicamente que cada persona interesa al Estado y que todos somos iguales de cara a él, sino también que somos parte de algo que representamos y nos representa. Justamente cuando la diversidad y el reconocimiento se conviertan en base de la política cultural, el respeto y reconocimiento por el otro será semilla que germine. La cultura así, es cura para padecimientos mortales como los crímenes de odio, la desigualdad y la discriminación; camino para la dignidad humana y la paz. Temas sociales fundamentales como la seguridad, la salud mental y emocional, tienen una relación con la cultura mucho más estrecha de la simplista desconexión; en esta lógica y volviendo a Hölderlin, la razón del poeta, es su capacidad para sanar la miseria.

La cultura, es fundamental, base y fin de la democracia, que tanto se ha banalizado con una perspectiva electoral, por lo que no sólo es deseable dentro en los futuros planes de desarrollo, sino exigible.

Un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo, no es una utopía sino una acepción de democracia inscrita en la constitución. Si quienes trabajamos por y para la cultura no somos capaces de comunicar su neurálgica función en un proyecto de Estado contemporáneo a quienes busca gobernar, seguiremos siendo parodia de Sísifo en nuestro andar y cómplices en el atropello de los derechos humanos, en un mundo que no puede responderse [i]¿Para qué el poeta en tiempos de miseria?[/i]

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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