Ericka Montaño Garfias
La Jornada Maya

Jueves 27 de abril, 2017

Pocos son los autores que se alejan de fórmulas y desequilibran al lector. El francés Pierre Lemaitre es uno de ellos, primero con sus novelas policiacas protagonizadas por el comandante Camille Verhoeven, y después con libros dentro del género negro.

Para él, la escritura es como una máquina para desmontar los engranajes del ser humano, y el escritor un demiurgo creador de mundos que son, al mismo tiempo, un reflejo de la sociedad.

Lemaitre (París, 1951) visita por primera vez México para promocionar su novela Tres días y una vida, publicada por el sello Salamandra.

En la entrevista con [i]La Jornada[/i] es imposible no hablar de la serie del comandante Verhoeven ([i]Irène, Alex, Rosy y John[/i], y [i]Camille[/i]), [i]Vestido de novia[/i], [i]Recursos inhumanos[/i] –títulos publicados por Alfaguara– o de [i]Nos vemos allá arriba[/i] (Salamandra), que es el comienzo de una trilogía, y de la frontera entre las novelas policiaca y negra.

–Usted sí hace esta distinción entre lo que es la novela negra y la policíaca.

–Sí, estamos en una tradición en Europa que desde hace mucho tiempo ha hecho esta distinción entre lo que llamamos novela policiaca, en los cuales hay un crimen y una investigación, y la novela negra, que es más bien una novela de atmósfera, de ambiente, en la cual de lo que se trata no es tanto de saber quién cometió el crimen, sino entender por qué se perpetró.

"Entonces he escrito un cierto número de novelas policiacas, he escrito novelas negras. Sé hacer casi de todo", explica Lemaitre, quien se estrenó como escritor a los 55 años.

[b]El mundo es el brutal[/b]

–¿Qué género le gusta más?

–El problema de la novela policíaca es que impone muchas reglas, limitaciones. Para tener una novela realmente policíaca se necesita cierto número de elementos que forman parte de su código genético: un crimen, una investigación, sospechosos, falsas pistas, clímax, etcétera.

“La novela policiaca se parece a andar haciendo slalom, zigzag en el esquí para pasar entre las diferentes puertas. Es algo muy cansado, y cuando uno está en una novela con menos limitaciones, como escritor siente que puede respirar al fin. Es algo muy agradable. Es cierto que cuando pasé de la novela policiaca a la negra descubrí una libertad nueva para mí que es muy agradable y ya no quiero dejarla.”

–¿Cuál es la que permite una mejor comprensión del mundo?

–Creo que es la novela negra. En ella uno se fija más en el mundo como es, a veces es pequeño, como la familia, la empresa, la universidad, la escuela, una colectividad, pero ya no se está buscando a un culpable individual sino más bien se intenta entender cómo es la sociedad en la cual el culpable evolucionó y lo transformó.

“Tiendo a pensar que la novela negra ayuda más a comprender el mundo que la novela policiaca; además, hay otra cosa, pues en el fondo la novela policiaca intenta restablecer el orden, es un poco subjetivo: ‘cometí un crimen, la sociedad me está buscando y cuando me encuentra el mundo vuelve a ser como antes’, pero en la novela negra no funcionan así las cosas. Es como la diferencia entre medicina y sicoanálisis: en la medicina usted quiere que el paciente vuelva a estar sano, como estaba antes, pero en el sicoanálisis uno no quiere que el paciente regrese a ser el de antes, uno quiere que se vuelva alguien más feliz, quisiera decir que la novela policiaca es más como la medicina, se trata de restablecer el orden, y la novela negra se parece más al sicoanálisis, porque intenta cambiar el mundo.”

–Sus novelas son brutales.

–No son mis novelas las brutales, es el mundo el que es brutal. Mire usted, abra la ventana, mire lo que pasa en Ciudad de México o en París, mire cualquier urbe del mundo. Dígame si hay una gran ciudad pacífica. Stendhal decía que la literatura es un espejo que uno pasea a lo largo de un camino, en el fondo si el camino es violento la imagen que se va a reflejar en el espejo es una imagen violenta.

–Decía que son novelas brutales no tanto por la violencia, que al final de cuentas nos rodea, sino a situaciones y personajes que no son complacientes. Las cosas cambian de una página a la otra.

–Tal vez una marca de fábrica de lo que yo hago es que intento sorprender al lector, porque eso es lo que me gusta: yo soy el que lee una novela. Lo que me interesa en la vida es lo que va pasar después, no que los días se repitan. Lo que me interesa es el día que va a ser diferente. En mis libros simplemente hago lo que me gusta encontrar en los libros de los demás.

“Tengo la impresión de que un escritor es alguien que tiene dos o tres cosas por decir –los mejores tienen cuatro o cinco– y libro tras libro intentan decirlo de nuevo de manera conveniente. Tengo la impresión de que en mis libros intento decir dos o tres cosas, no muchas más, y eso que necesito decir son cosas que intento entender, pero no escribo para comprender. Escribo para proponer una visión del mundo, la mía, e intentar provocar en el lector un shock que va a hacer que esté de acuerdo con mi visión del mundo o al contrario que va a entender que su visión es muy diferente a la mía.

En el fondo la literatura es una especie de máquina que nos permite descifrar el mundo. Pero no intento comprender las cosas realmente.

[b]Somos demiurgos[/b]

Para Lemaitre, quien ha obtenido múltiples premios, la literatura tiene una función pacificadora, “pero también tiene la función de descifrar los motores de nuestros miedos, es decir, qué es lo que hace que tengamos miedo del otro, qué es lo que nos lleva a tener deseo de revancha. La literatura intenta desmontar esos mecanismos. De cierta manera un novelista es como un relojero: abre la máquina humana, intenta ver cómo funcionan los engranes allá adentro, los resortes, lo desmonta todo, intenta entender cómo funciona esa cosa tan misteriosa.

“Somos demiurgos. Escribo y digo: ‘ese edificio es rojo’ y basta con que lo tache y diga que es verde. ¡Soy Dios! Es algo extraordinariamente poderoso. Uno entiende por qué la gente quiere ser novelista, y es que uno es amo del mundo, de su mundo, pero desde luego es una libertad ilusoria. La libertad no es más que la que nos da la longitud de la correa. Pero es verdad que hay algo embriagador, algo excitante en el hecho de poder dibujar el mundo como uno quiere. No estoy prisionero del mundo cuando escribo.”

Para ciertos escritores “la literatura sirve para ganar dinero, para otros para satisfacer su narcisismo, pero, de una manera general, es para desmontar la mecánica humana, para hablarle al lector de sí mismo a través de los personajes. Tal vez en algún lado haya alguna lectora que va a ver cómo reacciona la mamá de Antoine, el protagonista de [i]Tres días y una vida[/i], y va a decir: ‘pues sí hay cosas que no quiero ver en mis hijos, hay cosas que no quiero saber para seguir queriéndolos. Si tengo una lectora que llegue a pensar eso hice bien mi trabajo”.


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