de

del

Gastón Ramírez Cuevas
Foto:
La Jornada Maya

Jueves 27 de abril, 2017



Toros: Seis de Torrestrella, bien presentados y de juego variado. Tercero, cuarto y quinto fueron ovacionados en el arrastre.

Toreros: José Garrido, al que abrió plaza lo mató de tres cuartos al julipié y dos descabellos: silencio. A cuarto lo despachó de buena entera: oreja.

Álvaro Lorenzo, al segundo lo atravesó para empezar, luego le asestó un sablazo desprendidísimo y terminó descabellando en un par de ocasiones: silencio tras aviso.
Al quinto lo pasaportó de entera baja, desprendida y trasera, y un golpe de verduguillo: silencio tras aviso.

Ginés Marín, al tercero se lo quitó de enfrente mediante una muy buena estocada entera: silencio. Al sexto de la función lo despeinó de pinchazo y entera trasera y perpendicular: silencio.

Después del habitual desfile de toros mansos, bobos y débiles que tuvo lugar en las tardes anteriores, es un gran consuelo ver la otra cara de la moneda, al toro bravo que emociona. Si bien ninguno de los tres cornúpetos que merecieron el adjetivo de bravos (tercero, cuarto y quinto) fue aprovechado cabalmente, ningún aficionado salió hastiado ni furibundo de la plaza más guapa del universo conocido.

El festejo transcurrió de la siguiente manera:

Garrido se fue a porta gayola en el primero de la tarde para dejar bien asentada su postura. La media larga cambiada de rodillas fue de muy buena factura. A continuación el joven de Badajoz pegó excelentes verónicas casi en el centro del enorme ruedo y remató con una media de cartel. Llevó al toro al caballo con chicuelinas andantes y quitó por mandiles. El recital capotero nos hizo albergar grandes esperanzas, pero el toro se desinfló con rapidez y la faena de muleta de Garrido fue demasiado parsimoniosa y un tanto absurda. A un toro aplomado hay que buscarle las cosquillas lo antes posible en vez de darle unas treguas de cinco minutos entre pase y pase.

El segundo de la tarde fue un bicho medio manso, medio descastado, pero toreable. Álvaro Lorenzo logró buenos momentos con la muleta. Sobresalieron una tanda de derechazos y algunos naturales largos y templados. El espada toledano remató una serie de pases con la zocata mediante un molinete y el de pecho que tuvieron verdadera torería. Desgraciadamente, este joven de escasos veintiún años anduvo fatal con los aceros y su labor fue silenciada.

El tercero correspondió a Ginés Marín quien no tuvo su tarde, para nada. En el primero de su lote le faltaron temple y poder, dos cosas que no pueden existir por separado. El de Torrestrella le regaló al coletudo de Jerez de la Frontera más o menos unas 40 embestidas fuertes y francas, pero el trasteo de Ginés no pasó de deslucido.

El segundo del lote de Garrido traía las orejas prendidas con alfileres. El muchacho pacense volvió a estar bien con el capotillo y luego le hizo una faena correcta a un astado que tuvo bravura y nobleza. Garrido tuvo ciertos momentos más templados que otros y remató bien las tandas. Yo me quedo con los de trinchera y los firmazos. La estocada certera le permitió cortar una oreja, aunque es justo decir que, en conjunto, le sobró toro. Sin embargo, prefiero ver mil veces a José Garrido frente a un toro de verdad que a las sempiternas vacas sagradas que todos conocemos mimando a sus toritos de alfeñique.

El quinto de la función fue un toro hecho y derecho, codicioso, listo y bravo. Pese a que en el primer tercio se dio una vuelta de campana, su casta no decreció y, aunque acusó el costalazo, el burel jamás dejó de embestir con alegría y fiereza. Desgraciadamente, Lorenzo está muy, muy verde y el toro no tuvo enemigo a modo ni a su altura. En la Plaza México, los gritos de: “¡Toro, toro!” hubieran acompañado al inexperto Álvaro durante todo el último tercio. Ya lo dice la sabiduría popular: ¡Dios te libre de un toro bravo!

El que cerró plaza fue un bóvido que no podía ni con su alma merced a lo lastimadas que tenía las manos y su evidente debilidad. Ginés Marín le puso voluntad al asunto, yéndose a porta gayola y luciéndose en la temeraria suerte. Ganas no le faltaron a Marín, quien hasta inició su faena de muleta con el legendario cartucho de pescado, pero ahí había poco que hacer.

Contrariamente a los dos primeros festejos de este año, nadie salió hoy bostezando de la plaza. Nadie insultaba al ganadero, a los toreros o a la empresa. Todos comentaban uno u otro detalle valioso de la corrida. Todos le habían aplaudido en mayor o menor medida a más de un par de toros bravos. ¿Es acaso tan difícil darle gusto a San Aficionado Mártir?

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