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Texto y foto: Kálmán Verebélyi
La Jornada Maya

Miércoles 03 de mayo, 2017


Vive en dos mundos lejanos entre sí, que exigen conductas y emociones diferentes. En uno se enfrenta a las experiencias de violencia y destrucción humanas; el otro lo va creando con su pincel, dejándose llevar por sus emociones en busca de paz interior.

“Soy terapeuta, me encargo de niños de 10 a 11 años que se sumieron en las drogas”, indica Jessica Alejandra Ayala, regiomontana por nacimiento y tapatía por residencia, y artista que exhibe una muestra de pinturas en la galería de Mauricio Beytia, a unos pasos del reloj de la plaza de San Francisco en Campeche, donde en su juventud pasó las vacaciones de verano en casa de sus tíos.

En los 15 cuadros domina el motivo que según ella representa la quintaesencia de la creación. La melena de un lobo, de lejos, parece ser de la mano que con un lápiz delgado iba surcando la superficie del papel. “No es dibujo, es acuarela”, aclara, y el pensamiento va a las primeras experiencias del niño con la pintura. Un bote pequeño de agua, un pincel de punta delgada, otro grueso, papel y medallones de colores encerrados en un estuche de plástico, con una hendidura en la superficie, prueba de la preferencia del artista por uno u otro color.

“Trabajo con acuarela por el agua. Es mi elemento vital. Mi estudio tiene vista al lago Chapala, cuya superficie en las tardes se baña en mil colores. Siento que me transporto cuando estoy pintando. Tiempo después de haber empezado, por instinto, digamos, con la técnica, me entero de que su dificultad estriba en que no permite errores. Y qué bueno que no lo haya sabido desde mis inicios, porque pudo haberme frenado, supongo”, indica.

La experiencia de vida de Jessica tiene una influencia en los motivos escogidos. No lo expresa, no da pistas concretas, pero al afirmar que no comparte que el ser humano sea la perfección hecha, deja abierta la puerta a la pregunta: ¿será que trabajar con niños drogadictos, conocer la maldad del hombre para someter al prójimo a una vida de calvario constante, sean los elementos que sustenten su visión?

“No empleo motivos, no reproduzco en la pintura las vivencias de mis pacientes. Si lo hiciera, debería pintar monstruos y para mí pintar significa estar en paz conmigo y con el mundo. Me transporto a un escenario de amor para expresar lo que siento. Los animales desde chiquita me atraían. Cuando veníamos en carro desde Monterrey a Campeche, mi papá en Veracruz hacía las primeras paradas. Recuerdo que en Catemaco buscamos chapulín colorado; en otros, lagartos, animales que vivían en medio de la naturaleza. Y Campeche significaba la inmensidad del agua”, relata.

“Respetando la opinión de los otros, yo sostengo que la perfección de la creación está en los animales. Esto me dice su comportamiento cuando los estudio, los observo. Porque ¿qué es lo que el hombre quiere? Quiere volar como los pájaros, permanecer bajo el agua respirando como un pez, ser fuerte como el león. Necesita matarlos para alimentarse, necesita su piel para cubrir su cuerpo. Me interesa el ser humano, pero saber qué barbaridades es capaz de cometer, me hace pensar en su supuesta superioridad, su perfección. El hombre se va distorsionando porque su esencia se ve cuando nace: es inocente, refleja amor, requiere de amor. Esta debería ser el motor de la vida”, dice, y niega que su opinión sea religiosa.

“Trato de reflejar en un cuadro la simbiosis del hombre y el animal, sin llegar a convertirlo mutante. Un ejemplo de ello es la pintura que llamo Safari, donde la figura humana, sentada, cubriendo sus ojos, con la cabeza volteda hacia el cielo, implora la visión del águila para ver no sólo las distancias, sino también la claridad, como el ave observa a su presa, su destino. La figura humana casi no aparece, prefiero centrarme en los animales, y quiero que el que observe mi pintura también se centre en la expresión, en la figura del animal. No pinto fondo, no quiero que el observador se distraiga, dejo a su imaginación, a su experiencia personal dónde los coloca”.

A Jessica Alejandra Ayala, dos propósitos la trajeron a Campeche. “Me inquieta cuántas especies están peligro de extinción. La península de Yucatán tampoco puede sustraerse de esta tendencia provocada en gran medida por el hombre. La fauna cada vez se reduce más, hace falta proteger al venado de cola blanca, al jaguar, y otros tantos. Mi estancia en Campeche responde a la necesidad de reunir los elementos para el ciclo de motivos que estoy comenzando a pintar. Van a ser las especies de la península. Ya tengo el jaguar, estoy trabajando en la imagen de una tortuga de carey. Luego vendrán los otros”, comenta.

La pintura de Jessica intenta crear conciencia en el hombre para apreciar, valorar la diversidad de la naturaleza que nos rodea.


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