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Giovana Jaspersen
Foto: Valentina Álvarez Borges
La Jornada Maya

Viernes 12 de mayo, 2017


Nace una niña y con la primera infancia se le da su primer bebé, bodoquito de responsabilidades, culpas y roles que ha de cuidar y cargar. Hoy, el que la maternidad se haya forjado culturalmente como el mayor elemento de identidad femenina, ha dado como resultado -además de los impuestísimos y ya muy analizados roles de género- la formación de una suerte de cofradía para la vigilia de su ejercicio, situación que además de incómoda es violenta. Caso particular de violencia de género, pues suele ser, de mujer a mujer.

El ejemplo más común y explícito es con quien ha decidido no tener hijos; o bien, con quienes aún no los tienen, ahí viene: la marginación de no ser madre. No es poca cosa ni en cifras ni en consecuencias, pues según el INEGI en 2015 en México se trataba de casi 16 millones de mujeres; todas ellas en mayor o menor medida -según edad y situación- escuchan una y otra vez afirmaciones y condenas como: “no lo vas a entender hasta que seas mamá”; “no estarás completa hasta tener un hijo”; “eres una egoísta, por eso no has sido madre”; “tu inmadurez, te ha impedido tener un hijo, no quieres ser un adulto”; o bien, “el reloj biológico no perdona, te vas a arrepentir cuando veas que te quedaste sola”; y un gran etcétera en la misma lógica de ideas.

Y bueno ¿qué decir? Podríamos partir del punto cierto de que no se comprenden las cosas hasta que no nos pasan, no se trata de las mujeres o los hombres, sino de las personas; justo eso es la base de la experiencia humana. La maternidad, como la enfermedad, celibato religioso, triunfo olímpico, infidelidad, estado de coma y todo lo que pueda sucedernos, se comprende al vivirlo, sin restar por ello la empatía que se tenga con quien sí lo ha experimentado. No se sufre una disminución neuronal al no tener hijos, la comprensión no es menor, sólo distinta; tampoco se atrofian o limitan los afectos, sólo se experimentan otro tipo de cariños que tampoco comprendería quien nunca ha tenido una realidad como esa; sin embargo, no es común escuchar a una no-madre condenar la no comprensión de quien sí lo es, como sucede a la inversa. Ahora bien, y en definitiva a pesar de que parezca una obviedad ¡No hay mujer incompleta! No ser madre no quita una parte, los hijos no son extensiones sino producto, las mujeres nacemos completas, vivimos tratando de estarlo y deberíamos poder morir en la tranquilidad de haber defendido esta plenitud donde sea que la hayamos encontrado; pero especialmente, en la defensa del derecho de todas las otras a encontrarlo también donde les plazca.

Ahora bien ¿egoísmo? ¿Inmadurez? Parece casi irrisorio que se hable de egoísmo cuando hay quien llega a tener hijos para no quedarse solo, o de inmadurez cuando tenemos madres niñas educando niños para cumplir lo que de ellas se espera. Lo que preocupa es el juicio, el que alguien se inmiscuya en las razones y decisiones y que incluso crea tener la vara de verdad en relación a las mismas.

Pero el constructo cultural no se limita a eso, sino que además habla de cómo se tiene que ser madre una vez que esto sucede. Isabel Allende en un derroche de convencionalismos maternales afirmó que “ser Madre es considerar que es mucho más noble sonar narices y lavar pañales, que terminar los estudios, triunfar en una carrera o mantenerse delgada.” Como si una cosa fuera negación de la otra. ¡Cuánta miseria! Cómo podría algo ser más noble que lo otro, cómo podríamos limitar la maternidad a pañales. Visiones como éstas han sembrado -por lo menos- dos semillas: una, que ser madre implique que ideas como “sacrificio” y “entrega” sean pilares de virtud, mismos que habrán de cargar no ellas sino sus hijos; y dos, que se juzgue de mala madre a quien ha decidido que no se encuentra en tal formato y busca caminos para reducir la frustración, o bien, sostener una familia.

En la maternidad, lo bueno y lo malo, lo bien o mal que se hace, o la legitimidad del estado en sí mismo, son constantes. Las voces parecen levantarse más para decir que dos mujeres que son pareja no son madres de verdad, o que la adopción nunca se acercará a la maternidad biológica, que para aceptar que la maternidad es un derecho que cada mujer puede ejercer como mejor le funcione o como le sea posible. Recordemos que no hay recetas y que las que nos enseñaron atropellaron a muchas mujeres y dejaron fuera del proyecto parental a muchos hombres; que trajeron consigo culpas y deudas de por vida, convirtiendo a los hijos en pretextos para sostener relaciones insostenibles, donde se desdibuja el amor entre la asociación paternal y la tradición.

La maternidad, en su dimensión biológica es fundamental para la reproducción y permanencia de las sociedades, y es de celebrarse, siempre. Mejor aún en el reconocimiento de que en su dimensión cultural es tan diversa y personal como la sexualidad, y no es tema de nadie más que de quien lo ejerce. Así, comencemos por dejar que las mujeres decidan las formas en las que quieran serlo, o no.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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