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José Juan Cervera
Andrés Iduarte, [i]Tres escritores mexicanos[/i]. México, Editorial Cvltvra, 1967, 95 pp.
La Jornada Maya

Viernes 12 de mayo, 2017


El espíritu de comunidad que la literatura expande y los canales que impulsan los ecos de su tradición se hacen más claros cuando un escritor dialoga abiertamente con otros, antecesores o contemporáneos suyos. Las propias letras acogen el escenario metafórico de este diálogo, lo alientan y lo justifican.

Cuando un autor ensaya semblanzas y aproximaciones críticas en torno a las contribuciones humanísticas de otros, las voces que los enlazan se hacen más vivas, apreciables sus virtudes, suntuoso su colorido y genuino su significado, siempre que sus conexiones puedan palparse con la emoción expectante del colega que es discípulo e interlocutor a la vez.

La obra de Andrés Iduarte (1907-1984), como la de muchos otros creadores literarios del México de antaño, espera una justa revaloración que no se limite a unos cuantos títulos de su conjunto; sin que haya sido fácil reunirlos todos, el gobierno de su estado natal los volvió a editar a principios de la década de los noventa. Sin embargo, para invitar a su lectura tiene sentido detenerse a examinar al menos alguno de ellos.

Tabasqueño de nacimiento, a Iduarte se le recuerda de manera especial por haber sido destituido de la dirección del Instituto Nacional de Bellas Artes en 1954, durante la presidencia de Adolfo Ruiz Cortines, después de brindar espacio al homenaje luctuoso de Frida Kahlo; en esa ocasión, los camaradas de la reconocida pintora cubrieron su ataúd con un lienzo que llevaba el emblema de la hoz y el martillo.

En [i]Tres escritores mexicanos[/i] (1967), Iduarte reunió cuatro textos suyos, dos de ellos referidos a Justo Sierra Méndez, y los restantes a Alfonso Reyes y Martín Luis Guzmán. Los escribió en la Universidad de Columbia, en la que fue profesor, y corresponden a distintos años que abarcan de 1949 a 1961.

A Sierra lo considera “apóstol y héroe de la armonía mexicana”, en atención a su tendencia conciliadora y a su afán de sintetizar con su vida y con su pensamiento los grandes retos y aspiraciones de la nación mexicana. Alude a su linaje liberal, a su trayectoria política y al desafortunado episodio en que Santiago, su hermano menor, perdió la vida en un duelo con Ireneo Paz; este suceso, acaecido en 1880, marcó profundamente la sensibilidad del ameritado maestro y matizó su visión del mundo.

Analiza también el libro de Sierra titulado En tierra yankee: notas a todo vapor (1898), y transcribe algunos de sus párrafos, como aquél en que su autor señala “los melancólicos recuerdos” que le inspira la ciudad de Houston, nombrada así en memoria del controvertido personaje que tanto significó en la historia de Texas y del país vecino. Conviene apuntar que su progenitor Justo Sierra O’Reilly conoció a Samuel Houston en Nueva York en enero de 1848, tal como describe en uno de los capítulos de sus Impresiones de un viaje a los Estados Unidos de América y al Canadá.

Entre los rasgos éticos que el escritor tabasqueño destaca de Alfonso Reyes y de Martín Luis Guzmán, los cuales complementan y equilibran su calidad estética, figura su simpatía por la República española mancillada por el régimen del general Francisco Franco, afinidad que compartió con ellos el propio Iduarte.

Los lazos que unen a Martín Luis Guzmán con Yucatán inician con su padre, un militar nacido en esta península; se extienden a lo largo de su relato histórico Kinchil y de sus vínculos con literatos del mismo origen, como Ermilo Abreu Gómez, quien halló en sus Memorias de Pancho Villa los valores que encumbran a una obra maestra, entre ellos la autenticidad del lenguaje popular que de ningún modo opaca los recursos estilísticos que concurren en las páginas del novelista chihuahuense.

El mérito de una obra literaria se aprecia en el encuentro íntimo que cada lector experimenta al sumergirse en su contenido, acogiendo las persuasiones de su autor junto con los conceptos que le dan fortaleza. Si la fraternidad humana sigue siendo un ideal, y si el cultivo de las letras es algo más que el ejercicio narcisista de un puñado de aptitudes expresivas, entonces la comprensión de los valores que han recorrido las edades del mundo puede transmitir a las actuales incertidumbres un aliento renovador. Y para ello es preciso mirar a fondo el legado de los portadores de vida y de los artífices de la concordia, dondequiera que hayan posado su mano generosa y la virtud de su sentimiento.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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