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del

Kálmán Verebélyi
Foto: Lilia Balam
La Jornada Maya

Lunes 15 de mayo, 2017

Para llegar a Las Tres Huastecas, se pasa por Maravillas, entrando por la carretera estatal 265 a un camino angosto, a medio hacer; donde el asfalto cede su lugar a hoyos, piedras y tierra.

Maravillas es una comunidad de colonos que se abastecen de agua de un cenote ubicado al pie de una colina. Podría llamársele también como una gruta que se llenó de agua, misma que sustraen con bomba hasta el centro del poblado, a través de una manguera; es agria por el alto contenido de yeso y sólo sirve para lavar la ropa sucia y bajar los restos de los alimentos en los baños; que, por cierto, fueron construidos en uno de esos programas de asistencia social que los gobiernos denominan como “combate a la pobreza”.

El agua entubada es de mejor calidad, pero sólo si se hierve es apta para consumo humano; de lo contrario, podría causar enfermedades con las que no se llegaría a tiempo al más cercano centro de salud, por la falta de medios de comunicación.

Estamos en el siglo XXI; en 2017, pero para la gente que vive en esas condiciones, parece que el calendario sólo se ha adelantado.

Maravillas (en esa zona sur del municipio de Calakmul, que durante años fue peleado por el vecino estado de Quintana Roo, imponiendo alcaldes pagados en Chetumal) es una maravilla de la sobrevivencia, del deseo de salir adelante sembrando chile jalapeño entre los montículos que encierran secretos de los mayas antiguos, Las Tres Huastecas es una comunidad de apenas cien habitantes que está condenada a desaparecer; vive por algún milagro que ni en la Virgencita, comunidad próxima, podrían creer.

«Centro educativo de Tres Huastecas» anuncia el letrero en la puerta de un predio cercado. El edificio de la escuela primaria rural es una construcción chiquita, apenas de unos 40 metros cuadrados; muy decoroso, pintado de amarillo. A unos metros, detrás, los baños; un poquito más al fondo, entre árboles, una chocita de madera, es el kínder.

El maestro Isaac López García viene diariamente desde la comunidad Bella Unión de Veracruz, que está a una hora, viajando en combis. Isaac, sólo los fines de semana va a su comunidad. La paga no alcanza para dar vueltas a diario. Come lo que los habitantes de Las Tres Huastecas le dan cada día en casas distintas. El alojamiento, en el salón de clases.
La hamaca está colgada junto a la ventana. Las clases comienzan a las ocho de la mañana, terminan hasta las dos de la tarde, con un receso de media hora antes de las 11.

En el aula hay tres mesitas, una repisa y el pizarrón verde. Los del primero y segundo grado ocupan una mesa, son seis. Otra del tercer y cuarto grado, también seis. La mesa de los últimos grados permite más espacio para sus ocupantes, ellos son cuatro. Isaac López no ha terminado la secundaria. Llegó hasta el segundo grado, cuando se le presentó la oportunidad de convertirse en maestro de escuela primaria rural.

Terminará sus estudios en el sistema abierto. Piensa llegar a la preparatoria, luego a una normal. -Si lo aguanta- dice Gabriel Aguirre Cornejo, quien llegó con Eleodoro Pantí Cahuich, para brindarle unas sesiones de ayuda didáctica y de contenidos, al maestro.

-La deserción es más grande entre los maestros que entre los mismos alumnos. Poca gente aguanta por mucho tiempo las condiciones-, enfatiza Gabriel Aguirre.

Hay que tener habilidad, paciencia y mucha invención para ocuparse de 16 alumnos. Hay que ser metódico. Dar tarea a alumnos de dos mesas, separado por grado, mientras se explica a la tercera. El pizarrón está dividido en tres. En una parte, cómo se escribe la letra “r”, palabras cortas. Al inicio, en medio, al final. Otra columna tiene ejercicios de suma. La tercera, números que significan fechas. Pertenecen a acontecimientos históricos.

- Hay muchos problemas de aprendizaje con los niños. Este pequeño, de sexto grado, tiene problemas de vista, también de comprensión, comenta Eleodoro Pantí, sin dejar de fijarse en cómo Isaac se desenvuelve en el pequeño salón.

Tomo unas fotos, la atención se centra en la cámara. Pequeño alboroto se forma, que Isaac tendrá que resolver. Con Gabriel Aguirre, salimos a la puerta. Platicamos de cómo le hace en la semana que está en Las Tres Huastecas. Nos toca la vida de Isaac. Dormimos en el salón. Comemos en las casas. Tres veces al día; frijol en la mañana, frijol para el almuerzo y frijol para la cena.

Dice que la Comisión Nacional de Fomento Educativo le paga poco, pero en Las Tres Huastecas, no tiene gasto. No hay tienda, hay que llegar hasta la Virgen en combi, si quiere comprarse un pan dulce, para variar la dieta.

Él tampoco terminó los estudios, llegó hasta el segundo de prepa. Parece poco, le digo, a lo que contesta: En el Conafe nos dan cursos especiales, acordes a las necesidades de los alumnos del medio rural. Aquí es diferente todo. La atención de los niños después de 20-25 minutos empieza a disminuir. Hay que salir al patio, hacer ejercicios que están relacionados con los contenidos académicos, comenta. Tenemos niños que de repente, se desaparecen por años, luego regresan para terminar. Margarita, ésta niña grande, ya tiene 16 años, está en quinto; dice que va a terminar.

En Las Tres Huastecas, de los cerca de 100 habitantes, 67 son menores de edad. En la escuela, tenemos a 16. Parece que asisten a clases escalonándose. Un año, un grupo; otro año, otro grupo. Muchos no terminan ni la primaria. Se acerca el Día del Maestro. Isaac dice que le prometieron festejarlo: «Habrá doble ración de frijoles»; dice, riéndose.


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