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Eduardo del Buey
Foto: Reuters
La Jornada Maya

Martes 06 de junio, 2017


Con una visión atrevida, China está cimentando las nuevas bases para el desarrollo del siglo XXI. Su meta: unir Asia, Europa y África mediante una nueva infraestructura de comunicaciones y transportes que pueda catapultar sus economías, crear nuevas sinergias y, posiblemente, contribuya significativamente con las metas de desarrollo de las Naciones Unidas 2030.

El pasado 16 de mayo, el [i]China Daily[/i] reportó que 29 líderes de Estado, junto con representantes del sector privado, académicos y organizaciones multilaterales, se habían reunido a principios de ese mes en Beijing para delinear el futuro de la propuesta por China y aprobada por cientos de países, Belt and Road Initiative (iniciativa franja y camino).

En un comunicado, los participantes acordaron “el compromiso conjunto de construir una economía abierta, asegurando un comercio libre e inclusivo, (y a) oponerse a todas las formas de proteccionismo al margen de la Belt and Road initiative”. El presidente de China, Xi Jinping, hizo notar que “la iniciativa no deja fuera, ni está dirigida en contra de algún grupo en particular”.

Xu Haoliang, secretario asistente general de las Naciones Unidas, afirmó que esta iniciativa “podría dar forma al modelo de cooperación internacional del siglo XXI”, y que sus efectos podrían ser “transformadores, especialmente si promueve la sustentabilidad económica, social y ambiental”.

Peter Wong, vicepresidente del banco HSBC, comentó que “las grandes sumas para gasto en infraestructura involucradas impactarán más allá de la China continental, principalmente en países pobres que carecen de los fondos y la tecnología necesarias para poder llevar a cabo, por sí mismos, grandes proyectos. Algunas de las propuestas dentro del marco de la Belt and Road incluyen, por ejemplo, la conexión de las ciudades de Yakarta y Bandung, en Indonesia, mediante un tren de alta velocidad, y la creación de una ruta ferroviaria entre China y Laos (todo esto para beneficiar a compañías chinas, como sucedió en los Estados Unidos, tras la segunda guerra mundial, con la puesta en marcha del plan Marshall, pero en circunstancias distintas).

Afirmó que “la meta principal es facilitar el comercio y cooperación regional, mediante una mayor libertad al paso de mercancías y servicios a través de las fronteras. China espera que su intercambio anual, con más de 60 países de la ruta de la Belt and Road, sobrepase los 2.5 trillones de dólares en la siguiente década, del trillón de dólares, aproximado, actual.

El Banco para el Desarrollo de Asia calcula que la demanda para desarrollo de infraestructura en ese continente alcanzará los 26 trillones de dólares en 2030. El ministerio chino de comercio ha prometido 8.7 billones de dólares en asistencia financiera, y sin interés alguno, para ayudar a que los signatarios alcancen sus metas de desarrollo sustentable.

China ha hecho grandes avances en los últimos 40 años. De ser un Estado comunista, aislado y proteccionista, a convertirse en una central económica y financiera global. Mientras Rusia (y la ex Unión Soviética) continúa produciendo muy pocos productos globalmente aceptados, y a pesar de sus aspiraciones de volver a ser un súper poder global, China ha dado “un gran salto hacia adelante” al convertirse en la central manufacturera del emergente mercado global. El país se está moviendo de simplemente copiar tecnología extranjera a convertirse en un centro de innovación tecnológica y un eje central del mercado asiático. Ha reducido su pobreza interna, creado infraestructura moderna, y se ha convertido en un flujo de poder económico, con ideas creativas y reservas financieras.

En el mundo actual, en el cual fuerzas nacionalistas están tratando de regresar al pasado, es refrescante encontrarse con tal visión. China, alguna vez vista por los marxistas como el bastión de la revolución, se está acercando al ideario global desde una perspectiva capitalista; una cuyas principales metas son la protección del medio ambiente y la reducción de la pobreza. A pesar de haber sido uno de los principales contaminantes hasta hace poco, se adhirió al Acuerdo de Paris para el cambio climático. El anuncio de su intención de convertirse en un líder global en el cuidado del medio ambiente es especialmente bienvenido en momentos en los cuales Estados Unidos parece estar dejando su anterior papel de líder en el tema.

The Economist recientemente afirmó que “al invertir en infraestructura, el presidente Xi espera encontrar un hogar para las vastas reservas chinas, la mayoría de las cuales se encuentran en forma de valores a bajo interés del gobierno americano. Él también espera crear nuevos mercados para diversas compañías nacionales, como aquellas de trenes de alta velocidad, y exportar parte del excedente nacional de cemento, acero y otros metales. Al invertir en mercados volátiles de Asia Central, espera poder crear un entorno más estable para las intranquilas provincias del Tibet y Xinjiang. E incentivando más proyectos alrededor del mar de China del sur, reforzará los reclamos chinos del área. “La ambición es inmensa” continuó. “La nación gasta alrededor de 150 billones al año en los 68 países que han firmado”. La meta principal de este proyecto es aumentar el desarrollo económico chino, lo cual beneficiará a los demás signatarios.

Estados Unidos debería tomar nota.

¿Será todo miel sobre hojuelas?

Quizá, quizás no.

Joe Ngai, socio en McKinsey, afirma que “el proyecto llega en un momento muy interesante porque se podría argüir que representa un ejemplo de despliegue global. Aunque no es tan simple. Mediante nuestro trabajo en diferentes provincias chinas, hemos visto muchos retos internos, en muchos, muchos lugares. Así que eso será otro punto de tensión: mientras one belt one road será muy bueno, no hay que olvidar que China también enfrenta muchos desafíos domésticos, los cuales tendrán que sortearse al mismo tiempo”.

Asimismo, existen consideraciones políticas. ¿Serán vistas las acciones de China como una iniciativa para catapultar a la nación al estatus de súper potencia, y de ser el caso, habrá, en la región y más allá, aquellos que intenten ponerle barreras al percibido expansionismo chino?

[b]Algo para pensar[/b]

La visita del ministro Li Keqiang a Alemania, días después del desafortunado tour europeo de Trump, resalta el hecho de que, mientras los Estados Unidos podrían ya no ser vistos como un aliado confiable para Europa (según palabras de la canciller alemana Angela Merkel), China por su parte podría mejorar su estatus, especialmente en materia de libre comercio y protección ambiental.

Debido a que Trump sacó a los Estados Unidos del Acuerdo de París para el cambio climático, ese país estará, en un tema global, aislado del resto del mundo. El 1 de junio The Guardian reportó que China y la Unión Europea forjarán una alianza para tomar la iniciativa global en el combate al cambio climático, esto en respuesta a la decisión antes mencionada de Trump. Los únicos otros dos países fuera del acuerdo son Siria y Nicaragua. Lo anterior deja a China, en ésta y otras actividades, en el rol primario de líder.

La transición a industrias limpias y tecnologías y productos ambientalmente amigables aumentará, de hecho, mucho más, la posición económica global del país. China planea invertir 350 billones de dólares en energía limpia para el 2020.

En Estados Unidos, el sector económico de mayor crecimiento en la actualidad es el de energía limpia. Al retirarse de los esfuerzos globales para enfrentar el calentamiento global, Trump no sólo está dando a China una posición de liderazgo en el sector, también está frenando a un importante generador de crecimiento y riqueza nacional.

La globalización no es el futuro, es el ahora.

China ha mostrado liderazgo y visión. Se ha liberado de su pasado y enfrenta al mundo de hoy con una visión creativa e innovadora.

¡Tenemos tiempos interesantes delante de nosotros!

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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