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del

Jhonny Brea
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Martes 06 de junio, 2017


Ya empezó la temporada de lluvias y ni modo, más gastos. No crean que me gusta andar a 40 grados con sensación de 55, pero tiene sus ventajas. Por ejemplo, en un solo día se pueden lavar hasta tres tandas de ropa. Es más el tiempo que tarda la lavadora en hacer el ciclo que lo que duran las prendas tendidas. En cambio ahorita, entre el nublado y las lloviznas, pues uno tiene que estar más al pendiente de los reportes de la Conagua. Ustedes saben, uno las labores propias de mi sexo tienen sus estaciones.

La semana pasada, El [i]Kizín [/i]y La [i]Cutusa [/i]decidieron romper la rutina dándose un remojón bajo la lluvia. Estaba más que tentado a acompañarlos, pero de haberlo hecho íbamos a ser tres los empapados y seguramente ninguno tendría una toalla a la mano, y en estos casos, si alguien invoca el auxilio materno, en lugar de simple lluvia, termina enfrentando un huracán categoría cuatro.

No sé si fue la humedad o algún movimiento brusco, pero el caso es que luego de ver que mis engendros entraran a casa lo suficientemente secos como para librar el ejercicio de violencia doméstica, sentí como una descarga eléctrica en el hombro, y después me quedó la sensación de que faltaba poco para que el brazo derecho se me cayera entero. No lo sé, pero supongo que son los efectos de cuatro décadas de vida.

“Necesitas que te vea un especialista en medicina deportiva”, diagnosticó La [i]Xtabay [/i]en seguida. Acepté su evaluación, pese a que los deportes que practico -100 yardas de trago libre, levantamiento de tarro y lanzamiento de jaibolina –carecen de reconocimiento ante la Codeme y el Comité Olímpico Internacional. Así fue que terminé pidiendo cita con un fisioterapeuta.

“¿Qué fue lo que le pasó? ¿Una caída?”, fue lo primero que me preguntó el especialista. Ahí recordé una lesión vieja. Ya con esa información, me soltó un “desvístase y acuéstese”. ¡Caray!, la última vez que me dijeron eso primero me invitaron una cerveza, pero bueno, esta vez fue por terapia.

¡Qué bueno que no había otros pacientes! Mis gritos en cuanto aplicó un poco de presión sobre el músculo sólo alcancé a lanzar un aullido con el que desapareció mi aplomo de macho omega, grasa en pecho, espalda peluda, nalga pateada y abdomen de lavadora. “Está bien localizado el daño”, se dirigió a mí el doctor, que a estas alturas ya me parecía un sádico, pero después me puso un gel frío y comencé a sentir alivio.

“Le voy a aplicar unas ventosas”, me dijo mientras mis ojos estaban fijos en la antorcha que acababa de tomar. Seguro que para entonces yo ya tenía cara de “¿eso dónde va?”. Cuando vi cómo funcionan las benditas ventosas, agradecí no estar mal del cuello y que los niños estaban presenciando el tratamiento. En lugar de estar escribiendo esto, tendría un citatorio en el Registro Civil para firmar mi divorcio. Estoy seguro de que habría venido un bofetón sin averiguación previa, nada más de ver los moretones.

Luego siguieron los electrodos. Estos son fabulosos. En unos cuantos minutos traía el brazo entumido, tanto que recordé mi época de hormonas alborotadas y las películas de superhéroes incluían a Michelle Pfeiffer como Gatúbela, y Linda Carter era la Mujer Maravilla.

“Le voy a poner cintas”, me advirtió el doctor. Nada más de escucharlo abrí los ojos al máximo, pero siquiera se estaba refiriendo a esas que llaman kinesio-tape, nada más que para colocarlas, me aplicó un candado al hombro que me hizo gritar de nuevo. Lo malo es que estoy seguro de que hizo un movimiento tan breve, que más que terapia, aquello parecía lucha libre.

Total, traigo el brazo más magullado que el prestigio de cualquier instituto electoral, y todavía falta otra sesión. Son los efectos de estar en la edad que los gringos llaman de [i]to put attention[/i].


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