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del

Giovana Jaspersen
Foto tomada de www.lja.mx
La Jornada Maya

Viernes 09 de junio, 2017


Según la ONU, una cuarta parte de la población del planeta está compuesta por mujeres que habitan en un contexto rural; su trabajo y función es fundamental no sólo en las familias de estas regiones, sino también en la fuerza productiva, industria alimentaria y economía de las naciones. Si lleváramos su relevancia a las cifras, sabríamos que el 90 por ciento de las necesidades de agua y combustible de los hogares africanos y el 50 por ciento del cultivo del arroz en asiático depende de las mujeres rurales, como depende también 80 por ciento de la producción de los alimentos básicos de África y el Caribe. Sin embargo, a pesar de su trascendencia en la cultura, sociedad y economía, ésta no se refleja en beneficios en su entorno inmediato, por ello, más de 500 millones de estas mujeres viven debajo de la línea que marca la pobreza.

A lo anterior, debemos sumar la discriminación, el analfabetismo, la exclusión y la desprotección; convirtiéndose así la mujer rural, en nuestro grupo más vulnerable, bañado siempre por la invisibilidad. Si bien ellas son la base de todos nosotros pues nos dan de beber y alimentan -en gran medida-, no sabemos quiénes son o qué hacen hasta que se convierten en víctimas o en noticia, como las normalistas de Cañada Honda en Aguascalientes.

El caso ha abierto una mirilla, no sólo por lo “rural” que ya es lejano desde la realidad urbana, sino por lo “femenil”. Esas mujeres, de las que se ha hablado tanto, son la porción mínima que ha logrado llegar a la educación superior a pesar del escenario adverso, y hoy comienzan a tener un rostro, por molesto que haya resultado para muchos. Las reacciones -salvo contadas excepciones- solo son la materialización de lo poco que se sabe de ellas y sus mundos, que -por cierto- a nadie de los que hoy las juzgan, le había importado antes.

El conflicto comenzó cuando se publicó la convocatoria para el siguiente ciclo escolar de la Normal Rural Justo Sierra Méndez y se dejó ver que en lugar de las 120 plazas que tradicionalmente se ofertaban, se incluían solo 100; que de ser un internado femenil pasaría a ser mixto; y que el plan de estudios tendría cambios también. A ello, las normalistas reaccionaron en una resistencia explícita a través de comunicados, marchas, bloqueos y denuncias; nada alarmantes si se ponen en contraste con la reacción que se ha registrado en medios y redes frente al tema. A las más de 400 alumnas se les ha llamado flojas, rojas, feminazis, analfabetas, ignorantes y revoltosas, entre muchas otras cosas; a la par, según declaraciones de las internas, se les ha dejado por periodos sin electricidad y sin alimento y se les intimidado y acosado. La historia ha sido dispersa y cambiante, con posturas que mutan y exudan nerviosismo y miedo, sin quitar lo vergonzoso del tema y las posturas; así como la falta de perspectiva, especialmente de género.

Se ha subrayado, por ejemplo, que si las mujeres hoy buscan igualdad, es exigible y defendible que la normal sea mixta. Frente a tal aseveración, sólo como un ejercicio de realismo y empatía, consideremos que ellas nunca han tenido un mundo en igualdad y que siempre se han adaptado a él para sobrevivir. Justamente por esa realidad de fondo, las posibilidades que tiene un varón de salir de la pobreza y acceder a la educación siempre han sido mayores, negarlo es negar la historia misma y la estadística. Ahora bien, y en suma, ¿en cuántos sitios o beneficios exclusivos para mujeres podemos pensar? ¡No existen! Tener una Normal Femenil, está lejos de ser un hecho hembrista como han buscado mostrar, por el contrario, es un camino digno para la reducción de una brecha de género alarmante, especialmente en el medio rural. Es un control de daños históricos y una llave para poder cambiar su realidad y la de otros a través de la educación, resulta difícil pensar en algo más noble.

Alcanzar la educación superior para una mujer en contexto rural es nado a contracorriente, no dejemos de lado que México es el primer país en índices de embarazos adolescentes en todo Latinoamérica, y que a la edad de las hoy famosas normalistas la mayor parte de las mujeres rurales están tratando de sostener a sus hijos en el centro del sistema de esclavismo contemporáneo del cual es casi imposible escapar. Ellas son sobrevivientes.

Han explicado ya extensamente que los dormitorios e instalaciones no son aptos para que sea una Normal Mixta, atribuyendo a ello la reducción de plazas. Y más allá de si esa es la razón o no, disminuir un 20 por ciento la matrícula es hecho que se ha minimizado y poco se ha visto en perspectiva. Para hacerlo, pensemos en estas 20 mujeres que no ingresarán, trabajarían con grupos de 20 niños, teniendo así 400 niños afectados por año; al proyectarlo a 20 años tendríamos 8 mil niños sin maestro ni posibilidades, tan solo por reducir un año la matrícula. A los números deberíamos agregar el número de integrantes por la familia que tendrá cada uno de estos niños, que seguirán pagando este pequeño cambio en la convocatoria del 2017.

Las normalistas que se han estado juzgando e insultando y que un “comunicador” deseo incluso que terminaran en la fosa común, son mujeres que quieren estudiar y enseñar, ni enemigas ni criminales, dejemos de tratarlas como tales.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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