Manuel Mis: primer constructor de barco en Campeche

Texto y foto: Kálmán Verebélyi
La Jornada Maya

Lunes 12 de junio, 2017

“Ya íbamos saliendo de la mar en el cayuco cuando vi una cosa enorme en el agua. Le digo a mi papá lo que veo y él me dice que cambiara la vela para no chocar. Aún así lo pasamos muy cerca, casi nos voltea. ¿Qué es esa cosa grande, papá?, pregunto y él me dice: una ballena. Fue la única vez que vi una ballena en el golfo, y conozco la mar desde Los Cayos hasta Tampico como la palma de mi mano”, dice don Manuel Jesús Mis Aguileta. Añade que esa ballena quedó varada en la playa, a la altura de lo que hoy es la Novia del Mar. “Esto pasó en el verano de 1924. La gente la destrozó en pedazos. No por la carne porque no se la comían; por su grasa que sí se aprovechaba. En un día desapareció el enorme animal, medía como 30 pies. Sólo quedaron las costillas de dos metros de largo”.

Don Manuel tiene 104 años y de éstos, 75 fueron regalados a la pesca. Estamos sentados al fondo de la casa, en lo que fue su taller, donde guardaba los instrumentos de pesca. “El mar llegaba hasta el fondo del amplio patio, el cayuco estaba guardado justo allí”, y señala con el índice a un árbol en el fondo.

Hoy ya, ni la ría se ve; están terminando de tapar el último tramo. El patio colinda con las canchas deportivas en el barrio 7 de Agosto, bastión de los pescadores de Campeche. Hay en los anaqueles del taller toda una flota: cayucos, con y sin vela. A los 15 años empezó a construirlas hasta hace apenas dos años, cuando su cuerpo fue atacado por un mal. Su hija, Josefina, dice que no pensaron que se recuperaría, pero su organismo venció a la enfermedad. Sus oídos ya no son tan finos como antes, hay que hablarle fuerte; su lengua ya no forma los sonidos con nitidez, pero su mente es clara. “Recuerda todo, y todo lo que dice es verdad”, afirma Josefina.

“Apenas tenía ocho años cuando tuve que salir a la mar. Por necesidad, para ayudar a mi padre, a quien la infección le pudrió su mano derecha. Salimos juntos, él tiraba con su izquierda, yo hacía lo mismo, como si hubiera sido la mano que le faltaba”.

Su gusto por construir barcos comenzó cuando visitó los astilleros de Ciudad del Carmen. “Me fijé en cada movimiento, en cada dibujo. Luego empecé a hacer lo mismo, pero en chiquito. Más adelante, en 1953, con mis compañeros pescadores, decidimos construir un barco de verdad, uno camaronero. Lo hicimos acá en el 7 de Agosto. Era un barco hecho de madera. Nadie, ni antes, ni después construyó un barco en Campeche. Lo bautizamos [i]Cooperativa Uno.[/i] Le dimos este nombre porque nuestra cooperativa de pescadores fue la primera en formarse. Se llamaba [i]Cooperativa Pulpera del Golfo,[/i] pero no pescábamos pulpo, sino puro camarón. Yo fui capitán unos años, pero empecé a enseñar en la secundaria las artes de pesca. No sé dónde estará ahora el barco. La última vez lo vieron en Progreso, siete años después de haberlo construido. Hasta [el ex gobernador Carlos] [i]El Negro[/i] Sansores reconoció nuestro esfuerzo. Me regalaron un medallón en forma de ancla. Adelante dice mi nombre Manuel Mis, y atrás que es para el primer constructor de barco”.

Don Manuel fue solicitado muchas veces para fabricar algún cayuco; los hizo de madera, en el patio de su casa. “Esas sí que eran buenas para pescar, las lanchas de hoy no sirven para nada. El cayuco tenía su vela, salimos a las cuatro, cinco de la mañana con el viento de tierra y regresamos en la tarde, empujados por la brisa del mar. Había pescado de todo tipo, pero había que saber dónde encontrarlos”, dice.

Hasta principios de los años 60 el pulpo no formaba parte de la dieta de los campechanos. Fue su primo quien se interesó por el molusco. Sabía que en Mérida se pagaba bien el kilo. Se lo comentó a don Manuel, advirtiendo que en Campeche no había. “Que no. Sólo había que saber dónde están. Salimos a la mar, le enseñé los lugares. Lo llevamos a Mérida. Hubo días en que sacamos hasta 300 kilos. En 1968 vinieron unos biólogos de Mérida, entre ellos el doctor Solís para estudiarlos. Ellos determinaron que era una especie de estas aguas, el [i]Octopus maya[/i]. Les enseñé los lugares donde abundaban. Fue cuando yo estuve en la escuela como maestro”.

Don Manuel, después de jubilarse de la secundaria, siguió saliendo al mar. Lo dejó al mediar la década de los 90. Como tenía tiempo de sobra, se dedicó apasionadamente a la construcción de sus barquitos. Su trabajo de artesano se reconoció con una mención honorífica firmada por el gobernador Jorge Carlos Hurtado Valdez (2003-2009). Su nombre, su trayectoria, figura en un libro editado para consagrar a los artesanos campechanos.

“Lo que ve aquí en los anaqueles es lo que queda de su colección. Regaló muchísimo. Hubo tiempos en los que cada visita se iba con un barquito. Tenía cientos, cada uno diferente. El más bonito, una fragata hecha de madera preciosa, con sus velas, se lo regaló al gobernador que reconoció su obra”, relata Josefina.

“No sé qué hace la estatua del campechano en el 7 de Agosto. Ni pescador era”, dice con enfado don Manuel, quien se siente relegado a pesar de haber sido el primero en numerosas actividades. “Las estatuas se las hacen a los muertos”, le dice Josefina para calmarlo.

Don Manuel la mira, en sus ojos está la pregunta: ¿Cuándo? A pesar de su edad avanzada está bien de salud, aunque de vez en cuando hay que darle complementos alimenticios para devolverle la energía.

Durante la charla no podía faltar la pregunta obligada: ¿Cuál es el secreto de la vida larga?

“Que vivas sin vicios, trabajes duro; esto te mantiene entero. Da lástima ver a jóvenes que desde temprana edad se entregan al vicio. Cuando uno es joven piensa que el cuerpo lo aguanta todo. No es así. El trago, la droga, poco a poco te consumen. Veo a muchos de aquí del 7 de Agosto que están quemando la vela de la vida con rapidez. Unos hasta encienden los dos extremos”.

[i]Campeche, Campeche[/i]

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