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La Jornada Maya
Foto: Reuters

Martes 13 de junio, 2017


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Estimado Hubert Carrera Palí,

Esperando que se encuentre con bien, por este medio le solicitamos amablemente el derecho de réplica respecto a la nota publicada en la Jornada Maya el día 5 de junio de 2017, titulada “La ciencia por encima de las ‘chucherías’: Yuri Peña”

Ante las declaraciones de Yuri Peña Ramírez, investigador del Colegio de la Frontera Sur, en las que señala que el activismo ambientalista resulta un gran negocio, deseamos aclarar que Greenpeace se mantiene de aportaciones de personas físicas que apoyan nuestras campañas, ya sea como socios o como activistas. No recibe dinero de empresas, gobiernos, ni partidos políticos, lo cual nos brinda la oportunidad de denunciar a aquellos que dañan nuestro planeta. Tal es el caso de empresas y funcionarios cómplices que pretenden sembrar transgénicos en nuestro país sin atender las alertas de la comunidad científica libre de conflicto de interés, pasando por encima de los derechos humanos de consumidores, comunidades indígenas y ciudadanos en general que rechazan estos cultivos.

Las grandes transnacionales de semillas: Monsanto, Bayer, Pioneer, Syngenta y Dow Agrosciences, llevan dos décadas intentando obtener permisos para la liberación de cultivos transgénicos de maíz y soya en nuestro país. No lo han logrado porque la argumentación de científicos comprometidos con la sociedad, junto a la lucha de campesinos y consumidores, ha sido contundente.

La Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad han externado que existe evidencia plena de que los beneficios que ofrecen estas líneas comerciales no compensan de ningún modo los grandes riesgos que implica su liberación.

Además, otros estudios desmitifican la panacea de los transgénicos:

Los transgénicos no producen más. Si comparamos el incremento de producción de maíz en Estados Unidos (con transgénicos) entre los años 1986 y 2010, con el de países del Oeste de Europa (sin transgénicos), veremos cómo no hay una diferencia significativa entre los dos, siendo incluso más elevado el incremento en el Oeste de Europa, con un crecimiento de 82.899 kilogramos por hectárea (kg/ha) respecto a los 82.841 kg/ha de los Estados Unidos.

El uso de transgénicos genera resistencias a herbicidas, provocando la aparición de súper malezas, por lo que se eleva el uso de estos químicos. Por ejemplo, en el periodo comprendido entre 1996 y 2011, Estados Unidos incrementó el uso de los mismos en 239 millones de Kg.

El uso de transgénicos genera resistencias a plaguicidas, provocando la aparición de súper insectos como se documentó en 2010 por Bruce Tabashnik, responsable del departamento de entomología de la Universidad de Arizona (Estados Unidos) y coautor del estudio publicado en Nature Biotechnology.

El cultivo de transgénicos no disminuye el uso de insecticidas. Si comparamos en un mismo periodo (2007) a países como Francia -donde no se cultivan transgénicos- con Estados Unidos que sí siembra organismos genéticamente modificados, la diferencia en el uso de estos productos no es significativa.

El cultivo de transgénicos no reduce el impacto de las sequías ni los extremos del clima: En Estados Unidos se calculan pérdidas de 50 billones de dólares por la sequía en 2012 a pesar del uso masivo de transgénicos.

Acerca de la prohibición de sembrar soya transgénica resistente al herbicida glifosato, no sólo en Campeche sino también en Yucatán y Quintana Roo, la consulta a las comunidades mayas ha sido ordenada por la Suprema Corte de Justicia de la Nación justo porque existe evidencia suficiente para considerar que su siembra constituye un proyecto de impacto significativo, debido a la potencial afectación que pueden resentir las comunidades indígenas involucradas. El asunto va más allá de la consulta indígena. Son justo estos impactos integrales, desde una óptica socio-económica y cultural, sobre los cuales las comunidades quieren respuestas: incremento de deforestación en la región, contaminación de fuentes de agua con glifosato, muerte de abejas y afectaciones a fauna y flora por incremento del uso de plaguicidas, merma económica por pérdida de mercados europeos ante la contaminación de miel.

Yuri Herrera afirma contundentemente que “no hay indicios de carácter científico que aseguren que la soya transgénica cause algún tipo de daño a la salud de la personas”. Los argumentos científicos existen, desafortunadamente son los conflictos de interés los que causan severos daños a la ciencia misma, a la salud y al medio ambiente.

Angélica Simón
Coordinadora de Medios de Greenpeace México


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