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Giovana Jaspersen
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Viernes 22 de junio, 2017

Mateo tiene 43 años y 5 hijos de tres relaciones diferentes; es profesionista, bien parecido y en excelentes condiciones tanto físicas como económicas. Ha vivido juicios para obtener la patria potestad de sus hijos y ninguno de ellos le ha sido favorable, a pesar de que al hacer una comparación cruda y material entre su situación y las de las madres, él está en franca ventaja. Debido a que sus exparejas se han desplazado geográficamente, por nuevos proyectos laborales o sentimentales, su paternidad ha derivado en una relación lejana e intermitente que se concentra en una pensión mensual y algunos mensajes, que sólo ha variado cuando él ha logrado ordenar su vida y recursos para desplazarse y ver a sus hijos. El viento en contra ha generado que la paternidad sea un tema medular en su vida, llegando a afirmar -incluso- cuestiones como que el acto sexual sin fecundación es un acto violento de sometimiento injustificado.

En el ejercicio de este orden de ideas, su última pareja también resultó embarazada y se convirtió en nueva oportunidad para materializar el que él considera su proyecto de vida y objetivo: ser padre. A las semanas de gestación ella cayó en una crisis de sentido por el cambio que implica la maternidad y la reflexión derivó en la interrupción del embarazo sin mutuo acuerdo.

Mateo, hoy afirma que la paternidad es un escenario de completa injusticia y que un hombre que quiere vivirla en plenitud está invalidado por el sistema y las concepciones tradicionales. Más allá de que estemos de acuerdo o no con su visión, ideas o acciones, es cierto que cada vez nos encontramos con más “Mateos”, referentes que ayudan a girar la mirada también hacia los hombres y padres, su construcción histórica y vigente, en las discusiones de equidad de género.

Es de analizarse, por ejemplo, cómo aún en casos menos extremos, reconocidos como un modelo “convencional”, el núcleo familiar es uno de los cuadrantes en los que más se ha encasillado al hombre en relación a lo que debe ser o hacer “un hombre de verdad”. La falsa idea de la cabeza de familia, en muchos casos nos ha dejado hombres con responsabilidades enormes que van de la economía a la entereza sin pasar por ellos mismos. Si pensamos en la primera infancia como punto de partida, es común que los padres sean recuerdos amorfos; unas manos al volante del coche inundado de la loción de quien comienza la jornada, algunos intercambios de palabras, prisas y responsabilidades. Desconocidos a quienes se les obsequian corbatas, cinturones y calcetines que nada tienen que ver con ellos sino con un rol asignado, enseres casi de oficina.

Los tiempos de presencia-ausencia hacen que en muchas decisiones de su entorno inmediato no pasen por ellos “para no molestarlos”, la comunicación se corta hasta que la percepción y conocimiento del padre tiene que pasar por el filtro de la madre para llegar a los hijos. Los efectos que este tipo de esquema puede tener no son poca cosa, uno de los ejemplos más claros es cómo la percepción de la persona (hombre-padre) mezcla las situaciones de la pareja con las relaciones entre los miembros de la familia. Así, nos encontramos con hijos enjuiciando al padre como hombre. Sus acciones, deslices y actitudes, se ponen en la mesa como si fueran parte de la relación paternal, sin serlo. Hijos que vigilan y celan como si sus acciones fueran tema que les correspondiera, impensable que suceda al referirse a la madre que suele estar blindada por el rol de lo sensible y la fidelidad, la raíz amable del tronco común.

Desde la ausencia de la jornada laboral, en muchos casos se habla de hombres egoístas que ven por ellos, sin que dibujemos lo que es la vida fuera de casa y las pocas posibilidades de elección que en muchos casos tuvieron, cuando ya había cuantiosos compromisos económicos que cumplir para sostener el proyecto familiar. La tradición dijo y ellos hicieron.

El hombre que no se quiebra, el que sostiene, soluciona, enmienda y consuela, está pagando a diario los roles asignados que durante años no fueron cuestionados. Estos esquemas provocaron que muchos hijos conocieran a la persona detrás de la investidura de padre rondando los 30 y que otros nunca sepan quién es o fue, o qué estaría haciendo si no hubiera tomado el proyecto familiar como propio hasta las últimas consecuencias de agotamiento que ello implicara.

Si buscamos cambiar los esquemas y que el género deje de ser un determinante, es imprescindible pasar la vista por los espacios asignados también a los hombres, pues el proveedor, lejano y fuerte también se ha cansado de serlo. Los vemos cuestionarse y confundirse como lo hacemos todos para trazar nuevos caminos, y en temas de género es imprescindible girar la mirada hacia todos los ángulos, cada “Mateo” necesita también ser voz y persona que decide la forma en la que vive -o no- la paternidad, para que sus hijos lo hagan también con la misma libertad y en igualdad de condiciones.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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