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del

Carlos Meade
Foto: Reuters
La Jornada Maya

Viernes 30 de junio, 2017

Pese a que muchos analistas, corrientes y organizaciones que se autoproclaman de izquierda reconocen la necesidad de las luchas reivindicatorias no logran insertarlas en una estrategia integral.

Tales luchas parecen apéndices de la otra disputa, la cual se genera en el frente político, el movimiento de masas o, en algunos casos, en la confrontación armada, cuyo fin es tomar el poder del Estado, pero sin considerar que dicha autoridad no se reduce al ámbito de la administración pública, sino que consiste en relaciones de fuerza que atraviesan a toda la sociedad que la conforman.

No ver que ambas luchas son parte de lo mismo es estar atrapado aún en el paradigma reduccionista que pretende que las transformaciones sociales vendrán, automáticamente, cuando el pueblo tome el poder. Esta abstracción omite aceptar que “el pueblo” está hecho de personas, las cuales tienen una densidad psicológica insoslayable. Omite aceptar que todo pueblo genera una producción deseante propia y una forma particular de manejarla y asumirla, de acuerdo a su cultura. ¿De qué sirve a las mujeres, por ejemplo, que este “pueblo” tome el poder si el machismo prevalece? ¿Cuál fue el destino de los homosexuales en Cuba y en los sistemas llamados socialistas?

[b]Micropolítica del deseo[/b]

El análisis de Deleuze y Guattari sobre el funcionamiento libidinal del capitalismo nos hace ver que el capitalismo es una maquinaria que ha colonizado el deseo hasta en su realidad más molecular, por lo que es necesario liberar el inconsciente de los fantasmas que lo contaminan: autoritarismo, racismo, individualismo, sexismo, egocentrismo, los cuales se manifiestan en el mundo social real y cotidiano. A una micro-física del poder es necesario oponer una micro-política del deseo.

Sin la incorporación de esta dimensión de lo social, de este iceberg profundo descubierto, pero no comprendido por Freud no es posible entender la forma en que el poder opera. El fomento del miedo, combate a la imaginación, la imposición, aceptación de normas represivas y la promesa de paraísos futuros que ofrecen las religiones, publicistas y movimientos revolucionarios, están sostenidos en el manejo de la producción deseante. De tal forma, si no hay incidencia en esta producción social, los cambios en el poder, en la propiedad de los medios de producción, no representarán cambios sociales sustanciales. Ante tal panorama es necesario entender que es el deseo de cambio el que realmente lo produce, más allá de las “condiciones objetivas de la lucha de clases”.

[b]Televisión, dosis placentera[/b]

No es posible entender la pasividad de los propios oprimidos de este país, si no consideramos esta dimensión de la producción deseante. La explicación de que las masas son “engañadas” por la televisión no es creíble, ésta puede engañar quizá a las clases medias, pero a alguien que vive en un clima hostil y de exclusión, derivados de la desigualdad y corrupción, la televisión no tiene el poder de contradecir su realidad, quizá sólo de ofrecerle una dosis pasajera de olvido placentero, de la misma forma que el alcohol u otras drogas.

El problema es más profundo. Las masas no son engañadas, desean su sometimiento. La realidad terrible de su miseria es aún mejor que la incertidumbre de la rebelión. Hay aquí un punto de inflexión en donde el miedo debe ser superado por el deseo de cambio, donde la propuesta de otro mundo posible puede encauzar, más allá de un movimiento ordenado y centralizado, la explosión de luchas diversas identificadas por un mismo deseo.

El zapatismo es uno de los pocos movimientos de base que se ha interesado en una visión más integral de la transformación social. Es un movimiento donde el deseo de autodeterminación se ha encarnado. Los movimientos antisistémicos alrededor del mundo también plantean estrategias orgánicas, pero aún falta más claridad sobre el papel de la producción deseante y su potencial como máquina revolucionaria.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
[b][email protected][/b]


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