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del

Luis Hernández Navarro
Foto: Fabrizio Léon Diez
La Jornada Maya

Jueves 06 de julio, 2017

Abróchense el cinturón de seguridad, recoja la mesa de servicio y ponga su asiento en posición vertical. La foto de primera plana de [i]La Jornada Maya[/i] del 6 de julio de 2015 muestra la imagen aérea de un aeropuerto, captada desde un avión que desciende de los aires en búsqueda de la pista. En su primera plana, a ocho columnas las ocho columnas, el diario anuncia: [i]La Jornada[/i] aterriza en Mérida, Yucatán. Dos sumarios explican su propósito. El primero dice: Difundimos noticias y contamos historias ciudadanas. El segundo explica: Somos incluyentes y vanguardistas.

Han pasado ya dos años del anuncio del aterrizaje y, contra todo pronóstico, el proyecto periodístico tomó tierra con cabal salud, además de continuar echando raíces en la península. Lo que comenzó como una aventura de Fabrizio León se ha convertido, en poco tiempo, en una pequeña gran hazaña.

No es exageración. Los vientos que soplan en el mundo para los diarios publicados en papel no son favorables. Tanto así, hacia los 90’s del siglo pasado, Bill Gates le auguró a la prensa escrita apenas una década más de vida. Se equivocó.

La realidad de las entidades que forman la península es heterogénea y compleja. Yucatán es una entidad con muchos lectores de diarios y con una prensa local vigorosa y arraigada. Abrirse un espacio propio para otra opción no es asunto fácil. Todavía a mediados de la década de los 70’s del siglo pasado, en Campeche, al inolvidable Julio Macossay lo expulsaron de la universidad por querer organizar una estación cultural de radio. “¿Creen acaso que esto es París?, les dijo un alto funcionario universitario. En Quintana Roo, apenas acaba de ser aprehendido el ex gobernador Roberto Borge, conocido no sólo por la vastedad de sus corruptelas, o por la fortaleza de sus padrinos políticos, sino por su pretensión de querer controlar los medios de comunicación hasta la asfixia.

[i]La Jornada Maya[/i] se ha abierto paso en los lectores peninsulares a golpes de audacia, imaginación, buenas plumas y buen gusto. Sus enormes y bellas fotos en primera plana son una reivindicación del fotoperiodismo. Sus “falsos reportajes” del Día de los Inocentes como nota principal son una corriente de aire fresco en un ambiente usualmente encerrado en el acartonamiento informativo.

Su batería de articulistas es sorprendente. Menciono sólo tres y dejo fuera, injustamente, al resto. Muy pocos escritores han tratado en el país las cuestiones de violencia de género y de política cultural con la brillantez y profundidad con la que lo hace Giovana Jaspersen. Los análisis de la cuestión internacional de Eduardo del Buey son, cada uno de ellos, garbanzos de a libra. Y la forma en la que Carlos Meade coloca las piezas del rompecabezas del México de abajo, dándole orden narrativo a fenómenos que informativamente se presentan como si estuvieran desconectados entre sí, no puede más que agradecerse.

Pero, más allá de todos estos elementos, [i]La Jornada Maya[/i] sobresale (según yo) por K´iintsil, su contratapa en maya, una verdadera y elegante bofetada, a los modernos herederos del rey Carlos II, que en 1696 decretó que el español fuese el único idioma oficial empleado para tratar asuntos administrativos y oficiales entre el gobierno virreinal y los indios.

No es un asunto anecdótico que, en la “Ciudad Blanca”, llamada así, no por sus muros encalados, ni por su limpieza, sino por la decisión de los primeros conquistadores de edificar una urbe étnicamente pura, en la que los indios no pudieran vivir, circule un medio que reivindica y utiliza la lengua maya es, no sólo un acto de justicia sino, también, una elegante cachetada a los herederos de Carlos II y los Montejo. No en balde, el maya es la segunda lengua indígena más importante del país, después del náhuatl.

K´iintsil significa un día de trabajo honorable, único. Una honrada jornada laboral. Su editora, la lingüista maya Alejandra Sasil Sánchez Chan, ha hecho de la contraportada, una espada contra el racismo y los lengüicidas. También, una anti Torre de Babel. Si los idiomas indígenas padecen una discriminación estructural que empuja su dispersión y diversificación, K´iintsil ha emprendido la labor de construir acuerdos en el uso de las palabras. Lo hace, editando una publicación viva, alejada de las visiones folklorizantes de la realidad indígena.

Si los periódicos son una herramienta que auxilia al lector a encontrarse en el mundo, ofreciéndoles día a día información (y opinión) ordenada, jerarquizada, meditada (a veces no mucho), glosada y analizada desde una visión del mundo, [i]La Jornada Maya[/i] lleva dos años intentando que esa función sea algo más que un viejo mapa de época. Los hechos muestran que ha tenido éxito en su apuesta.

Contra viento y marea, en un época en la que el periodismo sufre grandes cambios, [i]La Jornada Maya[/i] ha logrado construir un público, integrado, como quiere el periodista Arcadi Espada, por personas que leen periódicos y no sólo leen noticias. Lo ha hecho convirtiéndose en una referencia para un sector importante de la sociedad peninsular. Ignoro si, en su aterrizaje, el diario ha podido convertirse en un producto de culto. No me queda duda de que lo está intentando. Larga vida a [i]La Jornada Maya[/i].

[b]Twitter: @lhan55[/b]


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