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del

Jesús Mejía
Foto: Fernando Eloy

Martes 11 de julio, 2017


Del diario [i]La Jornada Maya[/i] y de sus contenidos se ha dicho mucho en estos días, líneas de complacencia y otras de crítica constructiva.

Prefiero evocar el lado humano de algunos de sus protagonistas, el roce, la anécdota, la cuita, la convivencia, la amistad que he tenido con algunos de ellos, años después de los primeros fulgores del diario en 1984.

[i]El Patán[/i] Velázquez, jefe de la sección [i]Ciudad[/i], irreverente, feo, carismático, capaz de la convivencia, la bonhomía, dotado de un gran sentido periodístico, es todo un personaje.

Los periodistas son, ante todo, seres humanos, manojo de nervios sensible, audaz, pero también susceptible de yerros: El Patán falló antes, en Notimex, cuando en las aciagas horas del 23 de marzo de 1994 ordenó, con base en sus “fuentes”, la transmisión de una información en la que se reportaba que el mal herido Luis Donaldo Colosio había sido trasladado en un helicóptero a un hospital de Estados Unidos para su atención de emergencia, lo que nunca sucedió.

Ser reportera de [i]La Jornada[/i] le confirió a Elena Gallegos un trato especial en la fuente política, en particular en la Cámara de Diputados, con atenciones especiales porque, sin duda, su pluma tenía un gran peso en la opinión de los lectores del diario de clara tendencia de izquierda progresista. La jefatura de información que hoy sigue ocupando Elena libró a los políticos de su inquina.

Compañero trasnochador, dueño de un sentido periodístico, cabal en la escritura, gran ser humano es Arturo García Hernández. Cómo olvidar la visita nocturna a una carpa de mala muerte en Mazatlán, donde había damas mancas con clientes borrachos; en medio de la pista la vedette Lyn May con más de 50 años en aquel entonces y de la que escribió una crónica que le hizo ganar reconocimientos.

Pese a su carácter de ermitaño, Hermann Bellinghausen se volvió protagonista por su cobertura en torno de la irrupción del EZLN en Chiapas. 1994 marcaba el auge del zapatismo y con ello La Jornada. Entonces, el subcomandante Marcos y el movimiento ocupaban todos los días las portadas y amplios espacios para desplegar su propaganda mediante el personaje Durito.

El 14 de octubre de 1990 murió uno de los grandes directores de orquesta en el siglo XX, Leonard Bernstein, entonces director de la Filarmónica de Nueva York, autor del famoso West Side Story. La noticia corrió por el mundo. Esa noche, en medio del fragor del Festival Internacional Cervantino de Guanajuato, Pablo Espinosa, hoy reconocido como crítico y cronista de música, preguntó quién era Leonard Bernstein. No hubo soberbia, ni egolatría en la respuesta. Era evidente que Pablo empezaba a adquirir la experiencia, a perfeccionar su pluma y desplegar su escritura engolada.

Rosa Rojas es una periodista en el sentido estricto de la palabra y no requiere superlativos, aunque los tiene merecidos. Valiente defensora de los derechos de los más desprotegidos. Pequeña de estatura, pero gran ser humano, comprometida con sus ideales. Haberla acompañado en una de sus largas caminatas entre cerros, arbustos, piedras y lodo hacia un incomunicado poblado de Veracruz, cuyo nombre escapa a la memoria, donde los caciques habían dejado viudas a unas ocho mujeres y nos rondaban con sus caballos y armas de fuego me permitió vivir una de las mejores experiencias profesionales y, al mismo tiempo, conocer a una mujer valiente, abogada de los desprotegidos, ejemplo del trabajo de campo en el periodismo, enemiga de los boletines de prensa.

Los periodistas tienen mucho que contar. Cada uno tiene experiencias que transmitir. Algunos publican libros, pero la mayoría va asimilando vivencias que les permiten adquirir sapiencia, madurez y un sentido más objetivo de realidad.

En Yucatán, [i]La Jornada Maya[/i] ya desplegó las alas e inició el vuelo con ánimo juvenil, pero con el impulso de la experiencia de Fabrizio León Diez, Andrés Silva Piotrowsky y José Luis Domínguez, éste último, hombre ilustrado, gran estudioso de la Reforma en México.

Dos reporteros: Paul Antoine Matos, joven talentoso, que pregunta sin tapujos, se abre paso en la realidad cotidiana, escudriña, acecha todos los días como un felino tras su presa. De Óscar Rodríguez me consta su olfato periodístico, compromiso y profesionalismo, pero más que nada su calidad humana.

Esos son algunos de los hombres y mujeres que aportan al diario, son el más valioso activo de [i]La Jornada[/i], personas de carne, hueso y manojo de nervios. Para ellos mi aprecio y reconocimiento.


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