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del

Emiliano Canto Mayén y Alma Durán-Merk
La Jornada Maya

Jueves 20 de julio, 2017


Una de las primeras lecciones en todo buen curso de antropología suele centrarse en aquello que solemos calificar, a la ligera, como exótico, extraño y diferente. Muchos artículos y libros se han escrito al respecto. Como estamos limitados por el espacio, basta con anotar aquí que aquello que atrae nuestra atención por sernos inusual suelen ser las personas, prácticas, comportamientos y cosas que se presentan ajenas y escasas en el entorno en el cual se nos educó. En otras palabras, aquello a lo que estamos constantemente expuestos desde nuestra infancia suele terminar pasando desapercibido a causa de la reiteración, mientras que las innovaciones y elementos desconocidos que se nos presentan por primera vez, pasada nuestra formación, resaltan a nuestra vista y nos producen una impresión profunda.

Similar debió ser la emoción del inmigrante alemán Wilhelm Schirp Laabs al llegar a Mérida en los primeros años del siglo XX. Su ciudad natal era Aachen o, en español, Aquisgrán. Si observamos las postales que sus parientes y amigos le enviaron desde ahí, Schirp creció en una urbe medieval con catedral gótica, monumentos ecuestres, edificios altos y avenidas que intentaban emular, al modo germánico, el París del barón de Haussmann.

La Mérida a la que llegó Schirp comenzaba a adoquinar sus calles e inaugurar su alumbrado eléctrico. Si bien, sus ricos mandaban a erigirse grandes casas con forjas y cariátides, los barrios de la capital aún conservaban una fisonomía rural: calles inundadas tras las lluvias, albarradas formadas con piedras irregulares y, sobre todo, aquellas tradicionales casas ovaladas con paredes de embarro, techo de palma y dos puertas.

Provisto de su cámara, aquel inmigrante capturó imágenes de esas viviendas ya fuera en una hacienda o en Mérida, Acanceh o Telchac Puerto. Pudo así retratar a una mujer desnuda de la cintura hacia arriba cargando a un niño en brazos y, también, a un hombre con sombrero y mandil, abriendo la puerta de su morada y observando fijamente hacia el fotógrafo. Esta presencia visible en sus tomas fotográficas sugieren que el alemán se sintió atraído por este tipo de construcción, extendida de forma mayoritaria –si tomamos como verídicas las cifras de los censos de 1895 y 1900– por toda la entidad.

Efectuadas sin pretensiones científicas o antropológicas, más como un pasatiempo o para adornar su álbum de fotografías meridanas, Schirp efectuó, sin siquiera proponérselo, una cobertura de las casas tradicionales de Yucatán en un período muy específico. En este sentido, la seducción que tuvo lo exótico de lo maya ante los ojos de aquel extranjero desembocó en el registro detallado de una manifestación cultural. En otros términos, la afición del inmigrante produjo un testimonio fotográfico de la vivienda tradicional que seguro será de gran ayuda a los especialistas e interesados en esta temática.


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