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Tabacón B. Linus
Foto: Reuters
La Jornda Maya

Muchos mexicanos vemos a Francia con cierta envidia; ellos tienen a Emmanuel Macron, un político atípico, inteligente y educado, que estudió en las mejores escuelas de su país. Un hombre culto, cosmopolita, que tiene una visión positiva del desarrollo de la humanidad y la civilización occidental.

Macron tiene, además, experiencia real en las finanzas del gobierno, pues trabajó como inspector de las finanzas gubernamentales y fue ministro de Economía, Industria y Asuntos Digitales. Esa experiencia financiera tiene también un reflejo exitoso en las finanzas privadas, pues Macron se desempeñó con éxito en ese sector, trabajando para algunas de las casas de inversión más famosas de Europa.

En un mundo de nacionalismos primitivos, Emmanuel Macron cree en la integración económica; en momentos de odio, el presidente francés profesa una identidad nacional que genere sentimientos de solidaridad entre sus conciudadanos. Él se atrevió a romper con el sistema y el régimen partidista clásico, a romper lanzas con los dinosaurios de su sistema partidista. Militó en un partido, pero nunca dejó que esa pertenencia partidista lo hiciera miope.

Emocionó a los jóvenes con un discurso inteligente, informado, nunca simplificador y menos simplón. A problemas complejos, propuso soluciones también complejas y realistas, algunas dolorosas, pero responsables.

En fin, son muchas las razones por las que podemos suspirar por un Macron en México, uno que reemplace a los políticos populacheros, de base primitiva y de régimen duro, como Manlio Fabio en un extremo, o de imagen mediática pura y contenido nulo, como Enrique Peña Nieto, en el otro extremo. No queremos ni al dinosaurio priísta de sector, ni al producto Televisa; menos aún al experto cortesano o burócrata de las redes del poder. México se merece algo mejor.

Sorprendentemente, en México sí tenemos un Macron nacional y su nombre es: José Antonio Meade Kuribreña; sí, Pepe Meade, el Secretario de Hacienda y Crédito Público. Terminen de leer antes de lincharme.

Al igual que Macron, Pepe Meade no es un político del sistema, es un profesionista de excelencia. Estudió en algunas de las mejores escuelas del país y del mundo, lo que le da un balance profesional e ideológico: es licenciado en economía por el ITAM y licenciado en derecho por la UNAM, además de doctor en economía por la Universidad de Yale. ¿Qué más se puede pedir?

Sabe de pensiones, pues fue director general de planeación financiera de la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el Retiro (Consar); sabe de campo, pues él fue quien jubiló el obsoleto Banrural y lo convirtió en la Financiera Rural.

Ha sido secretario de Energía, el tema urgente para detonar la economía nacional; secretario de Relaciones Exteriores, una materia central en la nueva lógica de la relación con Estados Unidos; de Desarrollo Social, en un país que no debe romperse por la polarización de la riqueza y, ahora, es secretario de Hacienda, librando exitosamente tormentas nada menores. Es absolutamente imposible encontrar alguien mejor preparado y que no tenga ese olor a viejo régimen o pensamiento monolítico de un sólo partido.

Es honesto, culto, ameno, y verdadero fanático del fútbol; porque algunos de nuestros presidentes ni esa gracia han tenido: se inventan aficiones anodinas por equipos que no polarizan. Meade le va a los Pumas y que el balón ruede.

Lo más importante es que Meade tiene ahora la circunstancia y posibilidad de ser el candidato ciudadano del PRI. Él puede ser el candidato que acote simultáneamente las visiones rudimentarias y clientelares de las bases militantes, y de botín político de los grupos regionales tipo Atlacomulco.

Si Pepe Meade es el candidato del PRI, veremos a un candidato ajeno al sistema, pero conocedor del sistema, con la posibilidad de transformar a México con ideas realistas e informadas.

Lo de José Antonio Meade es la inteligencia, la visión multipartidista y, sobre todo, la capacidad de hacer y lograr cosas concretas y complejas, esto en un ambiente de políticos mexicanos que, en su abrumadora mayoría, no saben hacer nada, tienen una preparación académica e intelectual dudosa, resultados administrativos pobres y méritos muy cuestionables para explicar sus carreras.

Tenemos pues, la oportunidad de que una de las mejores mentes que ha dado el país -una mente no académica, sino entrenada en la dura realidad institucional- sea electa para dirigir los destinos nacionales.

Si comparamos el perfil intelectual, profesional y de integridad moral entre Meade y Macron, quienes suspiren -tal vez- sean los franceses.


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