Piedras en el agua: la estupidez y la vida

Texto y foto: Tabacón B. Linus
La Jornada Maya

Martes 22 de agosto, 2017

A más de uno nos debe caer mal que nos echen siempre el mismo rollo sobre las cosas que realmente valen la pena en la vida. Se nos hace cursi o de ñoños eso de “pasa más tiempo con tu familia”, “disfruta más tiempo a tus hijos”, “date espacio para ver un atardecer” y cosas por el estilo. Nos dan flojera, nos parecen frases estúpidas o dignas de baratos posters motivacionales, porque muchos pregonamos que la vida es mucho más dura y exigente que eso.

“Darse espacio” en la vida sale caro, cuesta, implica enormes sacrificios. No ir a una reunión de trabajo del todo ociosa, cuesta; nunca falta quien crea que uno no tiene verdadera entrega y vocación por el trabajo. No ir a una comida de socios o colegas, cuesta; la grilla (en el sector privado o público), entre supuestos compañeros, exige fraternidades que nos roban demasiado tiempo.

Ni hablemos de tomarse vacaciones. Eso siempre se ve mal. Pareciera que irse unos días ensucia el currículum y constituye una manifiesta desvergüenza e irresponsabilidad laboral. Un negocio, un contrato, un contacto clave se puede perder por andar de vacaciones, por no tomarse una copa más, por faltar a esa comida de trabajo. Un ascenso se puede ir entre las manos por hacer valer un horario, por no estar disponible el fin de semana.

Peor aún, el candidato político debe estar las 24 horas embebido en sus temas, porque un descuido por atender a su familia, a sus hijos, puede hacer que todo se desmorone. El exitoso creativo, el museógrafo consumado, el deportista de excelencia, sólo puede vivir para sí y sus causas. El éxito es una jornada solitaria -dice el argumento- y en este mundo de competencia global y frenética, no hay tiempo que perder en “distracciones”: las “distracciones” son generalmente consideraciones afectivas a los que nos acompañan en la jornada de la vida. Todo debe ir en pos de nuestros intereses más egoístas. El egoísmo es inevitable, es un requisito ineludible de la vida moderna y exitosa.

Uno tiene que dedicarse a las cosas que le importan y generalmente eso quiere dedicarse sólo a uno mismo. En ese contexto decir “suficiente”, salirse del torbellino de una carrera parece suicidio de la individualidad y la identidad. Decir “hasta aquí porque quiero ver otras cosas”, parece debilidad de carácter, falta de coraje y mediocridad crónica digna de la más baja alma acomodaticia.

Así, cuando uno se baja de la locura, a uno lo ven raro. Si decides probar otras cosas que te den más tiempo para el ocio, para la familia, para ver a los hijos, para atender los temas más humanos y mundanos, los temas de otros y no sólo los propios, muy pocos te entienden y casi todos te juzgan.

Es tan fuerte el juicio que a veces uno se pregunta ¿habré hecho lo correcto anteponiendo esa felicidad privada, familiar y colectiva al supuesto éxito profesional? ¿De verdad nuestros hijos apreciarán más nuestro tiempo y nuestra atención que las cosas que les podamos dar? ¿Está bien ver a la familia poco, con el pretexto de que ése es el precio a pagar por proveer más?

Esas preguntas nos asaltan cuando uno está jugando con los hijos en la tarde, cancelando cenas con “los cuates”, pasando más tiempo en casa sin estar en reuniones “importantes”. Sin embargo, las respuestas que llegan son contundentes y milagrosas.

Ayer jugué con mi hija en el tanque, en la pequeña alberca del jardín. Me preguntó “¿qué vas a hacer al rato?” y le contesté “estar contigo y luego bañarte y ponerte el pijama”. Jugamos un rato y luego empezó a tirar piedras al agua. Me dijo “no veas hasta que yo te avise, pero quédate cuidándome”. Le hice caso, le dediqué todo el tiempo que quiso, cuando terminó de tirar piedras y sumergirse me dejó ver su trabajo. Con dos decenas de piedras había escrito “PAPÁ” en el fondo del tanque y, en ese preciso instante, todas mis dudas fueron resueltas, en uno de los momentos más felices de mi vida.

[i]Mérida, Yucatán[/i]
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